Todos los que has sido padres y madres lo han sufrido, y los que no lo han sido, lo han visto en sobrinos, hermanos menores, hijos de amigos, etc. Hay una etapa de la niñez, normalmente entre los dos y los cinco años de edad, en la que los niños suelen ser enormemente caprichosos y tiranos, y son capaces de protagonizar enormes berrinches con tal de que cada uno de sus antojos sea satisfecho. Ya son capaces de distinguir y elegir lo que les gusta, pero aún no tienen criterio alguno ni capacidad de razonar, y están acostumbrados a ser siempre o casi siempre satisfechos y sobresatisfechos en sus caprichos, porque, no nos engañemos, en los dos primeros años de vida se les consiente prácticamente todo.
Con ello, llegan a esta edad crítica, característica también por su enorme egocentrismo, que frecuentemente ha sido también fomentado por los propios padres y familiares desde que nació “el rey (reina) de la casa”, sabiéndose con un derecho tirano e irrenunciable a que se haga por ellos cuanto se les antoje. Como los padres saben que en algún momento tienen que empezar a poner límites, y si no lo saben lo empiezan a comprender en esta etapa en que los antojos empiezan a volverse realmente inconvenientes, molestos y fuera de lugar, la actitud de los padres de empezar a negarles cosas resulta sorprendente y muy frustrante para los pequeños, y recurren a protestar en forma de berrinche. Y si no son atendidos, hacen el berrinche más fuerte.
Al mismo tiempo descubren que su berrinche resulta realmente molesto para los padres, con lo que los pequeños lo usan no solo ya como protesta, sino como chantaje (o me dan lo que quiero, o hago un berrinche). Y no solo eso; antes o después descubren también que su berrinche es particularmente molesto e incómodo en público, y se aprovechan de ello. A nadie le es extraña la imagen de un niño de esa edad, con sus padres en el súper, que quiere una bolsa de dulces, por ejemplo. Como los padres le dicen que no, el niño empieza su berrinche. Si los padres no le hacen caso, se tira al suelo pataleando, llorando y gritando más fuerte. Los padres se sienten incomodísimos y avergonzados porque las demás personas voltean a ver, molestas.
Ante esta situación los padres actúan normalmente de tres maneras diferentes. Unos padres pelean con el hijo a base de nalgadas y gritos, haciendo aún más grande el escándalo. Otros, los más cómodos, finalmente acceden al capricho del hijo, para que cese en su berrinche. Y otros levantan al hijo y lo sacan rápidamente del súper para evitar el espectáculo. Obviamente, las dos primeras actitudes son equivocadas. Dependiendo en qué circunstancias, ésta última podría ser una solución aceptable, pero solo desde el punto de vista social, que no educativo, porque de todos modos el niño ha aprendido que ha sido capaz de incomodar mucho a sus padres, y por tanto, lo volverá a hacer. No ha aprendido nada.
¿Entonces? Entonces, desde el punto de vista educativo la solución, incluso en público, es dejar que el niño haga su berrinche y permanecer impasible, como si nada estuviera pasando. ¿Y si es en el súper? Pues lo mimo. Sí, ya sé, es bastante incómodo, porque los demás voltean a ver molestos. Pero es que la paternidad no es un oficio para comodones, sino para personas responsables. Uno no puede ser padre o madre en función de lo que digan los demás, sino en función de lo que es mejor para nuestros hijos. Las demás personas probablemente han pasado por la misma dificultad, y deberían tener cierta empatía, y si no, es su problema. Además, actuando de forma correcta, esto puede que no vuelva a pasar, o solo una vez más.
Cuando el niño ha visto que con su gran rabieta en el súper no ha conseguido nada, ni siquiera alterar a sus padres, empieza a comprender que está perdiendo la batalla, y empieza a reconocer la autoridad y la firmeza de sus progenitores para guiar su educación. Más tarde, ya en la casa, se le dice lo mal que hizo, que no consiguió nada con ello, y que si lo vuelve a hacer ya no se le volverá a llevar al súper. Probablemente ya no lo vuelva a hacer, y si lo hace de nuevo, cumpla su palabra, no más súper por un tiempo, hasta que merezca confianza para volver a llevarlo. Lo dicho anteriormente puede hacerse en el súper, o en el parque. Si usted planea ir a un concierto de piano, simplemente es mejor que no lleve a su pequeño. Experimente solo en espacios públicos populares.
Los berrinches a esta edad no son preocupantes, sino la cosa más normal del mundo. Son parte del proceso educativo, tanto de ellos en su maduración, como de nosotros mismos como padres. El ser la cosa más normal del mundo no significa que no nos preocupemos en absoluto y no hagamos nada. Es como una curva en la carretera, que es la cosa más normal del mundo, pero requiere que usted mueva el timón de su vehículo, porque si no, las consecuencias no serán buenas. Si desde antes de llegar a los dos años de edad ya se les ha empezado a poner límites a los hijos, y a enseñar lo que significa la palabra NO (palabra tabú en nuestra cultura), probablemente será más fácil y corta de manejar esta etapa de los berrinches. Si habiendo cumplido los cinco años de edad el problema continúa, es que algo no se ha hecho bien.