La mayoría de nosotros confunde la torpeza verbal de un político con su falta de inteligencia, basándonos en el supuesto de que solo está capacitada para ejercer un cargo público la persona que hilvana bien sus palabras y posee reflejos mentales. Los fallos verbales de un dirigente solo nos indican que es un mal comunicador en un mundo en el que tales errores pueden hundir la imagen de un líder.
La Grecia clásica tuvo conciencia de que la comunicación política posee una dimensión estética. Pronunciadas por un tartamudo, en una asamblea, las palabras mejor argumentadas eran candidatas al fracaso. En la Grecia de Platón y Aristóteles se temía a los oradores brillantes que, despreciando la verdad y la ética, hechizaban a las masas. Un demagogo puede tener una oratoria deslumbrante y ser un político nada recomendable. Hitler, como orador, fue una especie de flautista de Hamelin: le lavó el cerebro a toda una nación.
Basándonos únicamente en la destreza o la torpeza verbales no podemos deducir cuál es la calidad de la inteligencia política de un gobernante. En el caso de Sánchez Cerén podemos decir algo que no es poco: no mucha gente sobrevive a más de veinte años de militancia guerrillera, ni escala puestos dentro de una organización política y llega a convertirse en el Presidente de una república. Muchos hábiles oradores no habrían sobrevivido ni destacado en esos territorios de los cuales ha emergido la figura de Sánchez Cerén. Para lograr lo que él ha conseguido hace falta suerte y muchísima astucia. Sin embargo, las habilidades que permitieron sobrevivir al guerrillero y lo llevaron a la cúspide de su organización quizás no basten como atributos para llegar a ser buen jefe de gobierno en una democracia.
No es mi propósito defender a Sánchez Cerén. No es una figura que admire, pero hay que reconocer sus méritos, aunque no se esté de acuerdo con él como gobernante. Aclarado esto, podemos opinar sobre su equipo ministerial y las medidas que este ha desarrollado, etcétera, etcétera. Alguna responsabilidad tiene el Presidente en las señales de nepotismo detectadas en su gobierno y en la asunción pasiva por parte del FMLN de ciertos hábitos oscuros de la política tradicional de la derecha. El problema no radica en las torpezas verbales del mandatario sino que en el tipo de políticas que respalda. Estas últimas son las que hay que juzgar, no su falta de labia.