Por: Gabriel Otero
La noche del cinco de enero significa la espera para millones de niños, la ilusión de que Melchor, Gaspar y Baltasar sigan la estrella de Belén y lleguen a sus casas con oro, incienso, mirra y uno que otro juguetito porque todo el año se esforzaron por portarse bien.
Por ello mandaron sus cartas a los Santos Reyes: las dejaron en zapatos y calcetines para que personajes invisibles se las susurraran al oído, las enviaron por cielo a través de globos multicolores hasta llegar al sol o usaron el correo tradicional urgiendo al cartero llevarlas al lugar mítico de la ensoñación. Los más modernos utilizaron el correo electrónico ¿Quién dice que en el Lejano Oriente no existe la tecnología?
La magia siempre es posible cuando se cree en ella, la capacidad de asombro de los niños es la añoranza de los adultos, crecemos y enterramos la ingenuidad intentando razonar lo inexplicable, aplicamos métodos científicos en territorios oníricos como si no fuera suficiente enfrentarnos con el rostro de la realidad.
La imaginación es el asidero de las mentes sanas, lo único que nos hará perdurar como especie mientras nuestra energía vital se transforma en agua o en pasto, ese del que se alimentan los camellos en los que viajan los Reyes Magos en su largo peregrinar.
A los Reyes, se les ha visto en el firmamento, se les ha escuchado hablar en lenguas extrañas preguntando por el niño Jesús, cargan dones y obsequios, son emisarios de la buena voluntad, la que prevalece inerte en el universo, la que omitimos en nuestro diario actuar.
Y el seis de enero llegan al pesebre, a casas y a edificios, a barriadas y a ciudades perdidas, al campo y a las rancherías, a ofrecerle tributo a los otros reyes y reinas, a nuestros hijos, a los que escaparon de la ira del maniaco depresivo de Herodes.
Y a la hora del crepúsculo celebraremos la visita de los Santos Reyes partiremos una rosca en su honor, beberemos chocolate en familia acordándonos del niño Jesús, el Rey de Reyes, el que cambió la historia por amor a sus semejantes.
El año que viene se repetirá el ritual, los niños seguirán con sus anhelos cristalinos y las tradiciones colectivas buscarán, como siempre, rebasar al olvido, la estrella de Belén brillará mientras tengamos vida.