A veces las palabras sirven para narrar historias, solo a veces. Pero cuando la palabra es reprimida y habita el silencio en derredor, la mente prolija versa recuerdos y universos paralelos que fecundan frondosas imágenes: manidas soledades que buscan culpables en este poemario de palabra y omisión. Versos desnudos a la intemperie y palabras inefables que anidan aflicción se nos presentan como una prosapia del humilde escritor condenado a la represión de la sinrazón por conjeturar su hermenéutica de vida y obra. Esperanza por prisión y poesía inexpugnable que lucha para sobrevivir al dolor. Así es Voces y huellas.
La obra de José Vladimir Monge es un siglo de silencio que desnuda el pensamiento del hombre postergado en una cárcel y que construye su oda a la libertad de ser en lontananza; un grito invisible en la noche mestiza y doliente, una realidad irreal en constante contradicción. El autor construye recuerdos de infancia y adultez en el espacio donde el síntoma de ser duele y que olvida para no sufrir su propio acontecimiento, su idealismo y materialidad. El desarraigo acompaña cada prosa y lo explica sin desdén con su verbo descarnado en ese rincón del alma donde se separa la madre del niño (el grito del silencio); la muerte de la vida (la palabra y el papel) y también la inocencia (las ideas). Y cuando de sus entrañas nace el desgarro del viaje sin retorno no hay esperanza que valga, tampoco cárcel que preste su nombre sino países ominosos que se proclaman libres, una mentira que libera un poema inefable en banderas de colores. Un sollozo más, un migrante más, un ser que es devorado por las horas aciagas de su ubérrima necesidad . Un niño que entre montañas y papeles arrugados va creciendo en la madurez de su relato hasta la adultez más combativa y paciente de su levedad y su activismo. Así es José Vladimir, el poeta, el hombre, el compañero.
En el poema “Este silencioso paso del tiempo”, el poeta nos convierte en lágrimas y de él brotamos con su sensibilidad mas acuciante hasta el amor que nunca fue, porque somos ríos caudalosos, silencios salvajes, pecho adolorido que calienta a fuego lento hasta ser barro cocido, frontera impenetrable. Pero lloramos con él hasta perdernos en el mar de su atávico corazón. El amor frugal que se presenta desde el comienzo de la tarde y muere con la noche constituye el tema central de su poética. Su “pedacito de amor” confabula con Pablo Neruda porque el aire le trae susurros pero no el amor, eso duele y Pablo también por oposición poética con el autor. La tierra negra infértil, oscura y estrellada, oscura otra vez de la prisión o lo que representa por analogía, también le culpa porque solo ella conoce cuánta sombra ha pintado su espalda en la pared. Y pensando en Angélica, su obra se torna lastimera e inconclusa, la distancia manifiesta en prisión es un limbo febril que no se aprehende con el pensamiento, y el valle del amor no se fertiliza porque el río Lempa castiga por ser ancestro y dios. El amor y la libertad son llaves que suenan hasta el hartazgo en la prisión, sí, de esas que cierran celdas por no decir razones. Frente a ello no hay respuesta sólo versos . “Y como hojas arrastradas por el viento, así nos vamos separando”, el autor nos revela su posición política y disfraza de amor el poema, clama justicia por los compañeros que no están y por los que estuvieron. Además, remata con estupor: “Ya todo se ha consumado y juntos nunca más volveremos a estar”. En esta sentencia el autor nos expresa desesperanza por la militancia y en la derrota moral encuentra su némesis. El amor ideológico desterró su hipérbole que lo sostenía en esa letanía. Solo noches y más noches de sonido de llaves que avizoran al maltratador silencioso. Entonces, insatisfecho el poeta se pierde en el viento con sus hojas, con sus penas de colores que contienen alas y no vuelan porque si volaran moriría (que más quisiera la muerte).
En otro giro del poemario, el autor que escribe en primera persona se arrepiente de su libertad, mira hacia atrás como queriendo volver porque allí se quedan sus compañeros, aquellos que, si mal no recuerdo, eran la esperanza democrática del país. Eso es muy triste. Y dice mucho de él, de su militancia y solidaridad. Y con respecto a la libertad de movimiento, la migración, el autor se deslinda de lo onírico para exponer su tiempo al proceso material del dinero. Su oralidad se transforma en un sujeto que vive horas aciagas de trabajo, que no quiere, porque perturba su poliédrica y nostálgica personalidad.
Voces y huellas es una confesión poética que busca cantar con acritud su devenir, revelarnos la verdadera mística de la lucha y despertarnos de la noche oscura que nos oprime.
(*) El autor es fotógrafo, peruano-español.