No como algo impuesto gracias a la ignorancia y la manipulación
En el 2019 se cumplieron doscientos años del célebre Discurso de Angostura (1819), de Simón Bolívar, un documento básico para comprender la ideología latinoamericanista, la voluntad de lucha y el sueño del Libertador en cuanto a la unidad de lo que después Martí habría de llamar Nuestra América.
Bolívar entendía, como buen liberal, la importancia de la educación popular como cimiento de ciudadanías capaces de fiscalizar a sus Estados desde la sociedad civil, si es que la América Hispana iba a adoptar un régimen republicano como parte de la anhelada modernidad de las élites ilustradas del siglo XIX. Por eso en este discurso dice que “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia”.
Lo que no imaginó Bolívar fue que, doscientos años después, su América seguiría padeciendo ―esta vez gracias a una perversa voluntad deliberada por parte de élites locales y globales― la credulidad y la inexperiencia de hombres ajenos a todo conocimiento político, económico o civil, los cuales continuarían confundiendo realidades con ilusiones, licencia con libertad, traición con patriotismo y venganza con justicia. Todo, inducido por medios masivos audiovisuales con el objetivo de mantener embrutecidas a las masas y a las élites que, por ello, se dejan despojar de sus recursos naturales, los cuales son apropiados por la oligarquía corporativa global (el 0.7 por ciento de la humanidad, que controla más del 70 por ciento de la riqueza mundial), mientras se las distrae con simulacros pueriles como las socorridas luchas contra el narcotráfico, el terrorismo y la corrupción, las cuales esas masas y esas élites ignaras toman por ciertas, acatando leyes foráneas que son extrañas y contrarias a sus intereses históricos.
Bolívar protestó contra la imposición de leyes foráneas invocando ideales liberales cuando preguntó: “¿No dice El espíritu de las leyes que éstas deben ser propias para el pueblo que se hacen? […] ¿Que las leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos, […] a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales? ¡He aquí el Código que debíamos consultar, y no el de Washington!”
Decía con ello lo que Martí formuló afirmando: “El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”
“Lo nuestro”, pues, sólo puede ser creación nuestra. “Creación heroica”, exigió Mariátegui.