martes, 16 abril 2024
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Mi recuerdo de Ellacurí­a y sus compañeros jesuitas

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El 16 de noviembre recién pasado se conmemoró el XXVII Aniversario del asesinato de los jesuitas de la UCA, lo mismo que de Elba y Celina Maricet Ramos. En este XXVII Aniversario de su asesinato me he tomado un tiempo –como en otras ocasiones—para meditar sobre algunos de los aspectos que más recuerdo de esos hombres de saber y de compromiso ético extraordinario.

Inmediatamente, lo que viene a mi mente es que fueron eso: hombres de saber y de compromiso ético. Lo primero lo cultivaron con rigor, disciplina, dedicación y constancia. Lo segundo poní­a de manifiesto sus valores más profundos, entre los cuales la justicia ocupó un lugar primordial.

No eludieron los conflictos ni evitaron tomar posición cuando consideraron –desde su saber y desde su compromiso ético— que era necesario hacerlo. No jugaron a la neutralidad o a considerar que todos los actores nacionales o internacionales eran igualmente malos o lo eran en términos absolutos.  Desde el criterio de lo que era mejor para la mayor parte de salvadoreños juzgaron a los actores polí­ticos y económicos. Y estuvieron dispuestos a acompañar crí­ticamente a actores y proyectos que estuvieran en mejor sintoní­a con los intereses y bienestar de los sectores sociales mayoritarios.

Fueron realistas acerca de lo que se podí­a conseguir en cada momento histórico, dados los condicionamientos, márgenes de maniobra y limitaciones humanas propios de cada época y circunstancia. Ellacurí­a decí­a frecuentemente en sus clases que la realidad histórica y personal da de sí­ aquello que está en el marco de sus posibilidades. Y este realismo le permitió medirle el pulso al paí­s y sumar las capacidades de la UCA a esfuerzos de envergadura nacional como, por ejemplo, la (frustrada) Transformación Agraria del gobierno del coronel  Molina o la iniciativa de  Monseñor Arturo Rivera Damas con el Comité Permanente del Debate Nacional por la Paz (CPDN).

Ante juicios generales, globales y carentes de matices Ellecurí­a replicaba con una de sus frases preferidas: “distingo”, decí­a.

En todo caso, la posición más cómoda es la del “francotirador”: desde la colina inaccesible (protegida, blindada) en la que se encuentra situado puede disparar sus dardos demoledores a todo lo que se mueve en lo que a si juicio es un lodazal en el que todos son iguales en bajeza, incompetencia y desaciertos. Como no va al fango, nunca se ensucia. Y desde el resguardo de su trinchera, denuncia la suciedad de los demás.

Por lo anterior, los juicios absolutos y las posturas fanáticas en polí­tica eran algo no bien visto por estos hombres razonables, crí­ticos y realistas. Ellacurí­a, por ejemplo, hací­a gala de un pragmatismo que chocaba con el fanatismo prevaleciente en las décadas de los setenta y los ochenta. “Realismo pragmático”, decí­a.

En fin, estos recuerdos me vienen a la memoria en este mes de noviembre. Fui un privilegiado al tener como maestros a algunos de ellos. Su pasión por El Salvador me impactó desde el principio y por eso les estoy agradecido como salvadoreño.

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Luis Armando González
Luis Armando González
Columnista Contrapunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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