Por Mario Roberto Morales
¿Lo están las dirigencias?
Con su movilización del 9 de agosto por una Asamblea Constituyente Popular y Plurinacional (ACPP) ―entendiendo lo nacional-popular como una diferenciación etnocultural y no de naciones-Estado―, CODECA demostró una vez más ser la organización campesina más poderosa de Guatemala. Y la convergencia espontánea que implicaron las movilizaciones de otras organizaciones campesinas en torno a la renuncia del presidente y de la fiscal general, ilustró el hecho de que una unidad de acción de clase campesina es perfectamente posible en esta coyuntura en la que el poder oligárquico se ha desnudado y mostrado su esencia delincuencial y antidemocrática.
Aunque las reivindicaciones son distintas, es obvio que la condición de clase une al campesinado en su acción de masas. Haría falta definir que por el momento la reivindicación estratégica es la ACPP y que las reivindicaciones tácticas son las renuncias de los funcionarios corruptos, y no confundir ―como ocurrió el 9 de agosto― unas con otras en un oscuro revoltijo producido por la falta de unidad de criterios que emana de la ausencia de formación de cuadros políticos de clase, más allá del estrecho y huraño culturalismo indianista antiladino y antiintelectual ―o “antiacadémico”, como sus practicantes lo llaman― que como corriente interna minoritaria corroe las posibilidades políticas de una dirigencia de masas que no ha podido aún convertir a cada uno de sus miembros en un voto disciplinado para su instrumento político, el partido MLP.
Es obvio también que los esfuerzos de unidad de criterios y de acción deben centrarse en la unidad de clase y no en el disperso activismo urbano, por mucho que la capital sea la plaza más débil de los movimientos campesinos. El criterio de organización en la ciudad debe estar dado por la condición de clase de sus habitantes, y el crecimiento de la organización debe buscarse en los barrios pobres y marginales capitalinos, en las colonias sin servicios básicos y sin escuelas decentes, y no en las oenegés culturalistas de clase media “moderada”. Estos grupos pueden ―y habrán de― sumarse, si sus donantes lo permiten, a una posible unidad de clase de la organización del campo popular. Después de todo, no implican un crecimiento organizacional significativo, a diferencia de los sectores urbanos marginados cada vez más empobrecidos, desesperados y amplios.
Si la unidad de criterios y de acción cuajara entre las organizaciones campesinas que espontáneamente convergieron en sus movilizaciones en los últimos días, a los grupos urbanos no les quedará más que apoyar ese movimiento. Y si las direcciones campesinas pudieran ordenar sus reivindicaciones en tácticas y estratégicas, así como ―mediante una escuela de cuadros de clase― convertir a cada uno de sus miembros en un voto para un solo partido político, no habrá poder humano capaz de perpetrar un fraude en su contra en las próximas elecciones y menos competir con ellos mediante otra expresión partidaria. Y esto, sin publicidad mediática y sin financiamientos externos. Al contrario, haciendo gala de autonomía e independencia. Las minoritarias progresías urbanas podrán subordinarse a un proyecto como este, a todas luces posible según lo evidencian las movilizaciones recientes. Pero recuerden: la ACPP es lo estratégico. Que los corruptos renuncien es algo táctico.
Las condiciones están maduras para esta unidad de clase y para un gran partido nacional-popular interclasista e interétnico. ¿Lo están las dirigencias?