El Salvador es un país que olvida pronto a sus grandes hombres. Falta memoria y humildad para reconocer el aporte que muchos han dado a esta nación, uno de ellos es el caso de monseñor Arturo Rivera y Damas, quien el próximo 30 de septiembre hubiese cumplido 96 años, un hombre que dedicó su vida y sus mejores esfuerzos a humanizar el país desde la perspectiva del evangelio de Jesucristo.
Rivera y Damas fue un destacado sacerdote, doctor en derecho canónico, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San Salvador, obispo de Santiago de María, administrador apostólico de la arquidiócesis y arzobispo de la misma, sin contar los varios cargos pastorales que ejerció en el ámbito de Centro y Sur América.
El compromiso cristiano con el que vivió lo llevó a enfrentar incomprensiones, interpretaciones interesadas y hasta acusaciones infundadas, a pesar de ello se mantuvo fiel al magisterio de la iglesia.
Como obispo auxiliar, acompañó a monseñor Luis Chávez y González, durante 18 años, en los esfuerzos para impulsar la línea pastoral de la arquidiócesis en concordancia con las enseñanzas de Vaticano II y la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en 1968 en Medellín. Este esfuerzo implicó renovar la formación de sacerdotes y capacitar agentes de pastoral en todas las parroquias y territorios de la arquidiócesis. Trabajó en la formación católica de universitarios y jóvenes políticos, para que en su acción hicieran valer los principios cristianos.
El impulso, que junto a su obispo, dieron a la pastoral de la Arquidiócesis, le valió una férrea oposición a su nombramiento de arzobispo, cuando era el candidato natural al retirarse monseñor Chávez y González, el veto vino de los sectores más poderosos y conservadores de la sociedad, estos se impusieron y lograron el nombramiento de Monseñor Romero como arzobispo, mientras que Monseñor Rivera fue nombrado obispo de Santiago de María, él relató cómo vivió estos acontecimientos de la siguiente manera:
“Dentro de la lógica humana, todos entendían que el sucesor del arzobispo Mons. Chávez y González debía ser el obispo auxiliar que con él trabajo en la arquidiócesis, durante más de dieciocho años. La lógica de Dios desconcierta a los hombres. El nombramiento de monseñor Romero para el arzobispado de San Salvador me sorprendió. Lo confieso”
“por eso en la Santa Misa que celebré aquella mañana del día en que él fue nombrado arzobispo, le pedía al Señor vencer cualquier pasión humana y ponerme a disposición del nuevo arzobispo, para seguir construyendo el reinado de Dios en la comunidad de hermanos en la fe, en la Iglesia.”
Siendo obispo de Santiago de María apoyo la prédica y actuar pastoral de monseñor Romero al frente de la Arquidiócesis, estuvo con él cuando sufrió las incomprensiones de sus demás hermanos en el obispado. En el Diario Pastoral de monseñor Romero se lee: jueves, 6 de abril de 1978.
“Y por la tarde, después de San Rafael Cedros, nos fuimos a Santiago de María donde conversé con monseñor Rivera, sobre todo, sobre el desagradable incidente de la publicación de la carta de los obispos al señor Nuncio. Éste y otros temas que nos preocupan mucho como pastores en este ambiente de desunión de la Conferencia Episcopal, nos llevaron a compartir casi una hora de conversación y después nos invitó a la cena y regresé ya muy noche. Para colmo se fue una llanta en el camino y llegamos como a las once de la noche a mi residencia."
Entre ambos existió una gran fraternidad sacerdotal, así se desprende, siempre siguiendo el diario pastoral de monseñor Romero, que al referirse en a la reunión de la Conferencia Episcopal en la que se nombraron los representantes de la Conferencia en la reunión del Episcopado Latinoamericano a celebrarse en Puebla, nos dice Monseñor Romero:
Lunes, 17 de abril:
“Tengo la impresión de que también en esta reunión de obispos existieron antes de la reunión alguna manipulaciones, ya que la votación para el delegado pareció muy de acuerdo entre Mons. Aparicio, Barrera y Álvarez, que dieron su voto por Mons. Revelo, ganando naturalmente contra el voto de Mons. Rivera, Revelo y mío. Resultando que Mons. Revelo obtuvo tres votos; Mons. Rivera dos, que posiblemente fueron el de Mons. Revelo y el mío y yo que obtuve un voto, que sin duda fue el de Mons. Rivera”
Juntos publicaron la célebre carta pastoral "La Iglesia y las Organizaciones Populares", que si bien les granjeó el respeto y admiración de los sectores populares, académicos, progresistas, nacional e internacionalmente, también les trajo toda serie de acusaciones, insultos y amenazas.
Pese a todo mantuvo fielmente su apoyo a Monseñor Romero, nuestro próximo santo. Él fue el artificie de la postulación para su beatificación. El padre Hernández Pico nos recuerda que en su homilía del 26 de noviembre de 1994, la que a la postre sería su última prédica en catedral, dijo: "Ilusionado por ver en los altares a su antecesor mártir, Monseñor Romero, habló de cómo iba su proceso de beatificación: ya estaba en Roma y durante su estancia había dado recomendaciones a varios expertos para acelerar los trámites del proceso"
Pese a la oposición de los sectores de siempre, el papa Juan Pablo II lo nombró Arzobispo de la Arquidiócesis en febrero de 1983, después de casi dos de fungir como Administrador Apostólico. Desde su llegada a la Arquidiócesis impulsó el dialogo y la negociación como el único camino para terminar con la guerra civil que consumía al país. Nuevamente la acusaciones y amenazas no se hicieron esperar, pero convencido de que este era el camino que pedía el evangelio, continuó sin tregua impulsándolo, bregando por humanizar el conflicto, pidiendo el respeto a los derechos humanos de manera irrestricta, busco incansablemente acercar a las partes beligerantes.
Fue así como en octubre de 1984 logró que por primera vez, el gobierno y la guerrilla se sentaran a dialogar en el templo parroquial de La Palma, iniciando un camino, que pese a los múltiples obstáculos concluyó en enero de 1992 con la firma de los Acuerdos de Paz. Dos años después el 26 de noviembre moría, como un hombre, un sacerdote, un obispo que había cumplido la misión encomendada por Dios, al servicio de este país.