El ex-comandante publicó el pasado 21 de julio un artículo en El País – el cual ha sido reproducido después en un periódico digital salvadoreño – con el impactante título: “Lo que queda de Venezuela“. Quiere ser un demoledor ataque a la revolución bolivariana, pero no pasa de ser un libelo más, dentro de la campaña mediática global que intenta preparar condiciones para un posterior cruento desenlace.
Los que fuimos testigos del proceso de acoso y derribo del gobierno de Allende en los setentas – boicot empresarial, huelga de camioneros chilenos, desabastecimiento y protestas hasta culminar con el golpe militar y el bombardeo del Palacio de la Moneda – tenemos clara la película. Por eso nos resulta triste y penoso ver alguien, que de joven fuera dirigente de izquierda, terminar en ese poco honroso papel en las filas de la contrarrevolución.
Convertido en mercenario de la pluma, le conviene ser pagado por palabra y no por idea. Porque en este último panfleto que ha escrito, ideas, ideas propias, son pocas y bien pobres. Buena parte de lo que dice ya lo viene diciendo la derecha; no aporta nada nuevo. Así, “el régimen chavista se destapó como dictadura.” O, “la chequera venezolana compró voluntades a escala universal.”
Pero además resulta que no se limita a los hechos, él incluye en su análisis hasta lo que no ha pasado: “la derrota del extremismo abre la posibilidad de alcanzar una mayor madurez democrática” en el continente.
En las partes donde muestra originalidad, sus tesis resultan delirantes. Así por ejemplo: “los cien días de protestas… (significan) …la rebelión pacífica [sic] más prolongada y de mayor participación en la historia de Latinoamérica.” “Ninguna dictadura anterior enfrentó un rechazo tan contundente.” O, al constatar que Estados Unidos sigue comprando el petróleo venezolano, llega a decir: “Maduro sigue gobernando gracias a la compasión de Donald Trump.”
¿Perdemos nuestro tiempo discutiendo tanta tontería? Una utilidad tiene analizar al supuesto analista: deja en evidencia los deseos del imperio, cuál sería la realidad ideal para sus intereses. Así, cuando caracteriza la oposición venezolana como “coalición de fuerzas de centro que creen en la democracia y el mercado.” Pero en los hechos la intransigencia, desestabilización, sabotaje, violencia y terrorismo que ha venido practicando arruinan tal pretensión.
El autor concluye criticando a la izquierda revolucionaria venezolana por haber querido “comprarse una revolución de mentiras y ser derrotado por una de verdad”. Pero habla de sus deseos y no de realidades. Debería resultar obvio que un país rico como Venezuela desarrolla el proceso revolucionario con modalidades diferentes a los socialismos del siglo XX, lo que parece condenar Villalobos. Quien, sin embargo, se ilusiona pensando en la posibilidad de una revolución democrática de masas, como las que hicieron caer a los regímenes de Europa del Este. Se equivoca una vez más. Alguna herencia queda del siglo anterior, pero es otra: Rusia, Irán y China han recordado su alianza militar con Venezuela y advertido que no la dejarán sola.