Hoy en día, hablar de salud mental parece haberse convertido en una tendencia superficial, sin adentrarse en la verdadera complejidad de esta disciplina. En El Salvador y en varios países de Latinoamérica, a excepción de Argentina, la idea de visitar a un psicólogo o a un psiquiatra aún se considera algo reservado solo para “los que están fuera de sí”.
A lo largo de la historia y especialmente después de la pandemia, las tasas de suicidio han experimentado un preocupante aumento en todo el mundo. Numerosas familias han sufrido y siguen lidiando con esta triste realidad, que causa un profundo dolor en aquellos que quedan atrás cuando alguien decide quitarse la vida.
Resulta paradójico que, a pesar de estos alarmantes índices de suicidio, la depresión, la ansiedad y otros trastornos mentales continúen siendo percibidos, en pleno siglo XXI, como mitos o tabúes.
Es fundamental que la Psicología y la Psiquiatría se tomen más en serio, y como sociedad, debemos educarnos, crear conciencia y esforzarnos por prevenir situaciones que puedan desembocar en eventos tan trágicos como el suicidio.
En la sociedad latinoamericana, resulta difícil aceptar que los problemas de salud mental son igual de graves y relevantes que otras condiciones médicas como el cáncer, las enfermedades cardíacas o la diabetes. Comprender que el cerebro es un órgano crucial, tan vital como cualquier otro en nuestro cuerpo, es un paso esencial. Así como el riñón requiere equilibrio químico, el cerebro también necesita atención y cuidado.
Mientras la salud mental siga siendo un tema superficial, sin profundizar en su complejidad, y continúe siendo etiquetada como algo exclusivo para “personas con problemas”, las sociedades seguirán enfrentando tragedias causadas por la falta de acceso a tratamientos efectivos para la depresión, o porque quienes los necesitan optan por no buscar ayuda. Estos eventos lamentables evidencian un problema que, como mencioné al inicio, afecta en silencio a millones de personas en todo el mundo.