José Antonio Meade, el candidato del PRI a la presidencia de la República no milita en ese partido. Tiene más de 20 años como funcionario público en gobiernos del PRI y del PAN, pero no conoce los sótanos y las claves secretas que mueven a la organización política que ahora lo postula.
Sus dos ventajas competitivas con relación a otros candidatos del PRI, el no ser militante y que se le reconozca como alguien que es y parece honrado sólo se pueden hacer efectivas si se deslinda del partido y el presidente. No es fácil y hasta ahora tampoco lo ha intentado. En el imaginario público es el candidato de la continuidad.
En estos dos meses de campaña, aunque oficialmente no se reconozca como tal, son cuatro los ejes de su discurso: Tener más experiencia que los otros en el servicio público; contar con una sólida formación académica; haber probado en su gestión pública que sabe dialogar y establecer acuerdos con todos los actores políticos y hacer propuestas.
Meade es el único mexicano que ha sido secretario de Estado en cuatro secretarías distintas: Energía, Hacienda, Relaciones Exteriores y Desarrollo Social. Y lo ha hecho en dos gobiernos de partidos diferentes, con el presidente Calderón y con Peña Nieto. Sin duda eso le da experiencia y conocimiento en el ejercicio de gobierno que no tienen sus adversarios.
Es cierto que su formación académica es sólida. Al mismo tiempo estudió la licenciatura de economía en el ITAM y de derecho en la UNAM. En el primero obtuvo mención honorífica. Luego hizo su maestría y doctorado en economía en Yale con una especialidad en Finanzas Públicas y Economía Internacional.
En las cinco veces que ha sido secretario de Estado se le reconoce que ha dado muestras de apertura y también capacidad de diálogo. El haber trabajado con dos presidentes de partidos distintos le da una mirada más amplia y compleja que al común de los políticos. En estas semanas cierto que ha hecho diversas propuestas, pero se pierden en el ruido de la campaña.
El candidato del PRI en todas las encuestas ocupa el tercer lugar. Los ejes de su discurso, que se sostiene en hechos, no le han posibilitado generar la simpatía de los electores. No se le niega su amplia experiencia, sólida formación, capacidad de diálogo y hacer propuestas, pero estos atributos no despiertan entusiasmo y tampoco convocan al voto.
Pesa como un lastre para la imagen del candidato Meade la marca del PRI, que la gran mayoría de los mexicanos rechaza, la mala imagen del presidente, el peor evaluado en la historia moderna del país, y que se le ve como el candidato de la continuidad y no del cambio que demanda la sociedad.
Si en las próximas semanas Meade y su equipo no logran construir una narrativa que diga algo que entusiasme a los electores seguramente que no podrá salir del tercer lugar en el que ahora está. Como candidato tiene graves dificultades, para construir un discurso que lo distancie del actual gobierno.