California es una de las diez economías más grandes del mundo. Su superhabit aporta más que todos los estados para el mantenimiento del gobierno federal de los Estados Unidos. En cuanto a la cultura, en él se aglomeran todos los pueblos del mundo, lenguas, gastronomía, etc. En consecuencia, se respira un clima de tolerancia, apertura, inclusividad, en contraste con la ideología del próximo presidente, mister Trump y sus ideas retrógradas –aquí ganó la señora Clinton por abrumadora mayoría– sobre todo en cuanto a los inmigrantes en condición irregular, la que se calcula en once millones. Los salvadoreños en Los íngeles son cerca de un millón.
Los dirigentes políticos californianos, han sabido vislumbrar la importancia de esa riqueza humana para su desarrollo. No solo por su dinamismo y energía de trabajo, en muchas de las labores despreciadas por aquellos que han logrado una estabilidad migratoria, sino también por su aporte en el mercado interno; la gran capacidad de consumo y porque pagan una cantidad estratosférica en impuestos, mucho más que los que pagan los del 1%, entre los que está Mr. Trump.
EUA es una nación de inmigrantes pero también de leyes; la Constitución garantiza la igualdad y la protección de todos los habitantes, sin especificar estatus migratorio. Nuestra comunidad, desde el día siguiente al triunfo electoral de Mr. Trump, comenzó a vivir un temor colectivo, a los planes antiinmigrante, anunciados durante su campaña. Ese mismo día, las autoridades locales de California, tomaron posición. El Presidente pro Tempore del Senado de California Kevin de León y el Vocero de la Asamblea de California Anthony Rendon, publicaron un contundente comunicado, en el cual fijan una posición firme en defensa de todos sus habitantes: “California es –y debe ser siempre– un refugio de justicia y oportunidades para las personas de todos los orígenes, lenguas, edades, y aspiraciones, independientemente de su apariencia, dónde vivan, qué idioma hablen, o a quiénes amen.”
Y no es para menos. Los íngeles ha cambiado profundamente, y en ese cambio está la firma de la diáspora salvadoreña. Cerca de un millón de habitantes marca un peso económico, social y hasta cultural. En las calles de Los íngeles y otras ciudades, es común ver rótulos de negocios como “Pupusería Pulgarcito”, “Pan salvadoreño”, “Pollo Campero”, etc. Un tramo de la avenida Vermont, una de las principales arterias angelinas, ha sido oficialmente nombrado como “Corredor Salvadoreño”, porque los negocios nuestros, dominan completamente el panorama. Los compatriotas están en todos los ámbitos de la sociedad, negocios, empresas, política, educación, cultura, deportes, etc.
Mr. Trump y cualquier otro líder político de Estados Unidos, deberá asumir que los inmigrantes salvadoreños, llegamos para quedarnos. La lucha parece que viene fuerte, pero hay mucha experiencia derrotando los intentos de legislar contra los derechos del inmigrante. Todavía están frescas en la memoria, las jornadas en protesta de la nefasta Proposición 187 del gobernador Pete Wilson, que en 1994 movilizara a centenares de miles a las calles de California.