La democracia es la ficción en la que se nos aplica la dictadura de las mayorías que emiten el sufragio, aunque no tengan la razón. En este pueblito pequeño convertido en un infierno grande por algunos políticos de poca monta el asunto se complejiza más, porque los poderes fácticos han confundido la frase “equilibrio de poderes” con “repartición de poderes”, que en síntesis termina enredando el espíritu del Estado en los tejidos de la misma araña.
La realidad salvadoreña se ha venido construyendo sobre la base de una brecha entre las instituciones “partidos políticos” y los movimientos sociales del siglo pasado que aún subsisten, así como con estas extrañas y novedosas formas de expresiones ciudadanas virtuales, que expresan frustraciones e indignación desde sus particulares histrionismos cibernéticos, pero que a la larga está por verse si se convierten en sujetos sociales.
El truco de la democracia tercermundista es tan perfecto que cuando los subalternos descubren las respuestas, las oligarquías les cambian las preguntas y así, el monstruo verde olivo de uñas largas conocido como imperialismo juega “cucamonas” con el célebre fantasma rojo del comunismo, con los que nos asustan cada periodo electoral; pero al parecer esta estrategia ya no impacta tanto en la ciudadanía con sentido común, ni mucho menos en aquellos segmentos de la población que tienen mediana instrucción académica.
Los proyectos políticos en el plano del “deber ser” tienen una base filosófica y una serie de principios éticos que rigen su esencia, independientemente de la tendencia a la que se adscriban; y se supone, que quienes forman parte de estas instituciones han pasado por un proceso de formación ideológica que les condiciona el respeto a las disposiciones normativas y los compromete con el trabajo incondicional hasta alcanzar con éxito las metas y objetivos programáticos. Asuntos que en la práctica son cada día más porosos.
Por ahora en El Salvador nos encontramos frente a una retórica que se contradice con los hábitos de conducta, ya que la supuesta base teórica de los militantes se vuelve incongruente con el performance discursivo, el esperado sustento filosófico se diluye en la terquedad ideológica y la eterna diatriba del pasado glorioso se pudre en el futuro incierto. Y, todo lo anterior crispa la paciencia de aquellos que todavía guardan la esperanza en el simulacro del sistema político, que resolverá los problemas impostergables de la sociedad.
Esa es la vieja confusión que podría llegar a su fin. Oligarquías necias que acusáis a los pobres sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis, dice este parafraseo poético aplicado a otra dimensión de las realidades. Por un lado la derecha deja de ser cada día más liberal y la izquierda se aleja cada día más de su carácter revolucionario, sacrificando entre sí sus esencias y aproximándose más a su condición dicotómica a lo Catoblepas borgeano.
Por los vientos que soplan debemos dejar de preocuparnos por esas ridiculeces de las esencias filosóficas de los proyectos políticos, ya que el pragmatismo es la espada que hiere letalmente a la ética. Así discurren los días aciagos en esta esquina del mundo, toda la suerte se juega en el ring del simulacro de los medios de comunicación y el ciberespacio.
Los protagonistas políticos del presente de seguro tienen calculado el alcance de su aventura electoral; pero la situación es tan caótica y carnavalesca que los símbolos representados en las banderas se trivializaron tanto, que algunos han comenzado a creer en la revolución de los calcetines rojos.