“Digan lo que quieran las gentes acerca de mí (pues ignoro cuán mala fama tiene la Necedad, aun entre los más necios), sola, yo soy, no obstante, la que tiene virtud para distraer a los dioses y a los hombres.”, Erasmo de Rotterdam.
Hace un poco más de quinientos años el Erasmo de Rotterdam publicó su clásico Elogio de la necedad, conocido comúnmente como “Elogio de la locura”, escrito en el campo, con fecha 9 de junio de 1508, según consta en la Dedicatoria escrita por el autor a su amigo Tomás Moro. Más allá de la genialidad del uso de la técnica narrativa para darle características humanas a una palabra sencilla como “estulticia”, lo importante es su vigencia en nuestro país en pleno siglo XXI.
El erasmismo fue en su tiempo una expresión de la indignación frente a la sombra del oscurantismo medieval y frente a la prepotencia humana en el inicio de la modernidad europea. El ensayista construye la metonimia “el hombre por su voz”. Si revisamos con detalle el texto, quien nos habla no es el autor real, sino la palabra necedad. Además expone la mediación como elemento clave en este proceso de comunicación. Erasmo de Rotterdam dice textualmente: me parece que doy pruebas de ser más modesta que esos hombres a los que el vulgo llama grandes y sabios, y que, depuesto todo pudor, suelen sobornar a un retórico adulón o a un poeta parlanchín y le ponen a sueldo para oírle recitar sus alabanzas (1994: 7).
Los retóricos adulones se identifican en la historia salvadoreña desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. Solo para mencionar un caso emblemático recuerdo aquellos versos de Oswaldo Escobar Velado en el poema Patria exacta: Y así el mundo ficticio donde cantan / como canarios tísicos, / tres o cuatro poetas (…) / Digan, griten, poetas del alpiste. / Digan la verdad que nos asedia. Aunque ahora estos personajes han pasado a ser sustituidos por algunos medios de comunicación, supuestos analistas y comentaristas corifeos, sin soslayar a los diletantes de poca monta.
La práctica de contratar a sueldo parlanchines que recitan alabanzas crece y se multiplica como virus en cambio de estación; pero lo más grave es que la estulticia es una de las máximas expresiones como signo de los tiempos, en la medida que los paradigmas del siglo XX ya no alcanzan para explicar la vertiginosidad de la realidad del siglo XXI. Pero este problema se agudiza más en la medida que los representados continuemos permitiendo representantes con serias limitaciones en asuntos de instrucción académica, humanismo y formación política. Ya cansan esos histrionismos del uso de megáfonos y carteles para comunicarse en instituciones del Estado. No solo se trata de la lógica que “el que más grita es el que tiene la razón”; también es importante incluir la otra lógica, la del que condicionó el grito.
En el capítulo VII titulado Progenie de la necedad, Erasmo de Rotterdam sentencia: Sabéis, pues mi nombre, varones estultísimos, y digo estultísimos porque ningún otro epíteto más honroso puede emplear la diosa Necedad para honrar a sus creyentes (Sic.) (1994: 15). Así discurre este clásico discurso que continúa vigente. Este problema nos asedia frenéticamente, identificamos sus expresiones tanto en los hábitos comunes del ciudadano, como en las estériles discusiones sobre asuntos trascendentes del país. Quizás un antídoto para revertir este problema comience con principios como formarse para la libertad, producir conciencia crítica y ser capaces de crear un mecanismo de autocrítica, que trascienda la necedad y sus derivados.
Fuente bibliográfica:
De Rotterdam Erasmo (1994). ELOGIO DE LA LOCURA. Santafé de Bogotá, D.C. Panamericana Editorial.