En el mes de febrero de 2016, visitó México y El Salvador la banda musical británica Iron Maiden, fundada hace más de treinta años; inició su concierto de heavy Metal en la ciudad de México, en el escenario se veía una selva maya, incluyendo una pirámide, casi igualita a la que había en la ciudad en que yo me crié, luego Bruce Dickenson interpretó la rola If Eternity Shoul fail .
Me puse a llorar con la primera estrofa:
“Aquí está el alma de un hombre
Aquí en este lugar para la toma
Vestido de blanco, de pie en la luz
Aquí está el alma de un hombre"
Me sentí identificado, yo era esa alma de ese guerrero sacrificado como ofrenda para los dioses, sentí orgullo de ser maya, una civilización perdida, que terminó de ser destrozada por la conquista española.
Me incorporé en el cuerpo de un muchacho mexicano que cantaba la rola a todo pulmón, esto me permitió sentir nuevamente la emoción de la música, las luces, el efecto de las cervezas que había tomado y el gentío en una noche estrellada. Esa noche goce bailando, junto con otros cientos de danzantes: saltaban, daban pasos en todas las direcciones, golpeaban con sus hombros a sus vecinos o los empujaban con las manos, lanzando gritos de rebeldía, lucha, alegría y dolor; sentí como el sudor corría por mi cuerpo. Me di cuenta que todo ese esfuerzo colectivo de la banda musical y el público, penetraba en la tierra y llegaba hasta donde están nuestros dioses; porque ellos no han muerto, están vivitos y coleando; olvidados sí, pero poderosos; dirigen: el sol, la luna, las estrellas, las nubes, las lluvias, las guerras, las cosechas, la felicidad o fracasos de la gente.
Después vi como los muchachos y muchachas (incluso viejos sesentones) salían sedientos de aventuras, bebidas alcohólicas y de hablar sobre las sensaciones y emociones que les había causado el concierto; caminaban juntos personas de varias naciones americanas, se comunicaban aunque no hablaran el mismo idioma, con gestos y gritos.
Entre el gentío vi a varias personas con los rasgos de mi raza, algunos eran mexicanos, otros guatemaltecos o salvadoreños; posiblemente no conocen la historia de su origen étnico, pero sintieron en su corazón la emoción de vivir aquella época, bajo los acordes de las guitarras y la batería.
Días después, me di una vuelta por el territorio salvadoreño, llegué a un lugar especial, histórico, le llaman “El Barrio”; hay unos restaurantes con nombres raros como “Leyendas”, “Medieval”, “Café La T”, “Open Main” y “Sin Permiso”. Me llamó la atención el bullón que provenía del Medieval, era heavy metal; decenas de muchachos y muchachas disfrutaban de un homenaje a la banda Iron Maiden, varios llevaban camisetas negras con este nombre; escuché que venían del concierto de esta banda, la mayoría eran salvadoreños, otros eran hondureños y guatemaltecos; había varios profesionales, especialmente médicos e ingenieros.