sábado, 13 abril 2024

«Moronga», la nueva novela de Castellanos Moya

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El novelista salvadoreño nos introduce en un «laberinto de espejos», en Moronga, donde el lector se verá enfrentado con el plano de la ficción y el plano de la historia, y se preguntará ¿cuál es la verdad? y ¿cuál es la realidad?

Los nombres

«Nuestros nombres», una de las canciones más emblemáticas de Héroes del Silencio, la famosa banda española de los años noventa, en uno de sus estribillos dice: Y no sabemos ni nuestros nombres, / no ignoramos nuestros excesos; / pero tu sola presencia me enferma / y me vací­a… Esta canción, tema que abre su tercer álbum de estudio «El espí­ritu del vino» (1993), podrí­a ser también el soundtrack de entrada para la más reciente novela de Horacio Castellanos Moya: Moronga (Random House, 2018). Los nombres e identidades de los personajes poco importan en esta novela trepidante y febril, acompasada por los tiempos internos de sus personajes atormentados y determinados por un pasado a veces trágico, a veces irrisorio.

Moronga consta de tres partes, y de tres tiempos, así­ lo señala Carlos Pardo en su artí­culo «Suma narrativa», reseña publicada en «Babelia», el suplemento cultural del periódico español El Paí­s: «”¦uno serí­a el presente de la acción, en sospecha; otro, el recuerdo impreciso de los escarceos de los personajes la noche anterior, y un nivel más profundo, el recuerdo de la guerra de El Salvador». La primera parte de la novela cuenta la vida de José Zeledón, un exguerrillero salvadoreño, cuya gris y anónima vida, se desarrolla sin mayores ví­nculos en el contexto de Estados Unidos, su existencia dañada por un pasado violento del que pretende huir, lo lleva de Texas hacia Wisconsin, para llegar a la pequeña ciudad universitaria de Merlow City, donde un excompañero de guerrilla le ha conseguido un trabajo como conductor de un bus escolar, el encuentro con este compañero, nos introduce en una atmósfera enrarecida, donde los nombres y las identidades se diluyen o sufren una completa metamorfosis:

“¦ahora se llamaba Esteban. Lo que no importaba, porque Rudy tampoco era su nombre, sino el seudónimo que más le duró durante la guerra. Ni él ni yo recuperarí­amos jamás nuestros nombres originales. Nada tení­an que ver ya con nosotros.

Zeledón es un personaje que ya ha aparecido en la novelí­stica de Castellanos Moya, es conocido como «El Teniente» en El arma en el hombre (Tusquets, 2001); como «Joselito» en La sirvienta y el luchador (Tusquets, 2011). Aunque aquí­, en Moronga, es un personaje más bien trágico: por un lado sus idas y venidas como conductor de un bus escolar, su trabajo eventual como taxista y por otro, el encierro constante en su habitación, mientras ve series como Breaking Bad o La ley y el orden, para de esa manera, acallar su mente de la desgarradura de la guerra en El Salvador; sin embargo, como bien declaró Castellanos Moya en la entrevista que le concedió al periódico español El Cultural, Zeledón es un personaje un tanto cercano al Orestes de la tragedia griega; tanto Eurí­pides como Esquilo, presentan un Orestes que mata a su madre Clitemnestra, sin saber él, que se trataba de su madre, y posteriormente es perseguido por las Erinias enjuiciadoras del crimen, que persiguen a los hombres culpables hasta volverlos locos.

Y así­ como en la tragedia griega, en la vida real, o los relatos de ficción, la vida humana también consta de los abismos del tiempo, de ese  otro tiempo más fragmentario y entrañado que es el tiempo de la memoria, tiempo encarnado en los infiernos interiores, de los cuales, únicamente cada uno sabe en su soledad. La herida de Zeledón lo ha encerrado en el silencio, en una vida medrosa y desconfiada, donde el ví­nculo con el otro queda reducido a una esfera mecánica y utilitaria, sin que con ello consiga escapar de su pasado; posteriormente acogido al  estatus de protección temporal (TPS), realiza otros oficios como miembro de un programa de vigilancia informático, en la institución universitaria Merlow College, donde se encontrará con otro compatriota salvadoreño, el profesor Erasmo Aragón, quien investiga los pormenores del asesinato del poeta salvadoreño Roque Dalton.

Erasmo Aragón es el personaje central de El sueño del retorno (Tusquets, 2013), la anterior novela de Castellanos Moya; en Moronga  abre la segunda parte, cuando al salir de Merlow City, se dirige hacia Washington para investigar los detalles del asesinato de Roque Dalton en  los archivos de la CIA. Contrario al silencioso Zeledón, Aragón es un personaje verborreico y obsesivo, padece constantemente de delirio de persecución e interpreta de mil maneras cada uno de los hechos de su vida y de su estancia en Washington. Su investigación se verá interrumpida por la aparición de Mina, una inquietante y sofisticada mujer, quien no se sabe si es quien dice ser. Hacia el final de su relato, Aragón recuerda profundamente su vida en El Salvador, dejada atrás, como algo de lo que se ha huido, mientras escucha la canción «Blue Valentine», de Tom Waits, donde hay una frase emblemática que dice: Por eso estoy huyendo y cambié mi nombre.

La  parte final o epí­logo, llamada «El tirador oculto», es un informe policial que detalla, de manera pormenorizada, el desenlace de toda una trama inquietante e insospechada, donde la paranoia de los personajes y los hechos en sí­, se desdibujan, dando como resultado una factura narrativa de alto nivel, contada a tres voces y en tres tiempos distintos, cuyo soundtrack final podrí­a ser el estribillo de aquella canción del grupo Bronco, de Nuevo León, México, que dice: Que no quede huella, que no, que no, que no quede huella.

Acerca de la verdad y el delirio

Remo Bodei, el filósofo italiano, señala que el delirio toma su nombre de una metáfora campesina, delirar proviene de delirare, que significa salirse del surco, el prefijo de significa alejamiento, privación. Lira  hace referencia al instrumento musical de cuerdas de la antigua Grecia,  ancestro del arpa, pero también puede significar surco, apertura de la tierra en filas para la siembra. Delirar significarí­a sobrepasar la lira o porción de tierra entre dos surcos; en la Odisea,  Ulises araba en la arena para fingirse loco. Según Bodei, la idea de salirse del sembrado engloba dos connotaciones importantes: el exceso y la esterilidad.

El delirio podrí­amos entenderlo entonces como una salida o un escape de la racionalidad que otorga orden y sentido a la vida; alejarse de la Lira, del camino socialmente trazado, conlleva a un lugar entre  dos surcos, que podrí­an ser el de la realidad y el de la fantasí­a, de esta manera, la interpretación de los hechos de la realidad puede ser antojadiza, el delirante se afana en perseguir o verse perseguido por un  exceso. Justamente esta persecución desbordante es la que caracteriza a  los personajes de Moronga, quienes, envueltos en el torbellino de los hechos, sospechan de sí­ mismos y de su propio juicio, dudando si aquello que están viviendo es o no es real. Pero este juego entre «lo real» y el «delirio», entre  la verdad y la ficción, es uno de los mayores aciertos de esta novela, la cual posee la seducción de confundir el plano de la realidad y el plano de la ficción, cuestionando en esta confusión el estatuto de realidad, pero no sólo eso, sino también cuestionando al mismo tiempo el  estatuto de la historia, ya que irremediablemente, Castellanos Moya nos  introduce en un «laberinto de espejos», donde el lector se verá enfrentado con el plano de la ficción y el plano de la historia, y se preguntará ¿cuál es la verdad? y ¿cuál es la realidad?; sin embargo, tal  como ha señalado Evelyn Galindo en su columna de La Prensa Gráfica «Mientras leo Moronga de Horacio Castellanos Moya»:

 En un libro como Moronga  no hay un compromiso de Moya para contar «la verdad» [“¦] pero es claro que la literatura tiene un papel importante en la constitución de la memoria [“¦] la ficción puede ser una manera más honesta y ética de tratar al pasado porque no pretende ser más que una versión subjetiva de  lo que pasó.

En mi opinión, esta novela de Castellanos Moya, sugiere un posible contrapunto dado este roce que plantea entre la ficción y la historia; por  un lado, el «Tiempo de Cronos» (tiempo cronológico o Historia oficial);  y por otro lado, lo que podrí­amos llamar «Tiempo del abismo» (tiempo interior de la memoria). En el tiempo cronológico ocurre la repetición del mito griego de Cronos, dios del tiempo, cuya crueldad lo lleva a devorar a sus hijos, tal como ocurre con la Historia oficial, que ensombrece y devora las pequeñas historias de los personajes anónimos, relegados en la periferia de la luz de la Gran Historia. En este océano de sombra, que bordea el cí­rculo de la luz de la Gran Historia, hay distintas historias que pueden ser las voces plurales de una guerra centroamericana, la derrota vital de un Zeledón, y no el gran «testimonio» de un protagonista de la guerra.

El «Tiempo de Cronos» puede tratarse de los personajes, iluminados y bajo-foco, en el escenario de la Historia, partí­cipes de unos «Acuerdos de Paz» o de una «Revolución», que como cualquier otra revolución, «ha devorado a sus mejores hijos»; tal como ocurrió con el asesinato del poeta Roque Dalton, cuyos culpables parecen haber sido colocados en el extremo más infame de los ganadores de la Historia.

Este otro «Tiempo del abismo», sugerido en las memorias más í­ntimas de los personajes de Moronga,  se tratarí­a del tiempo encarnado, el de los infiernos interiores (individuales y colectivos), que claman por ser liberados a través de otras voces distintas de la voz monocorde de la Historia oficial.

El filósofo Walter Benjamin habla de la constitución de otra historia desde la memoria individual, la voz de cada persona es un fragmento para armar un relato, a muchas voces en este otro modo de entender la historia; entonces, podrí­amos decir con él, que esta otra historia  que imaginamos podrí­a tratarse de un coro, una unidad musical constituida de fragmentos, donde cada historia individual serí­a una voz participando en la unidad coral de esta otra historia que se cuenta a muchas voces.

Moronga, finalmente, refleja un «espí­ritu de la época», tal como ha dicho el mismo autor en la presentación de la novela, en España, en Casa América. En mi opinión, este espí­ritu de la época que presenta la novela, puede verse reflejado en la intersección de planos, entre la vida privada y la vida pública propia de las sociedades panópticas  o sociedades de vigilancia y de control, cuyo asedio pone en evidencia la falsación ideológica de los discursos democráticos de í­ndole contractual; también se refleja en señalar a la migración como telón de fondo a consecuencia del fracaso de los proyectos polí­tico-económicos en los paí­ses de origen, y la posterior inadaptación  de las personas a las sociedades de llegada; en la exposición de las sociedades telemáticas,  donde la vida social concurre frente a una pantalla permanente que absorbe el ví­nculo inmediato con el otro, y lo recicla por un ví­nculo virtual y narcisista; en el reciclamiento de la violencia (término utilizado por el autor), que se refiere a la re-actualización del rol violento de los personajes en otros contextos, acompañado de una  degeneración ética de éstos; y finalmente, en la desubstanciación del yo que es la erradicación de todo arraigo de toda identidad y de toda ética que pudo haberse tenido en el pasado.

Sin duda, Moronga,  de Horacio Castellanos Moya, es una novela altamente recomendada para leerla y releerla, porque desde el plano de la ficción plantea preguntas  acerca de la historia, la verdad, la identidad y la posibilidad de re-pensar las sociedades centroamericanas de posguerra, ya no desde el discurso triunfal de la «Paz», sino de la derrota.

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Erick Chávez Salguero
Erick Chávez Salguero
Escritor y columnista
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