miércoles, 4 diciembre 2024
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Normalizando la estupidez

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"Hay un declive cultural en nuestro país, una enemistad con el libro, una imitación de la estupidez ajena que nos hace normalizarla": Nelson López Rojas.

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Por: Nelson López Rojas.

Dicen que Einstein decía que la estupidez humana no tiene límites y, en nuestro medio, menos aún. Nos falta sentido común pero, tanto tiempo haciendo lo mismo y haciéndolo mal hasta nos parece normal. Hay un declive cultural en nuestro país, una enemistad con el libro, una imitación de la estupidez ajena que nos hace normalizarla.

Hay tantas formas de aprendizaje como formas de medir el conocimiento. El que una persona no sea buena para matemáticas no es automáticamente estúpida; así como aquellos que han estudiado un doctorado en el extranjero no puedan cometer estupideces. Tenemos de todo en la viña del señor.

Cuando enseño les digo a mis alumnos que me gustan los ignorantes, pero los que saben que ignoran cosas y tienen algún interés por aprender. No me gustan los ignorantes anestesiados con frases políticas o con la mediocridad de un sistema anticuado que te dicta que “así es” y entonces “así que quede”.

Todos en algún momento hemos cometido alguna estupidez y a veces hasta nos resulta gracioso. Comernos un habanero sabiendo que nos quemará el paladar puede ser chistoso para nuestros amigos, pero no hablamos de ese tipo de estupidez cotidiana y graciosa, hablamos de una estupidez peligrosa que puede hasta poner el riesgo la vida nuestra y de los demás. El problema es que hay personas que cometen idioteces y creen que están en lo cierto y de tanto repetirlo se normaliza. He ahí el problema que tenemos con las motos que se pasean en las calles como perrito que se cayó de la mudanza o el idiota del Hilux que maneja a toda velocidad porque siempre ha sido así, el más grande tiene derecho de vía. El tráfico en las urbes del país no acontece simplemente porque haya muchos carros y pocas calles, sino principalmente por la estupidez de los conductores.

Obtener una evaluación personal de nuestra propia estupidez podría ser muy difícil. Siempre pensamos que nuestros propios hijos son los más bellos del universo y creemos que nuestros pensamientos suenan bien dentro de nuestra cabeza y que sonarán igual al exteriorizarse. Imaginemos, por ejemplo, que me debo subir a un autobús de la Ruta 16 que pasa cada 15 minutos. En la parada de buses está otro bus de otra ruta y el de la 16 para a media calle. Yo sé que es peligroso y que el otro busero en cualquier momento puede arrancar y atropellarme o que el de la 16 se vaya sin mí, pero tengo esa pequeña ventana de oportunidad. Todo eso es el debate interno y suena bien, pero sabemos que al hacerlo pongo en riesgo mi integridad física y aun así lo hacemos.

Mi madre identifica a los idiotas y dice que “son como chanchos que ven el alambrado de púa y quieren pasar al otro lado del cerco”. Hay que saber cuándo parar y retirarse. Nos hace falta autocontrol, pero al practicarlo podremos ser los maduros en una discusión y simplemente escuchar a la persona que grita sin devolver los insultos. Es difícil, pero se puede.

Hay que anticiparnos a los problemas. Decir que el tráfico está feo y seguir levantándose a la misma hora es señal de estupidez. Salir a la misma hora y esperar llegar a tiempo al trabajo no es pensar inteligentemente y hasta puede resultar en una catástrofe. Poner conos en las calles para medir el nivel de respeto a la autoridad es como mandar a los camiones recolectores de basura en pleno tráfico de la mañana: inútil.

Las nuevas normativas de tránsito con relación a las multas pretende corregir la estupidez de muchos al conducir, pero no contempla que hay calles con señales desfasadas, inservibles o inexistentes, que hay semáforos fuera de sincronización, que hay retornos en U que son peligrosos e inoperantes, que los negocios a orilla de calle no tienen parqueo y usan las calles como si fueran propias.

Es estúpido pensar que poniendo un retén policial en pleno tráfico se va a corregir que el del táxi ande sin permiso o que reparando la calle a las meras 12 va a tener contentos a los conductores por haber reparado esa calle. Es estúpido seguir reparando las calles con el mismo material que se usaban en los 80s solo para edulcorar el problema, para la foto o para algún slogan político y tres días después está igual.

Se culpa a los jóvenes por todo, como si fuera un crimen ser joven. “Sendos teléfonos y computadoras y no saben crear una hoja de cálculo o revisar la ortografía en Word” decimos, como si los adultos naciéramos aprendidos. Desde Sócrates se viene culpando a los jóvenes y a sus costumbres, a la música, a la época de oro, etc. Cada generación tiene su talón de Aquiles: el de tus abuelos fue los Beatles, el peinado punk para tus padres, el TikTok para tus hijos. No por ello quiere decir que una generación sea mejor que otra. Hay gente tonta que maneja pegada a su celular como también hay profesores tontos que copian un PowerPoint que encontraron en internet y lo pasan como suyo. La estupidez está en todos los niveles, pero ¿qué culpa tiene un joven de endeudarse para comprar una moto al 97% de interés anual si nunca tuvo educación financiera? ¿Qué culpa tiene la María José de salir embarazada si hablar de sexo en la casa, en la escuela o en todos lados ha sido un taboo? ¿Qué culpa tiene Samuelita de estudiar una de tantas carreras sin futuro si nuestro sistema no te prepara para la vida? Claro que existe la responsabilidad individual para no seguir normalizando la idiotez, pero los adultos también debemos asistir y acompañar a los jóvenes para que no cometan los errores que ya nosotros cometimos.

He trabajado con estudiantes de diversos niveles: desde primaria hasta doctorado. Pareciera que a través de los años, las instituciones educativas se afanan en una normalización de un rebajamiento de la calidad educativa. En cierta universidad comercial de Estados Unidos, me pedían que fuera flexible con mis alumnos pues ellos  tenían diversas ocupaciones. Uno de ellos era un camionero que podía nada más conectarse a la clase cuando hacía paradas largas en algún punto de descanso en las carreteras de ese país; otro alumno, un chino que pagaba no sé cuánto para obtener su diploma a como diere lugar, me recordaba en su limitado inglés que él pagaba mucho dinero para que yo le aceptara las tareas una semana después de la fecha; y, la última persona, una maestra cuyas aspiraciones administrativas en su escuela no le permitían aprender sino simplemente pasar materias rápidamente para postularse como superintendente de su distrito escolar. La universidad me pagaba relativamente bien y por ello se sentían en el derecho de “sugerirme” cambiar notas para que los estudiantes estuvieran contentos. Eso también ocurre en El Salvador con los colegios y universidades en el modelo de competencias donde el alumno puede faltar las veces que quiera y tomar las pruebas cuantas veces quiera hasta que demuestre que es competente. Los maestros saben que están engañando a los alumnos y los alumnos saben que están siendo engañados. Los últimos pagan sus colegiaturas y los primeros, al dar buenas notas, aseguran su bienestar económico para el siguiente ciclo. Estamos promoviendo la estupidez en todas las esferas.

En los partidos políticos, la gente se une a la ideología y no a la causa. Los diputados votan por inercia, no por haber estudiado lo que están por aprobar. Cierto candidato a alcalde me decía que lo importante era sacar a la persona del otro partido a como diera lugar, pero que él no tenía un plan para el municipio. ¡Claro que no iba a votar por un candidato sin nuevas ideas! Ahora, decir que el nuevo alcalde roba menos es normalizar la estupidez y esto socava nuestra capacidad de resolver nuestros propios problemas. Hay que analizarlo todo, leerlo todo, cuestionarlo todo. Hay que ser reflexivos antes de hablar y tener un pensamiento crítico para analizar lo que los políticos nos dicen. No repitamos lo que los otros dicen y hacen solo por tendencia. Tengamos nuestro propio criterio y así tendremos una sociedad más coherente y menos estúpida.

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Nelson López Rojas
Nelson López Rojas
Catedrático, escritor y traductor con amplia experiencia internacional. Es columnista y reportero para ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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