sábado, 5 octubre 2024

Poe en San Petersburgo

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Era la época entre estaciones invierno-primavera. Y en San Petersburgo los últimos doce meses vení­a causando asombro la aparición de cadáveres adheridos a flotadores sobre el rí­o Neba; los cuerpos llegaban halados por un pequeño buque con un motorcito construidos de forma manual. Las ví­ctimas habí­an estado siendo descubiertas entre las 00:30 y 06:00 a.m. y según los forenses recién habí­a sucedido el crimen. Nada extraño en una ciudad que hace un siglo vio caminar por sus calles a una nariz bien vestida que se resistí­a a estar en la cara de un funcionario de tercer nivel del zarismo. Nada más raro se creí­a podí­a suceder en la ciudad. El primer cuerpo apareció en el puente Kantemirovskiy a las 2:45; el segundo en el puente Grenaderskiy a las 4:20; luego el tercero en el puente Sampsoniyeivskiy; así­ el siguiente en el Tuchkov; otro al siguiente mes en el Birzhevoy; sucesivamente aparecí­an en el Leytenanta Shmidta; Dvortsovy; Troitskiy; Liteyny; Bolsheokhtinskiy; Alexandra Nevskogo y finalmente este mes en el puente Volodarskiy a las 2:00 a.m. Al principio la policí­a lo tomó como una broma de algún enfermo mental, pero las molestas apariciones en los noticieros locales de televisión, luego de radio y finalmente un reportaje a fondo del San Petersburgo Times, los obligó a ya no creer que era una broma, sino más bien un asesino en serie o un loco peligroso de modo que finalmente decidieron prevenir a la población e investigar. El detective Orlov descubrió que todas las victimas viví­an relativamente cerca. Las primeras cuatro en la calle Nekrasova otras cuatro en la calle Kuznechny y las últimas cuatro en la Malaya Morskaya. Estaba claro que el asesino tení­a una lógica geográfica y con esto un objetivo particular: todos eran alcohólicos. Sus muertes fueron producidas por una ingestión desproporcionada de alcohol, bebieron (o los obligaron) hasta reventarse el hí­gado y morir vomitando sangre o ahogados en el rí­o. Todos además antes de morir vendieron su apartamento a precios (soviéticos) mucho menor de lo que costaban en el mercado (capitalista) de valores inmobiliarios de la ciudad. Conocer a los compradores de los apartamentos fue prácticamente imposible ya que estos fueron adquiridos por diferentes personas que al parecer no existí­an o no era posible ubicarlos en la ciudad. Estos a la vez los rentaron inmediatamente y sus inquilinos pagaban el alquiler a una cuenta de banco local que triangulaba el dinero hacia otro localizado en un protectorado inglés con un celoso secreto bancario: Las Islas Caimán. La tarea del detective Orlov de averiguar quién estaba en un lapso de un año asesinando alcohólicos jubilados estaba demasiado enredada (luego de la imposibilidad de saber algo desde Islas Caimán) y que además aparte de los periodistas a nadie más interesaba. Concluyó que todo se debí­a a una terrible coincidencia de suicidios debido al mal tiempo en los mercados inmobiliarios de Estados Unidos. Pero no se atrevieron a cerrar el caso, para no verse en el futuro acusados de desidia.

II

En realidad el asesino era Poe. Un tipo de gran cultura que cuando sus recursos se lo permití­an agrandaba su ya enorme biblioteca cuyo común era la discontinuidad temática de los libros. Su deseo inmoderado de leer, estudiar y penetrar en todos los conocimientos humanos lo condujo a una crisis existencial que se transformó en una angustia profunda y prolongada sumada a una sensación de hastí­o vivencial que le mantení­a sumido en una importante desazón. El sujeto estaba consciente de su superioridad intelectual que para su desgracia no conseguí­a experimentar placer alguno en la socialización. No entendí­a porqué no encontraba interlocutores bastante capacitados y eso lo irritaba. Cuando tení­a que relacionarse públicamente sufrí­a. El halago lo fastidiaba. Nunca pudo conquistar a las mujeres debido a que no poseí­a un «Ð”ом» de su propiedad. Siempre sus relaciones con implicación afectiva con el sexo opuesto fueron  dificultosas y desgraciadas. Un ruso ex marino, que finalmente cansado de no poder comprarse una vivienda que le demandaba cincuenta o sesenta años pagarla en un paí­s cuyo promedio de vida es cincuenta y siete para el hombre comenzó a sumergir en el rí­o a un grupo de jubilados alcohólicos y dedicarse a vivir de las rentas que cobrarí­a de los apartamentos que compró a pecios baratos a sus ví­ctimas que ubicaba deambulando en diferentes zonas de la ciudad. Los seguí­a, estudiaba, se hací­a amigo de ellos, ganaba su confianza y llegaba a sus casas y los emborrachaba hasta matarlos. Antes los habí­a hecho firmar la compra-venta del apartamento a nombre de alguien ficticio que habrí­a abierto una cuenta en un banco extranjero a la cual Poe tení­a acceso con una tarjeta black. Luego en barquitos de madera y con flotadores fabricados por él mismo lanzaba sus cuerpos al rí­o Neba. Poe estaba decepcionado de la policí­a rusa. Estaba feliz, hacia un año viví­a muy bien de las rentas que mejoraban cada mes por la especulación inmobiliaria y compraba aún libros. Pero eso también le aburrió. Durante este año y en el cambio de estación del invierno hacia la primavera Poe se descubrió una enfermedad que al parecer antes no sentí­a, se llamaba: agudización primaveral. Poe desarrolló unos grandes deseos de suicidarse y una mañana antes de las seis, sin aviso previo se lanzó desde lo alto de un puente de los tantos que hay en San Petersburgo (no nos interesa aquí­ cual) y murió no se sabe si al caer sobre las piedras y luego perder el conocimiento y ahogarse en las aguas primaverales y ahora (luego del duro invierno) navegables del Neba o de algún veneno antes de lanzarse. A los forenses nunca les interesó determinarlo así­ que nunca se supo las causas que provocaron esta muerte. Se asumió que era otro asesinato del asesino en serie que rondaba San Petersburgo, es decir otro suicidio. Lo extraño para el detective Orlov fue que dejaron –después de Poe- de aparecer cadáveres flotando en el rí­o. Se concluyó que fue así­ porque la Gobernadora de la ciudad emitió una orden prohibiendo arrojar cadáveres en el rí­o porque afectaba al turismo. Al parecer la orden se cumplió a cabalidad. Después de todo no es extraño que existimos algunos que decidimos ser asesinos en serie de nosotros mismos.    

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Marvin Aguilar
Marvin Aguilar
Analista político, historiador, colaborador y columnista de ContraPunto
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