“Nada volverá a ser como antes” porque estaremos más controlados
Los medios corporativos globales insisten en machacar que, por al nuevo coronavirus, “nada volverá a ser como antes”. Esto significa que deberemos aceptar llevar por siempre la tóxica mascarilla, no viajar a otros países, restringir nuestra movilidad doméstica, consumir ciertas medicinas, hacer préstamos de “ayuda” internacional, clamar por la vacuna de la Big Pharma y entregarnos aterrados a las religiosidades fundamentalistas, al poder del Estado y al de la cooperación internacional, a fin de contribuir a anular cualquier movimiento consciente, crítico y lo suficientemente valiente como para luchar por la autonomía de nuestro futuro sin caer en financiamientos enemigos.
“Nada volverá a ser como antes” es el mantra repetido para que la humanidad acepte los controles poblacionales que ―en nombre de la salud― los poderes geopolíticos globales seguirán endureciendo, a fin de justificar la criminal burbuja financiera que les permitirá resetear el régimen neoliberal gracias al terror infundido artificialmente por los medios masivos a toda la especie humana.
Los pueblos, empero, tienen respuestas creativas ante los intentos de control de sus corazones y sus mentes. Si no, véase el fenómeno de las corona parties, que son fiestas a las que convoca un contagiado para que los asistentes se infecten voluntariamente, con lo que no buscan tanto la “inmunidad de rebaño”, cuanto responder a la desesperación del encierro y a los aplastantes controles desafiando con dignidad (porque el encierro mata la dignidad) el miedo implantado por los medios masivos. Véase también la sistemática evasión de los hospitales por parte de los contagiados pobres de Guatemala, quienes se curan en sus casas en el más estricto silencio, echando mano de medicamentos para aliviar sus síntomas y de brebajes naturales para elevar sus defensas inmunológicas. Todo, para no entrar a esos mortíferos hospitales locales en los que, según la voz popular, lo matan a uno por falta de recursos.
Los medios corporativos afirman que el virus se irá y volverá en oleadas y mutaciones impredecibles, de modo que la humanidad deberá “adaptarse” a vivir con él “abriendo las economías”, pero observando estrictas medidas de control disfrazadas de medidas de salubridad. Esto, indican, llevará unos tres años, en lo que aparece la milagrosa vacuna que contará con el beneplácito de todas las iglesias, así como con el apoyo de los Estados y las iniciativas privadas, quienes comercializarán el milagro farmacéutico después de haber diezmado con el virus a buena parte de la humanidad, en especial al “improductivo” segmento de los enfermos y la tercera edad.
En este contexto, ningún país tiene una gestión de combate al virus tan tragicómicamente errática como Guatemala, en donde se aturde al público con cifras que varían sin lógica de sustento ni base de comprobación. Lo mismo ocurre con la criminal inejecución de los presupuestos asignados a la lucha anticovid-19, producto de millonarios préstamos a los que no se les ve la aplicación, mientras la gente muere por decenas y los contagios crecen por cientos bajo la mirada feliz del sonriente comisionado presidencial para la campaña antiviral y del cejudo gesto de desconcierto del presidente, quien asiste incrédulo al derrumbe de su política mediática de autopromoción, para la cual aprovechaba la epidemia.
Por eso, las corona parties y la fobia a los hospitales aumentarán como desesperada respuesta a la falaz “lucha contra la pandemia”.