Había pasado dos meses desde el golpe de estado en Chile, yo había tratado de consolar al Profe después que él había conversado con su esposa, recibiendo mis palabras y mi abrazo con mucho cariño y aprecio, no obstante haber actuado por cuenta propia en el asunto de las armas para defender el gobierno de Salvador Allende.
Al siguiente día me buscó en la patio de la cárcel y me llevó a un lugar apartado del resto de los detenidos, pasaron unos dos minutos que yo sentí eternos y finalmente preguntó: ¿Porque no estaban las armas en la casa de seguridad?.
Sentí un gran alivio, por fin tenía la oportunidad de explicar este asunto que me había atormentado noche y día; le dije que al darme cuenta por la radio que se había dado un golpe de estado, me cambié de ropa por una más resistente, llené mi mochila de estudiante (en la universidad me decían “el de la mochila azul”) con algo de comer, agua, así como ropa de repuesto y me dirigí hacia la casa de seguridad; cuando llegué, me di cuenta que era el único que se había hecho presente, conecté la radio y había una cadena de radio operada por los militares, la radioemisora que había difundido el llamado de Salvador Allende a defender la democracia ya no estaba transmitiendo, las radios peruanas que se escuchan en Arica decían que el pueblo no se había levantado en armas; en estas circunstancias decidí tomar las seis armas en buen estado y las fui a enterrar a un predio baldío cercano, luego me fui a casa de un primo del Partido Demócrata Cristiano, pero como a las dos horas llegaron a capturarme los militares.
El Profe había escuchado atentamente, después de unos diez segundos de silencio, dijo que yo había actuado correctamente y que esas armas podrían ser muy útiles en los años venideros, que el peligro que se oxidaran era mínimo debido a los suelos desérticos de esa región del país. Después de otros diez segundos de silencio, agregó que personalmente había cometido varios errores: alquilar una casita construida por un capitán del ejército en el patio delantero de su vivienda; no tener un aparato de radio o televisión, su esposa veía una novela de terror en compañía de la mujer del capitán, mientras que el Profe cuidaba a sus dos hijos (el mayor de dos años y el menor de cinco meses); depender de la información que le proporcionaba la mujer del capitán (a primeras horas de la mañana y cuando él llegaba de la universidad por la tarde); no haber reaccionado oportunamente, ante el hecho que esa mañana la señora no llegó a conversar con su esposa; darse cuenta del golpe de estado en forma tardía, cuando caminaba hacia su trabajo en la universidad; que desde varios meses antes sabía que se daría un golpe de estado, que se habían preparado militarmente para rechazarlo y se dio cuenta varias horas después que el resto de la población.