Por Nelson López Rojas.
Hace algunos meses, bromeaba en estas líneas que el Régimen nos ha venido a arruinar la emoción, la adrenalina que antes teníamos al subirnos a un bus: ¿será que nos asaltarán? ¿Se subirán los mareros? Y, si se suben, ¿nos matarán? Pero eso era todo, una sátira que nos ayudara a reflexionar lo que hemos experimentado en los últimos años.
Que los pandilleros estén fuera de circulación es aplaudible. Ninguna otra administración había tenido la tesón de un programa de tal magnitud. Que hay errores de procedimiento, hay errores —y no se justifican, principalmente por la lentitud de los procesos para resolver los casos de los inocentes.
Conozco el caso de un viejito a quienes los mareros lo obligaban a recolectar la extorsión de todas las casas del pasaje, bajo amenaza de muerte. Pobre viejito, lo agarran y se lo llevan por colaborador. Toda la gente pone el grito en el cielo porque el octogenario no tiene familia y claramente morirá en la cárcel. Hombre malo el Nayí que se lleva a los viejitos. Ahora viene el plot twist: resulta que cada semana que el hombre era forzado a recolectar la renta, él recibía cierto porcentaje de lo recaudado. Con una pensión inexistente, en pobreza y sin trabajo, el pobre hombre no tuvo de otra que asentir a la petición de los pandilleros.
Muerto el chucho, se acaba la rabia. Dicen.
Ahora que los mareros ya no están, todos vivimos en paz como en las ilustraciones de los Testigos de Jehová, ¿no es cierto? No, no lo es. La violencia que ejercemos sobre los más débiles es detestable: los vigilantes de cualquier establecimiento están sobre la dignidad de las personas y se creen la máxima autoridad sobre la faz de la tierra. Obviamente estas personas no actúan por sí mismos, sino que su patroncito les ha dicho lo que deben hacer y con medio poder en sus manos se creen ya semidioses.
Veo con tristeza como, en una prestigiosa universidad, se les dice a los estudiantes que juegos de mesa y de cartas están prohibidos. En otra universidad se les amarra la risa y les dicen que se callen. ¿Cómo quieren que los jóvenes se desarrollen plenamente si ni siquiera una cancha de básquetbol tienen? ¿Cómo quieren que los estudiantes se identifiquen con su institución si se les reprime?
La usura está a la orden del día; la avaricia, también. Me llaman del banco más popular para ofrecerme un crédito personal que no necesito con un módico interés del 4% MENSUAL. Piense, estimado lector, si tomo $100 prestados, al año pagaré $148 con los intereses. Ahora imaginémonos los intereses que pagan los pobres repartidores que han sacado una moto a 4 años… ¿Quién controla esto? ¿Quién regula esto? Volvamos al caso del viejito rentero: si a él le hubieran hablado de semejante ofertón, lo hubiera tomado en lugar de pasar hambre. Y así muchos compatriotas que aceptan dichos préstamos sin pensar acerca del estrés que traerá cuando se atrasen en sus pagos. Ah, sí, lo sé. Saldrá aquel pudoroso que dirá que esto es una responsabilidad individual y que manejar tus finanzas debe ser parte de ser adulto. De acuerdo, señora pudorosa, pero ¿sabía usted que no se les enseña ni a crear una cuenta de banco a nuestros estudiantes?
La lógica nos falla y como el sistema no nos enseñó a pensar, sino a tomar exámenes, los resultados en la vida real son desastrosos. Las motos exigen respeto como vehículo, pero no respetan las leyes vehiculares. Nadie usa las direccionales para cambiarse de carril, nadie respeta la doble línea amarilla en las calles (y que muchas veces no hay nada pintado), nadie respeta las señales de alto (y que muchas ni se ven o no existen), nadie sabe cómo ingresar y cómo salir de un redondel… En fin, la violencia que genera la ignorancia de las reglas puede estragarle el día al más paciente de los mortales.
La violencia que ejercían las maras ha terminado, pero hay muchos aspectos en los que se necesitan políticas efectivas para generar un cambio. Debemos erradicar lo que negamos: la homofobia, la intolerancia, el racismo en contra de los negros o de los indígenas, el clasismo al ver de menos al repartidor de comida o al que vive en San Martín, la violencia emocional, violencia de trabajo, violencia de pareja, violencia de tránsito y, principalmente, la violencia de palabras que desde los mismos políticos polarizan e, inconscientemente, inculcan el odio en las masas.
Hasta que no cambiemos nuestra actitud para tener una disposición abierta, propia de un mundo civilizado, no podremos sentirnos plenamente seguros. La seguridad libre de pandillas que se percibe es un paso importante. Ahora te toca cambiar a vos.