Los amores son tuyos, míos y nuestros, nadie puede vivir sin ellos, recordemos lo vivido y hablemos lo dictado por la memoria y el sentido.
Los amores queman, surgen en diversas etapas de la vida, se cuentan con los dedos de la mano, son escasos. Los primeros amores desconciertan, es tanta la necesidad de estar con la otra persona para oler, tocar, sentir, fluir, vivir y solo vivir para desnudar.
Los amores ciegan, vemos lo que queremos ver, fuegos vanos en el pecho, llamas en el abdomen, anteojeras de equino para mirar al frente y no a los lados, espejismos en la piel.
Los amores duelen, no es asunto de romantizarlos, los errores se estampan como tatuajes invisibles, los aciertos los disfrutamos cuando besamos ojos, boca y sexo y los instantes son lenguas lamiendo la eternidad.
Los amores palpitan, vibran en las manos y en las sonrisas, como cuando recorremos el cuello con los labios, o percibimos esencias que parecen exquisitas, la magia de las feromonas se estanca en las profundidades del olfato, los amores hieden a sal y saben a dulzura.
Los amores llegan, tienen un carácter inasible, requieren libertad para ir y venir, se quedan porque quieren, se van porque no encuentran un motivo para anclarse, eso es un decir y es mucho.
Los amores lloran, lo hacen con mucha frecuencia y sin causa alguna, solo por el placer de existir, en las lágrimas hay gozo y es una lástima confundirlas con la hiel.
Los amores mueren, es una pena cuando acaban, fallecen de inanición, aunque pretenden ser eternos, los mata la rutina, dependen de nosotros para renovarse cada cierto tiempo y trascienden vidas y siglos.
Los amores, son los amores, secretos que se esconden detrás de los ojos, de ellos solo se habla en versos y canciones, su cadencia acompasada de los cuerpos en el amanecer, por eso quédate hasta que el sol salga y la noche vuelva a caer.
Los amores serán los amores, por eso quédate hasta que el tiempo acabe y hagamos que la vida vuelva a nacer.