Tenemos que construir un instrumento político nacional no intervenido.
La derecha
Hay sectores de derecha que no están de acuerdo con plegarse del todo al plan geopolítico estadounidense para Guatemala —el cual viene poniéndose en práctica desde las movilizaciones urbanas del año pasado y ahora transcurre la etapa de hacer pagar impuestos a la oligarquía para financiar un Estado capaz de administrar el Plan para la Prosperidad del Triángulo Norte de Centroamérica—, pues eso implica que nada cambiará y que el viejo sistema intrafamiliar monopolista seguirá produciendo desempleo, pobreza, ignorancia y delito, con la consecuente ausencia de futuro para los pequeños y medianos empresarios competidores. Hay también muchos propietarios burgueses y pequeñoburgueses (que no son oligarcas) en desacuerdo con estos designios fatales. Y no se diga amplios conglomerados de clase media y de los sectores populares, quienes dependen de sus salarios en pequeñas y medianas empresas y que son de derecha.
La izquierda
La izquierda tradicional adhirió a pie juntillas al proyecto geopolítico neoliberal. Esto marca el inicio de su desaparición, la cual había tardado ya mucho en llegar. Es un hecho feliz porque su extinción dará lugar a una izquierda inmune a las mentalidades del canibalismo “fraterno” del conflicto armado, en el que la comandantitis de afiebrada imaginación heroica aplastó la creatividad política en nombre de un rígido dogma traicionado por sus propios oficiantes. La izquierda llamada a sustituir a la ex izquierda roja —devenida rosada al adherir al plan geopolítico globalizador neoliberal— está allí, dispersa pero lista para converger en un proyecto nacional-popular. Y aunque sobre ella pese la fatalidad del designio de la potencia geopolítica, sin duda será capaz de negociar sus términos de relación con ésta en cuanto a la soberanía nacional y a la autonomía política necesarias para no dejar de ser un país y evitar volvernos un protectorado. Estoy seguro de que esto lo entiende Estados Unidos, pues también en los ámbitos de su política exterior hay quienes preferirían esta opción nacionalista a la del protectorado del Estado oligárquico monopolista, productor incesante de masa ignara, pobrerías migrantes e inestabilidad social.
La convergencia
Urge por ello que los empresarios más sensatos —burgueses y pequeñoburgueses— y los militares críticos y dignos, así como la izquierda dispersa, las organizaciones de la Guatemala profunda y las capas medias que aspiran a un futuro decoroso —con empleo y senderos seguros de ascenso social—, converjamos ya en un interés nacional interclasista e interétnico que nos sirva de base para fundar un movimiento político, económico, cultural y mediático que construya una hegemonía alternativa a la oligárquica y al cínico izquierdoderechismo entreguista auspiciado por ella.
La organización
Urge entonces darnos a la tarea de realizar reuniones pluralistas y convergentes para forjar un instrumento político nacional, no para servir al monopolismo oligárquico, sino a los intereses de las mayorías desempleadas, a fin de luchar por un bienestar social en el que los millonarios sean una minoría igual a la de los pobres, y la clase media constituya el grueso de la población. No hay tiempo que perder. Este gobierno se deshace y los dóciles cuadros de la izquierda rosada ya están —como resulta obvio en el flagrante caso del Ministerio de Salud— siendo ubicados en los puestos designados a los comediantes del circo estatal.