Perú entre la Constituyente y la Secesión

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Si Castillo ascendió al poder no fue solo por miopía electoral sino por la exigencia de un cambio real. No puedo negar al neoliberalismo el haber permitido traer estabilidad macroeconómica... sin embargo ha continuado por la dejadez de los gobiernos rentistas del canon minero (nada ha cambiado desde el s. XIX), y siguen siendo los más pobres

Por Hans Alejandro Herrera Núñez


Yo he estado presente en Apurímac. Con motivo de las pascuas fui al corazón de las tinieblas a visitar a mi madre. El Sur Grande es un territorio que históricamente ha determinado la identidad y rumbo del Perú. Su matriz minera pero también político intelectual está allí. Entonces era para mí importante saber que pensaba la gente de lo que venía ocurriendo. A veces estar tanto tiempo en Lima te hace percibir el país de manera equivocada. Es como si Lima y Perú fueran dos países distintos.

En la indómita tierra de los chankas se vivía una engañosa tranquilidad. Las calles rebosaban de comercio navideño. Pero eso era la piel de un problema que dormía en piedra. Algo siniestro se cocinaba dentro. Cuando le pregunté a mi madre, una mujer de derecha e hija de mistis, por quién votaría en próximas elecciones, su respuesta me dejó helado: “por Antauro”. No dudó en su respuesta. Lo peor fue lo que me dijo a continuación: “¿Qué quieres, que el país se rompa?”

Días antes me fue imposible viajar a mi tierra para el wailya, fiesta de alegría por la Navidad. El fallido autogolpe, el cambio de gobierno, las protestas, las muertes (muchas muertes) que empezaron en Apurímac y se expandieron por el Sur me hicieron tener que esperar hasta la semana de Navidad para viajar. Una paz engañosa se dibujaba en las montañas. Días antes en redes comenzaba a ver con mayor frecuencia un discurso extraño, el de la SECESIÓN. Un discurso marginal, pensé. Ideas de cuatro gatos, nada más. Pero cuando llegué a Abancay descubrí que ese discurso era de lo que hablaba la gente en las plazas y parques, no con entusiasmo sino con resignación. Lo que sentí y comprobé era un cansancio, un hasta aquí nomás Lima. Me sorprendió oír esto de gente común y corriente. De gente de edades distintas. Algo empezaba a operarse dentro de sus mentes.

El momento constituyente se está perdiendo. Es lo primero que percibí. El discurso de una nueva Constitución que hasta hace unos años era un discurso marginal cobró fuerza en los últimos años. Si Castillo ascendió al poder no fue solo por miopía electoral sino por la exigencia de un cambio real. No puedo negar al neoliberalismo el haber permitido traer estabilidad macroeconómica y cierto bienestar al país, lo que hace Velarde en el BCR en una edad en que podría jubilarse es heroico, pero el malestar social sin embargo ha continuado por la dejadez de los gobiernos rentistas del canon minero (nada ha cambiado desde el s. XIX), y siguen siendo los más pobres, los más abandonados, los mismos de siempre. Así no se puede conseguir paz social. Cada gobierno desde el regreso a la democracia ha tenido su conflicto social. El andahuaylazo de Toledo, el Baguazo de Alan, Tía María de Ollanta, etc. Pero ahora lo que ocurre es que el país mismo amenaza con estallar todo a la vez. Es como si una mecha se hubiese encendido y nadie de nuestra casta política quiere apagarla.

De Abancay a mi pueblo, Totora Oropesa, son 6 horas en transporte, la carretera es estrecha, da paso para un solo coche. Cuando viaje el Padre Antonio Ducay, sacerdote del Opus Dei, y un hombre muy sabio, me aconsejó viajar de noche: “porque de noche pueden ver por las luces los carros que vienen en sentido contrario en las curvas”. Y es cierto, la mayoría de accidentes se dan de día y ocurren en las curvas. El camino de Abancay hasta Chuquibambilla es carretera, son tres horas hasta allá, pero después el camino de Chuquibambilla hasta Totora es trocha, un camino de abismos que se extiende por otras tres horas. Cómo no creer en Dios y en la Virgen con esas trochas de vértigo. En gran parte del Perú las cosas no han cambiado desde el virreynato. En Totora casi no hay jóvenes. La mayoría migra a ciudades más grandes porque no hay trabajo. Los pocos jóvenes trabajan en minería informal ante un permiso de una minera cercana que les permite sus actividades, esto hasta diciembre de este año que se extendía dicho acuerdo. Después otra vez o el desempleo o la migración. En los pueblos no hay futuro y ser joven es una frustración que alimenta la amargura del peligro.

Cuando viaje a mi tierra, el padre Antonio también me advirtió: “Cuida que no te den un tiro”. No lo dijo en sentido de broma, lo dijo en serio. La semana anterior a mi llegada las cosas estaban muy complicadas. Sin embargo en la semana de Navidad se respiraba un ambiente de tregua. Parecía que no había pasado nada. En Abancay habían pintas antigubernamentales, no eran tantas como esperaba. Pero el sentimiento se respiraba. Perú no es como España donde las cosas se dicen de manera directa, Perú se parece más a Japón, dónde la gente no dice sino que hace gestos sutiles, hay que leer el ambiente, la atmósfera que se genera. Al indio si le preguntas no te contesta o si te responde lo hace con condicionales: quizás, tal vez. Al indio hay que leerlo. Y el gobierno no lo hace, los políticos no lo hacen. Hay un analfabetismo respecto al Perú, un país católico e indígena. Sus silencios son más elocuentes de lo que se espera. Y a veces estallan en forma de pedradas al autobús interprovincial. En mi viaje de Lima a Abancay oí de ataques a buses con piedras desde las laderas a la altura de Siete vueltas.

En Abancay no percibí mucho odio a Boluarte, la (desapercibida) primera mujer presidente del Perú. Será porque es de Chalhuanca, una provincia de la región. Ella también es chanka. Alguien en sentido de broma, un humor muy negro, me dijo respecto a la veintena de muertes en el Perú en la primera semana de mandato de la presidente, lo siguiente: “bueno, que esperaban, ella también es chanka”. No existe allá un rechazo generalizado, más bien sentimientos encontrados. A Boluarte le ha tocado el papel de traidora dentro del ejercicio de sucesión constitucional. Y el Congreso parece no tener buenas intenciones con una mujer que acertadamente dio un mensaje de Navidad en quechua. ¿Hace cuánto que no tenemos a un presidente que hable quechua, el segundo idioma oficial del Perú? En Lima hay quienes la consideran la mucama de palacio. Con ese sentimiento de Gamonal no sé puede llegar lejos. Solo a la paz de los cementerios.

El momento constituyente se está perdiendo. La derecha rechaza cualquier cambio como si la Constitución de 1993 fuera la Santa Biblia. Se olvidan que en nuestra historia las constituciones tienen el promedio de vida de un minero de Potosí, es decir unos 30 años. La Constitución más longeva fue la de 1933, dejada sin efecto a lo largo de las dictaduras de Sánchez Cerro, Benavides, Odría, Lindley y el gobierno de Velasco-Morales Bermúdez. Nuestra tradición política no es la estadounidense, cada cierto tiempo necesitamos ponernos de acuerdo y generar un marco de entendimiento para atajar el conflicto que se nos cierne. El discurso de una nueva Constitución hace algunos años que no es marginal, pero como todo discurso tiene su momento. Si el Sur entiende que Lima no tiene intención de desarrollar un marco de entendimiento con nuevas reglas de juego más justas para las necesidades más urgentes (en Perú cada año muere una docena de niños por el friaje, ¿O acaso olvidan las campañas de abriguemos a nuestros hermanos del Sur que tanto se difundían en la tele sin que jamás bajara el promedio de niños de 0 a 2 años que morían por falta de políticas sociales de salud? O qué pensar de Perú dónde todavía se vive la tuberculosis, una enfermedad del siglo XIX), entonces si no hay solución política el otro camino que se ofrece es el de una SECESIÓN, y eso sí es un escenario espeluznante.

Si Perú no ofrece salida entonces el razonamiento que queda es salirse de Perú. Eso es un error, porque es pasar de unos dominantes corruptos a otros dominantes más corruptos e incompetentes. Pero ante la pasión de la desesperación de los impacientes la razón cede. Está es nuestra paradoja. A EE.UU. no le importará que se rompa el país, es más fácil comprar a los dirigentes de un nuevo país y además sale más barato, piensen en Sudan del Sur. Desde una perspectiva dialéctica, pasarían de unos dominantes a otros dominantes sin perder jamás sus cadenas. Esa es la situación a la que se vuelca el Sur Grande.

Una Constituyente es la única salida antes de que sea demasiado tarde. Finalmente el gobierno podría impulsar un referendum de entrada para que los peruanos decidan si quieren o no una nueva Constitución. Así de simple, y no cerrarse como la derecha viene haciéndolo de manera tan miope. Por encima de cualquier Constitución está la integridad del país. Las constituciones están para las naciones y no las naciones para sacrificarse ante el altar de una Constitución que viene envejeciendo rápidamente ante un mundo en cambio.

Como dijo Porfirio Díaz, “la única manera de contener una revolución es dirigiendo la revolución”. En la derecha puede haber alguien que entienda bien esto. Una nueva Constitución no es necesariamente bandera exclusiva de la caótica izquierda, es más bien bandera que se puede privatizar. Porque no todo merece ser cambiado ni todo merece ser conservado. Cómo dijo Girbachov al politburo que no entendía sus reformas económicas: la historia no perdona a quien llega tarde.

Un cambio es necesario, no verlo es un insulto a la razón, pero un cambio sin orden es un insulto a la sensatez. Se exige un cambio en orden. Cómo católico soy políticamente práctico, se conserva lo que se puede y hasta donde se puede conservar, y se cambia dentro de los signos de los tiempos. Y los tiempos vienen cambiando. Si no se cambia corremos el riesgo de que un día un presidente del Perú repita las palabras del presidente de Bolivia, Paz Stenssoro: “si no hacemos estos cambios el país se nos muere”. Es esta nuestra situación.

Necesitamos volver a hablar entre nosotros, cuántos hogares se han agriado al conversar de política en la mesa está Navidad. Necesitamos hermanarnos todos en la misma mesa como decía el poeta Vallejo. Necesitamos, como diría el poeta Roque Dalton, ese pan que como la poesía es de todos. Necesitamos un centro que ahora no existe. Conversar como cuando la constituyente de 1978, que en plena dictadura militar supieron social cristianos, apristas e izquierdistas dialogar y entenderse para crear un marco político de entendimiento. Aprendamos de Chile y sus errores. Se fueron por una Constituyente y sacaron un proyecto de nueva Constitución que era un bodrio, pero que felizmente en una situación de polarización política, supo espontáneamente emerger un movimiento de centro como el que dirigió Cristian Warnken, un cristiano demócrata de centro izquierda que voto por Boric, pero que tuvo la altura de denunciar que esa nueva Constitución era un error, y que gracias al movimiento que generó, que llenó ese vacío en el centro (la política aborrece el vacío), llevo a la victoria del rechazo, y ahora Chile está en proceso de redactar una mejor nueva Constitución con la que llevar la paz y la justicia social sin la amenaza de ideologías trasnochadas cómo en el anterior proyecto constitucional. Ahora Chile empieza de nuevo su camino constituyente, con más calma, con más cabeza en lugar de corazón. Eso podemos aprender si tenemos un centro, si sabemos que una nueva Constitución puede ser una batalla a ganar para la centro derecha que sepa leer el signo de los tiempos, y no le deje el cambio a los mismos hambrientos de poder que solo buscan sacrificar la vida de los demás. Porque ningún muerto en el Sur de Perú era hijo de los dirigentes de los partidos de izquierda.

¿Dónde está la sangre de los hijos de Bermejo, Bellido y Cerrón en nuestro diciembre negro? No son sus hijos sino los cholos de siempre, hijos de obreros y campesinos sin futuro, atados a ser mineros informales en el mejor de los casos, los que murieron esos días. Son también los policías, otros cholos, los que acabaron con la cabeza rota o un ojo volado en esas protestas, muchos minusválidos para toda la vida. Yo no soy cholo, soy Misti y a mucha honra, estudie en un colegio estatal en un pueblo joven, un colegio de cholos, aún recuerdo la recesión del 98, y que en secundaria a lo mucho que podíamos aspirar yo y mis compañeros era a ser policía. De mi promoción en el colegio Tupac Amaru II, solo hay un universitario, algunos tienen carreras técnicas, los demás se apañaron cómo pudieron, y hay uno que es policía. Yo me he defendido cómo he podido. He tenido suerte y no solo mérito y eso se lo agradezco a Dios. Los demás, que siempre son los demás nunca tuvieron ni siquiera la oportunidad. Si esto pasa en Lima, ¿cómo será en provincias?

El momento Constituyente es ahora. ¿Qué miedo tenemos? La otra opción para el que nada tiene que perder es peor. Esto ya no se soluciona con elecciones. El poder ejecutivo ha perdido su fuerza política, nuestra república es un país de modelo francés, somos una república presidencialista, ser presidente ahora en Perú es casi lo mismo que ser un guachimán. Se le ha perdido el respeto. Y sobre todo después de la crisis de los últimos dos años en que cerraban la puerta del Congreso a Sagasti el día de cambio de mando, o en qué detenían a Castillo con metralletas en plena calle como si de un narco se tratara. Lo que más se dañó fue la imagen institucional del presidente, esa banda presidencial ahora vale tanto como papel higiénico, y no se están dando cuenta de ello. Ser presidente del Perú ya no genera respeto ni adentro ni afuera del Perú. El jefe del Estado ya no vale nada simbólicamente y eso significa más anarquía, más conflicto, y una cadena de desórdenes que solo Dios sabe dónde terminará.

En organización de empresas todos sabemos lo importante de un director, de un jefe. Ahora ese rol está vaciado de significado, y así no se puede dirigir una organización como es el Estado Peruano.

Recordando a Vargas Llosa, él escribió en 1983, durante la época del terrorismo, una novela, Historia de Mayta, una novela que ahora me sabe a profecía, terminaba en que los terroristas en un futuro se apoderaban del sur del Perú, y el conflicto escalaba a una guerra civil en la que intervenían Cuba, Bolivia y los EE.UU. Cuando lo leí en mi juventud me reí de la ocurrencia, ahora el libro se ríe de mí. Hay en el artista unas facultades de Sibila que asustan. Ojalá no sea así.

Una cosa es cierta, la historia de nuestro país es un ciclo que se repite. En los años 80 fue el terrorismo, en los 60 los Geo guerrilleros, en los años 30 los dos mil a seis mil apristas fusilados ante los muros de Chan Chan. Muertos sobre muertos. Latinoamérica no son solo países en crisis, como diría González Iñárritu, Latinoamérica es un estado emocional. Y como diría Séneca, cuando la masa se vuelve turba se vuelve en un animal, y con animales no se razona. Aún estamos a tiempo de atender a los que el Papa Francisco llama los desatendidos, porque no podemos continuar aceptando un mundo en que los ricos son más ricos mientras los pobres son más pobres. Estás últimas palabras no son mías, son de Juan Pablo II el gran Papa anticomunista en su visita a La Habana de 1998. Porque la única manera de contener una revolución es dirigiéndola. El que tenga oídos que oiga estas palabras trazadas en el silencio de una pantalla.

Por último, ¿cuántos de ustedes saben que en Apurímac hay una provincia que se llama Grau? No se llama así por el héroe de Angamos, se llama así en memoria de su hijo, quien fue cocido a balazos durante una polarizada campaña electoral para diputado. Si eso le hicieron al hijo de un héroe, Dios mío, no quiero pensar que pasará con el resto de nosotros.

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Hans Alejandro Herrera
Hans Alejandro Herrera
Consultor editorial y periodista cultural, enfocado a autoras latinoamericanas, Chesterton y Bolaño. Colaborador de ContraPunto
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