Nuestra tendencia es demonizarlos y a culparlos por todo, por costumbre: las extorsiones, los asesinatos, los 20 años de ARENA los 10 del Frente, la dolarización, el calor, etc. Pero, ¿nos habremos detenido a pensar que no solamente “los bichos” son los culpables de la violencia en el país? ¿Serán acaso otros entes los partícipes de la violencia? ¿Seremos nosotros los creadores de la violencia?
Luis Armando González en su libro “Violencia social, prevención de la violencia y escuela” esboza distintas definiciones de la violencia y a la vez explica la complejidad de dar una definición única. Les pregunté a mis alumnos que era la violencia y según ellos se debe incluir golpear, insultar, denigrar, ver de menos, maltratar física o emocionalmente, no tener una mente abierta hacia lo diferente, manifestar ira, odio o frustraciones, la falta de respeto y ni siquiera hay tolerancia.
Esta semana me puse a observar las diversas muestras de violencia con detenimiento y me doy cuenta que somos nosotros mismos los generadores de la misma. Y es esa violencia que generamos la que se repite: le grito a mi hijo en la casa y este exteriorizará su desencanto de alguna forma en la escuela donde el maestro lo reprimendará sin piedad y éste regresará a casa al círculo vicioso y así sucesivamente.
En concreto:
– Me regalaron una tarjeta para Vidal´s. El empleado me recibe y me dice que el corte de cabello y barba cuestan $17.50. Me pareció excesivo pero la tarjeta de regalo tenía $15 y me dije a mí mismo que dos dólares estaban dentro de lo que podía gastar. Al cobrar, el empleado me dice que le firme un recibo por $5. Le recuerdo que él me había dicho $2.50 y no 5. Me argumenta que me hicieron un tratamiento distinto y que ese valía más. Y firme. Me niego y viene la gerente a remediar la situación diciéndome que, tal como me habían informado, el precio era ese. Sin embargo me dice que me van a hacer el favor de arreglarme el precio. Me niego. Le dije que no quiero favores, sino que quiero pagar lo acordado. Al final accedió a aceptar su error, se disculpó y me prometió informar mejor a los clientes.
– Mi cuñada, al enterarse que su hija de 18 años había mandado dinero a un extorsionista, le propinaba tal paliza que se escuchó donde yo estaba, dos pisos arriba. Parecía aquel cuento de Salarrué donde el tata le pega a su hija violada. Bajo. Le digo firmemente que deje de golpearla pues los golpes no solucionan nada. Abrazo a mi sobrina y le digo que la quiero. Y la quiero, a pesar de sus errores.
– Un conductor imprudente se estacionó bloqueando a otro en el estacionamiento de la institución donde trabajo. El desafortunado conductor que había sido encajonado por el imprudente comenzó a tocar su bocina como si estuviera en un concurso de ruidos. Bajo. Me conmisero con él y le pido que deje de pitar, pues el hecho que está frustrado no le da derecho de quitarle la paz a docenas de personas a quienes importunó con su ruido.
– Un proletario que depende de su quincena para subsistir espera pacientemente, el lunes 18, su pago del 15. Horas después baja la dueña de la finca a decirle que no hay dinero y que venga después. El hombre tuvo la dignidad de expresar su descontento diciéndoles que le pudieron haber dicho eso al llegar a cobrar, no horas después.
– La señora de la esquina que vende comida, al ver que llegamos 4 personas, en carro, inmediatamente le sube el precio a la comida y se aprovecha de estos que “sí tienen” porque el odio de clases existe y persiste.
Cinco ejemplos puntuales que generan violencia de todo tipo. Estos hechos no son aislados e implican una necesaria reflexión nuestra y de todos los involucrados. Hay que decir algo o las cosas seguirán igual. Hay que conseguir que la gente paulatinamente cambie sus costumbres violentas y las conviertan en comportamientos socialmente estables.