Mónica Tambini: una mujer entre dos pasiones

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Hija de magistrados, Mónica estaba condenada a ser abogada, profesión que disfruta, pero que sin embargo supo sacarle la vuelta a través del arte. "Desde siempre tuve vocación por el arte", dijo Tambini.

Por Hans Alejandro Herrera Núñez


Lo último que uno pensaría al entrar en una notaría es saber que en lo recóndito de sus oficinas, agazapado en un rincón, se encuentra un taller de pintura. Ese es el secreto envuelto en un misterio de la notaría Tambini. Con jornadas laborales extenuantes, la notaria Mónica Tambini trabaja dando fe de testamentos, contratos, expedientes voluminosos, armada solo de una pluma cuya tinta dura entre dos y tres días de solo firmar; su único descanso se halla en su otra pasión: la pintura.

Mónica en pocos años se ha hecho rápidamente de un nombre y ya ha expuesto en mercados como Italia. Sus cuadros viajan de Lima a las salas de hogares en Madrid o Barcelona. Entretanto en su despacho de notaria no dejan de llegar carpetas aguardando la firma de su mano que nunca se cansa.

“Mira como todo el tiempo estoy firmando. Una bendición de Dios.” Me comenta mientras siguen llegando torres de carpetas de documentos a firmar. ¿Cuántas veces firmas al día? Le pregunto. “Depende” me responde sin dejar de firmar “pueden ser quinientas firmas o mil quinientas o dos mil firmas en un solo día. Pero cuando hay licitaciones serán unas diez mil firmas.” Un lapicero dura en sus manos dos a tres días. No más.

Cuando hacía licitaciones públicas Mónica se iba al Congreso, a PetroPerú, a atender compras de petróleo, contrataciones del Estado. Días larguísimos. Una semana laboral suya podía durar entre 80 y 90 horas.

“De hecho muchos de los notarios padecemos de tendinitis. Por ejemplo es frecuente que el dedo medio no lo puedan levantar. Hasta hacen terapia. Porque siempre están en una posición, la de firmar. Pero lo que pasa conmigo es que si descanso, pinto. En realidad termino un trabajo para comenzar otro. Termino una pasión para terminar otra pasión. Soy una mujer que está entre sus dos pasiones.”

Su mano le exige mucho esfuerzo físico. La postura de la mano frente a un pincel al pintar o una pluma al firmar es totalmente diferente. Mientras en una es una actitud más mecánica, la de firmar, en la pintura exige dejarse llevar por la intuición de un trazo. Una idea en forma de flor que va tomando formas.

La notaría siempre está llena de gente. A ojo de buen cubero trabajan 50 personas, o aunque fácilmente podrían ser más. El día es agitado y los papeles no dejan de llegar a su despacho.

Como buena profesional, Mónica es muy minuciosa. Tiene en una agenda su lista de pendientes, citas, balances financieros y aspectos a mejorar. Su día está cronometrado al detalle. “Pero la pintura me permite salirme de la línea”. Y fue en la pintura que comenzó a desfogarse pintando flores. “Yo puedo pintar la flor del color que me de la gana, del tamaño que me dé la gana, en el estado que me de la gana: siendo una semilla, floreciendo, como solo un pétalo o un pistilo. Lo que a mí se me antoje.”

Sus flores de su último período aunque abstractas no pierden la forma figurativa.

Mónica ya es reconocida por las flores en la pintura, como una marca de estilo. Si es una flor y tiene un toque abstracto de ensoñación de colores seguramente es un Tambini. En Italia las pinturas de su colección llamada Otoño Invierno ganaron reconocimiento a la pasión de su pintura. Desgarro es una de ellas.

En 2017 expone su primera colectiva, en 2018 su primera individual y hasta ahora no ha parado. En 2018 su individual fue Pintando sueños pero a la vez creó el taller de experiencia de Pinta con alguien que amas que atrajo a la pintura a parejas y familias a la pintura.

Su Templo es su taller. En una habitación aledaña a su despacho, bajando unas escaleras nos encontramos ante sus cuadros en preparación. También cerámicas de animales fitofagos. Los colores resplandecen. Azul, amarillo, blanco, mucho blanco y plateado. No hay mucho espacio para la oscuridad dentro de esos rectángulos que enmarcan sus flores y que van de un metro o metro y medio o hasta dos metros de largo. El lugar huele a pintura fresca. Un guardapolvo la espera apenas termine su trabajo. “Le llamo mi templo, y cuando entra alguien buscando mi firma para algún documento, y yo estoy pintando en ese momento, siento que entran a mi templo. Porque es mi arte y representa mi espíritu, y están tocando mi alma”. Pero ¿qué es esto? ¿Es acaso el backstage de una notaría? “Son dos mundos distintos en una misma persona” me responde Mónica “hay distintos caminos, vericuetos, algunos escondidos, algunos mostrables. Algunos abiertos, algunos cerrados. Entonces, creo que el arte tiene una gran reserva que es tan personal que llega un momento que es la exposición de tu arte, en que expones tu alma. Y yo he tenido miedo de exponer. Cuando alguien pública un libro o expone una muestra de pintura o estrena una película, acaso no siente miedo. Miedo no de mostrarse al ojo ajeno, sino de mostrarse a la perversidad ajena o a la bondad ajena. Por eso siempre me da temor, porque no sabes, no mides que existe gente que te puede mirar bonito y hay gente que te puede mirar perversamente. Dentro de la perversidad podemos encontrar los sentimientos más adversos, ahí puede estar la envidia como el desearte el mal, un sentimiento torcido. De ahí que cuando expones, expones tu alma y también te expones a qué te digan ‘que feo tu trabajo’ o ‘que horrible ‘ o ‘mira esta que se cree pintora’. Y sin embargo ello me he atrevido, lo he hecho, o sea he pintado: me he atrevido.”

Sobre sus comienzos cómo artista Mónica menciona: “Lo que parecía un sueño imposible de alcanzar le puse una fecha de estreno y lo estrene. Entonces ya no es un sueño, es una realidad”.

Hija de magistrados, Mónica estaba condenada a ser abogada, profesión que disfruta, pero que sin embargo supo sacarle la vuelta a través del arte. “Desde siempre tuve vocación por el arte, hacia todas las artes: música, literatura, poesía. Escribí un diario desde los 8 o 9 años.” Entre las primeras cosas que registró Mónica en su diario fue la mudanza de su familia de Huancayo a Lima, “y ver cómo en el camión se iban todas nuestras cosas mientras nosotros nos íbamos en auto aparte siguiendo a los camiones, y recordando clarito como mi padre nos decía ‘de repente el camión se pierde con todas nuestras pertenencias’. Y precisamente ese episodio de mi vida era como mudar mi vida.”

Ya adolescente comenzó a escuchar música con mensaje, la nueva trova y a acercarse al teatro. De Charly García a Pablo Milanés pasando por Mercedes Sosa o leyendo la vida de Violeta Parra.

Pero también años de miedo, de apagones y balas.

En los años ochenta participaría en el teatro. Teatro con mensaje en una época especialmente peligrosa. Con una postura más de izquierda, pero hija entonces de un diputado aprista. La situación del país se complicaba en todos los frentes sin que se afectara la vocación artística de Mónica. Sin embargo el peligro acechaba. La madre de Mónica era ascendida a jueza de antiterrorismo, con todas las amenazas que ello involucraba. Por otra parte algunos compañeros de la universidad de Mónica los vio caer presos. “Eran mis compañeros de universidad, mis compañeros de carpeta. Me dió una pena que acabarán así, porque sus corazones y almas eran tan rebeldes como el mío, pero sin embargo ellos dieron un paso más allá al vincularse con gente más radical. Creo que fue el convencimiento y el agruparse en estos grupos que terminaron ejecutando acciones y medidas de cambio que no llevaron a nada.”

Respecto a un caso en especial Mónica recuerda que “ya había terminado la universidad y estaba haciendo teatro contestatario cuando una amiga me llama y me dice que debemos reunirnos. Yo pensé que era para vernos en plan de amigos que se extrañan, pero no, a los días me entero que habían tomado presos a nuestros amigos de la universidad. Y dentro de ellos mi amiga con lo que había hablado por teléfono. Fue así como me enteré que mi gran amiga terminó presa, luego le dió cáncer, ella se embarazó de una persona también de la misma convicción política y luego le dieron un indulto humanitario y ella salió, pero finalmente falleció en casa. Pero me daba pena que estuviera interna en neoplásicas. Cuando salí elegida notaria ahí recién me enteré que había fallecido, tenía ella 28 años. Sin embargo me hizo llegar un regalo que hizo en la cárcel con sus manos, y me puso una nota que la tengo aquí”. Mónica va a buscar ese recuerdo. De su biblioteca, al frente de su oficina guarda con cuidado ese último regalo de una amiga del pasado: una muñeca de trapo. Una muñeca que su amiga tejió. “Acá te juro que siento las manos de mi amiga. Porque ella tejió pelito por pelito”. La nota en papel amarillento aún se lee con claridad el mensaje de su amiga como una voz congelada en el tiempo:

«Recibe mi fuerte abrazo y mi gratitud que me has brindado. Decirte que la amistad que un día iniciamos se proyecta al futuro en nuestras sonrisas, en nuestros cantos, en saber que siempre podemos encontrar esa mano que nos dé fuerza y esa voz de aliento en los momentos más duros de mi vida. He encontrado a los verdaderos amigos, y tú eres una de ellas. Te dejo un pequeño presente para que siempre seamos como los niños, ellos saben dar alegría. Y que nuestros ojos estén siempre llenos de luz y esperanza. Seguro que un día nos sentaremos juntas y podremos charlar como en otros días.

Un fuerte abrazo y un beso a tus niñas.

Tu amiga.

Ana»

Mónica toma la muñeca con amor, la abraza como si abrazara a su amiga. Sus experiencias forjaron a Mónica a vincularse más con todo lo que fuera sensible y permita que la persona trascienda.

“Todo es una oportunidad para generar riqueza. Con el arte también. En el arte uno se desprende y comparte su sapiencia. Porque a veces somos muy egoístas y decimos ‘no, que comercializar el arte es como prostituir el alma’, eso es lo que pensábamos antes. Yo creo que es egoísta pensar así. Cuánto más gente conozca de tu arte, cuanto a más hogares llegues… Yo me siento honrada de saber que mis cuadros, que se lleva una parte de mi alma, son parte de una mesa, de una sala, de una casa. En verdad me siento honrada de ser parte de una mesa, de una conversación, dónde estás tú presente, no solo tu obra sino tu nombre”.

La pintura y la literatura quizá sean como una muñeca de trapo tejida en la cárcel. Es algo concreto que escapa de entre los barrotes del tiempo permitiendo que la persona trascienda en un objeto sensible llamado arte. Es eso y la esperanza. La alegría de alguien que nos dice te quiero y poder ser capaz uno de oírlo, sentirlo en nuestras vidas y continuar.

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Hans Alejandro Herrera
Hans Alejandro Herrera
Consultor editorial y periodista cultural, enfocado a autoras latinoamericanas, Chesterton y Bolaño. Colaborador de ContraPunto
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