Tal como fue la oposición a la dictadura militar en los años 70 y 80 del siglo pasado, la actual oposición a Bukele es heterogénea. Partidos, instituciones, personas y personalidades acuden al teatro de la opinión pública a mostrar su rechazo al Presidente. Tienen claro qué critican, qué no quieren, pero, aparte de su vaga defensa de los derechos humanos y la democracia, no sabemos qué alternativas prácticas proponen a las medidas de confinamiento impuestas por el actual gobierno.
El pensamiento político de la oposición a la dictadura militar tenía varías fuentes: el liberalismo democrático, la teología de la liberación, el marxismo. En la oposición actual pululan conservadores; restos de la vieja izquierda marxista devenida en gerontocracia socialdemócrata; fragmentos desorientados de una izquierda que rechaza al FMLN, pero que se muestra incapaz de encontrarse de nuevo a sí misma. Esta amalgama heterogénea, unida por su rechazo beligerante a Nayib Bukele, se aferra a los lenguajes del liberal constitucionalismo y a la defensa de los derechos humanos
Y aquel marxismo –que antaño, en nombre de las realidades materiales y los intereses clasistas desconfiaba de las enunciaciones abstractas de derechos, por considerarlas formas de falsa conciencia, anzuelos ideológicos para atrapar incautos– ¿dónde está?
Nuestra clase media –ya sea conservadora, socialdemócrata o marxista desconcertada– lucha porque tengamos una democracia real ya, es decir, una verdadera división de poderes, un estado civilizado en sus tratos con la sociedad civil, una opinión pública en la que todo el mundo sea un sensato miembro de la clase media como en Suecia, en suma, que ahora la suya es una utopía liberal constitucionalista y en torno a esta bandera libertaria se congregan (articulando un frente nacional semejante al de 1944) las voces unánimes de Norman Quijano, Mauricio Funes, Nidia Díaz, el Diario de Hoy, Elfaro, el Club de leones, la ANEP y el estado mayor de la UCA.
Este batiburrillo sociológico e ideológico se lo debemos en gran parte a la profunda torpeza política de Nayib Bukele y sus asesores. El rechazo que producen las decisiones del presidente, su manera verticalista y autoritaria de implementarlas y comunicarlas ha permitido constituir ese extraño bloque a cuya cabeza están la ANEP y los editorialistas del Diario de Hoy.
A estas alturas, los errores formales de Bukele son más que formales y se van quedando sin defensa, pero, también, a estas alturas, quedarse en la defensa abstracta de los principios del Estado de derecho y la democracia constitucional, sin tener una propuesta política que permita abrir paso a esa democracia real que tanto se desea, al final le deja la verdadera iniciativa política a los tradicionales grupos del poder oligárquico (disfrazados ahora de ovejitas liberales y constitucionalistas).
En este río revuelto, la ganancia será la de los pescadores de siempre, como habría dicho don Chamba Cayetano Carpio. No aprendemos.