Algunos consideran el colmo de la lucidez describir las cualidades personales de aquellos políticos que poseen una biografía siniestra. Y es cierto, los criminales de guerra tienen su corazoncito: a lo mejor les gusta Leo Dan, cultivan tomates en su jardín y llevan a sus hijos a todos los estrenos de las películas de Walt Disney ¿Por qué no?
A Hannah Arendt la criticaron en su momento por decir que Adolf Eichmann –el nazi encargado de instrumentar el asesinato de millones de judíos¬– no era un demonio, sino que una persona mediocre con las cualidades y la determinación suficientes para hacer carrera dentro del aparato del partido nazi. Arendt, al contrario de quienes pintan una imagen positiva del Mayor Roberto D´Aubuisson, al reconocer la humanidad de Eichmann no pretendía justificar al criminal de guerra sino que apuntalar la idea de que cualquiera –ese señor que pasea a su perro, ese muchacho que escucha a Wagner, ese gris empleado público, esa jovencita que lee Werther– puede llegar a convertirse en un monstruo.
Los muchachos que masacraron viejos y niños y mujeres en El Mozote no eran figuras salidas del averno, eras sujetos cuya mente y conducta habían sido deformadas institucionalmente. Cinco años atrás, esos muchachos hacían lo que hacen todos los muchachos: ayudar a sus padres en las tareas agrícolas, acudir a la escuela secundaria, jugar al futbol, etcétera.
Esta comprensión que nos permite ver a los verdugos como creaturas forjadas por las instituciones no los absuelve de sus crímenes porque un soldado siempre puede negarse a matar a un niño o siempre puede negarse a matar a un enemigo rendido y desarmado.
Quienes intentan vendernos las cualidades humanas del presunto autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero, pasan del elogio a una defensa que pretende atenuar el peso de las pruebas y los testimonios que lo inculpan. Ya ubicados en este terreno legal nos hablan de lo viciadas que estan algunas evidencias y lo dudosas que son algunas acusaciones, pero, sobre todo, nos dicen, frente al Mayor hay que mantener en alto el principio de la presunción de inocencia y recordar que nunca fue condenado por los tribunales. Estos argumentos no pueden desatenderse, al menos en el plano abstracto. El problema es que si examinamos el asesinato de Monseñor Romero, desde un punto de vista histórico-judicial, deberá admitirse que la investigación de su muerte fue obstaculizada por el poder ejecutivo de aquella época. Algunas instancias del Estado hicieron todo lo posible para borrar las pruebas, eliminar testigos y amenazar a los jueces al frente de la investigación. En tales circunstancias, hablar de la presunción de inocencia del Mayor Roberto D´Aubuisson no deja de ser una muestra de humor negro. Conservó la suya en términos legales porque se amenazó a quienes debían haberlo juzgado. En aquel clima de impunidad, la mayoría de criminales de guerra nunca fue a juicio, de ahí que tantos asesinos ahora exijan que se respete su presunta inocencia