Sobre las grandes “ideotas” de algunos enjundiosos y lustrados idiotas
Asentaba Unamuno que “Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”. Con lo cual expresaba que pensar y sentir no están divorciados, como supuso el cientificismo, ese “prejuicio de no tener prejuicios” que decía Sábato. Porque, en efecto, ¿en qué cabeza puede caber que es posible pensar sin sentir o sentir sin pensar? Bueno, supongo que cabe en la cabeza de algún académico de esos que valen de las cejas para arriba y que, por lo mismo, son enanos emocionales y, dicho sea de paso, intelectuales mediocres. O en la de cualquier criatura melodramáticamente victimizada, de esas que andan por el mundo con el corazón sangrante en la palma de la mano, ya sea porque las dejó el cónyuge o porque les gritaban y pegaban de pequeños.
La reflexión intelectual despojada del sentimiento es un triste bagazo. Y el sentimiento sin sentido intelectual es un inoportuno ridículo. Deberían tomar nota de esto tanto los académicos que creen que por tener un grado universitario poseen más sabiduría que el pueblo, y los profesionales de la victimización, que viven de la lástima ajena. Empero, la creencia de que se puede pensar sin sentir y sentir sin pensar, se abre paso en este mundo de relativismos canallas y obsolescencias programadas. Cuánta falta les hace a los cerebrales descorazonados y a los románticos descerebrados aquella hermosa frase del Che que mandaba “endurecerse sin perder la ternura”, entendiendo el endurecimiento como una conducta producida por el análisis concreto de la realidad concreta.
La sabiduría del pueblo radica justamente en que no separa cerebro y corazón. Y esta natural capacidad dialéctica es la que hace decir a un miembro de la dirección de CODECA que “Los académicos dicen que no se puede, pero los pueblos dicen que sí. ¡Y sí se puede!” Con lo que el pueblo y su representante se ubican por encima del cerebralismo de izquierda de campus y sobre las especulaciones de sentimentales activistas que, en nombre de sus frustraciones, les dicen a los trabajadores qué es lo que tienen que hacer. Juntar corazón y mente equivale a pensar y actuar para un propósito más grande que la propia individualidad. Y esto no lo puede olvidar ningún intelectual orgánico del pueblo cuyo asumido deber es interpretar lo que el pueblo hace para devolverle su interpretación a ese pueblo por si éste le encuentra alguna utilidad en su lucha por la emancipación. El pavoneo del “pensador” de cubículo es tan estéril como el destemplado canto de sirena de quienes buscan seducir victimizándose. Todo esto, al pueblo, no le sirve para nada. Por eso desprecia las “ideotas” de los idiotas que no saben sentir y, por ello mismo, tampoco pueden pensar.
Ya lo decía el mismo Unamuno: “A un pueblo no se le convence sino de aquello de lo que quiere convencerse”.