Demos por sentado que la prevaricación, el cohecho, el fraude fiscal, el tráfico de influencias, la malversación, el peculado y el blanqueo de capitales son delitos que a diario se cometen en todo el mundo, tanto en los países más desarrollados como en los países menos desarrollados. Es decir, que este tipo de transgresión de la ley es un mal común en todas las sociedades y en todos los estados, incluyendo al Vaticano. Por esta razón, en todos los países existen códigos jurídicos que penalizan estos hechos delictivos.
Ahora bien, entre más corrupto sea el aparato estatal burocrático menor es la cantidad de delitos penalizados. Por eso no es de extrañar que en países en los cuales el soborno y la mordida o cohecho forman parte de la idiosincrasia nacional, la gran mayoría de delitos quedan impunes, como sería el caso de México, país en el cual la ley que prima sobre las otras es la “Ley de Herodes”: ¡O te chingas, o te jodes! No por nada, el General Álvaro Obregón, presidente de los Estados Unidos Mexicanos entre el 1 de diciembre de 1920 y el 30 de noviembre de 1924, expresara en su momento que: “Aquí todos somos un poco ladrones. Pero yo no tengo más que una mano, mientras mis adversarios tienen dos” o bien, que “Nadie resiste un cañonazo de cincuenta mil pesos”. Poderoso caballero Don Dinero, diría Paco Quevedo, sobre todo tratándose de dólares, libras esterlinas, francos suizos o euros.
El monto total de dinero ilícito (2 millones 643 mil dólares) recibido por los diez exfuncionarios del gobierno salvadoreño de Mauricio Funes Cartagena (2009-2014), todos dirigentes del partido FMLN, acusados por enriquecimiento ilegal y lavado de dinero, parece una cantidad miserable (peanuts), comparada con los 100 millones de dólares americanos que supuestamente recibió el rey emérito Juan Carlos I de parte del rey saudita Abdallah por servicios prestados en 2008, según consta en el expediente de investigación de la fiscalía española.
Efectivamente, son tantos los ejemplos de corrupción que nos brinda la política mundial, que se podría escribir muchos libros al respecto. Desde los más rocambolescos fraudes fiscales de personas naturales, jurídicas y consorcios multinacionales hasta los cohechos más prosaicos, que por lo general suceden en un rincón de la periferia capitalista que bien podría llamarse San Pedro de los Saguayos, como en la película “La ley de Herodes” del mexicano Luis Estrada. Sin embargo, ese no es el objetivo de este ensayo.
Más bien, quiero poner mi atención en aquellos hombres y mujeres que en un momento de sus vidas resistieron el bombardeo de los A37B (avión de combate norteamericano), el ametrallamiento de los helicópteros Bell UH o las ráfagas de los G-treces o M16 de la tropa élite del ejército salvadoreño o bien, opusieron resistencia político-social al estado militar-oligárquico de los años previos al conflicto armado, y, que ahora están prófugos de la justicia del estado salvadoreño o guardando prisión preventiva por no haber resistido los cañonazos de dólares disfrazados de “pagos irregulares” o “sobresueldos”.
Al final de cuentas, sí las acusaciones por parte de la fiscalía general resultaran ciertas y comprobables, sería un hecho, triste y lamentable, por cierto, que estas personas otrora revolucionarias, cambiaron la mochila verde guerrillera por la bolsa de valores del capitalismo.