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Patria afrentada

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Poetas de Centroamérica la han visto y descrito, dibujado y alabado con empalagosos versos. “Dios te salve patria sagrada, en tu seno hemos nacido y amado, eres el aire que respiramos, la tierra que nos sustenta, la familia que amamos…”. Así, David J. Guzmán hace más de un siglo recitaba su “Oración a la bandera”; esa que décadas después fue reconocida como uno de los símbolos patrios salvadoreños. “¡Bendiga Dios la pródiga tierra en que nací! Libre y civilizada, agrande su poder en los tiempos y brille su nombre en las amplias conquistas de la justicia y el derecho”; así finalizó Froylán Turcios “La oración del hondureño”, incluida en el libro “Páginas de ayer” que publicó en 1932.

A esos “poetas del alpiste”, Oswaldo Escobar Velado los desafió: “Digan la verdad que nos asedia”, reclamó. “Digan que somos un pueblo desnutrido. Que la leche y la carne se la reparten entre ustedes, después que se han hartado los dirigentes de la cosa pública”. Y describió la patria exacta que aquellos maquillaban. La del “rio de dolor que va en camisa”, mientras “un puño de ladrones” se la pasan “asaltando en pleno día la sangre de los pobres”. Y los emplazó a que dijeran que el nuestro era un “pueblo doloroso, un pueblo analfabeto, desnutrido y sin embargo fuerte porque otro pueblo ya se habría muerto”.

Pedro Geoffroy Rivas ‒aquel que se reconoció como el “pobrecito poeta” que había sido‒ aceptó haber vivido “sobre una base falsa, cabalgando en el vértice de un asqueroso mundo de mentiras, trepando en andamios ilusorios, fabricando castillos en el aire, inflamando vanas pompas de jabón, desarticulando sueños. Y mientras otros amasaban con sangre nuestro pan, otros tendían con manos dolorosas nuestro lecho engreído y sudaban para nosotros la leche que sus hijos no tuvieron nunca”.

Miguel Ángel Asturias, en 1954, le cantó a las bellezas de su Guatemala contrapunteándolas con los horrores que después de Árbenz apenas iniciaban. Le cantó a la patria de “las perfectas luces; tuya la ingenua, agraria y melodiosa fiesta, campos que cubren hoy brazos de cruces… de los perfectos lagos, altos espejos que tu mano acerca al cielo para que vea Dios tantos estragos… de los perfectos días y horas, horas de pájaros, de flores, de silencio que ahora, ¡oh dolor!, son agonías… ¡Patria de los perfectos cielos, dueña de tardes de oro y noches de luceros, alba y poniente que hoy visten tus duelos! ¡Patria de los perfectos frutos, pulpa de paraíso en cáscara de luces, agridulces ahora por tus lutos!”.

Mirémonos hoy, en el primer año de la segunda década del siglo veintiuno. Después de tanto tiempo, ¿qué cambió de fondo en estas tierras? A diferencia de la que prevalece en Costa Rica, las realidades actuales de Guatemala y Honduras con la nicaragüense y la salvadoreña deberían ser vistas nuevamente como las bombas de tiempo que siempre han sido, porque nunca se han erradicado las explosivas combinaciones de la delincuencia y la violencia, la exclusión social y la desigualdad, la inseguridad jurídica y la pírrica “institucionalidad”, el populismo y el autoritarismo. En cambio ‒con todos los problemas que pueda tener‒ la sociedad tica sepultó el militarismo para que sobre los polvos que lo cubrieron floreciera educada y con salud, deporte, cultura y protección del medio ambiente.

De los otros cuatro países la gente huye o está pensando en huir, para escapar de las muertes lenta y violenta que proliferan en esos escenarios adonde autócratas criminales, demagogos inflados y mafiosos descarados hacen de las suyas instalados impunes sobre el “mal común”. “Y a esto amigo ‒resuena la indignada voz de Escobar Velado‒ se le llama patria y se le canta un himno. Y hablamos de ella  como cosa suave, como dulce tierra a la que hay que entregar el corazón hasta la muerte”.

Claro que no porque está llena de “cánceres, cáscaras, caspas, shuquedades, llagas, fracturas, tembladeras, tufos”. Por eso, antes tenemos que “darle un poco de machete, lija, torno, aguarrás, penicilina, baños de asiento, besos, pólvora”. ¿Verdad Roque? Cuando ‒parafraseando a este‒ sus pueblos los fertilicen, los peinen, los talqueen, les curen la goma histórica, los adecenten, los reconstituyan y echen a andar podrán Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua ser lindos y serios países. Por ahora, cada vez más y más los están excretando y afeando; a sus pueblos o los están engañando o los están regañando, sino acosando y provocando.

Así que, cansado de “llevar tus lágrimas conmigo”,… ¡vamos patria a caminar! Otto nos llama, tu futuro lo reclama. Si no, la oración en la región no será para la “sagrada”; será para la del “gran dolor nocturno” en cuyo seno el pueblo ha sufrido y llorado, en la que su aire ha sido contaminado y sus familias separadas o sepultadas. Si no caminamos a la par, Dios te salva patria afrentada; cierto, que Dios te salve…

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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