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La lección perdida de la crisis financiera

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En agosto de hace diez años, el banco francés BNP Paribas decidió limitar el acceso de los inversores al dinero que habí­an depositado en tres fondos. Fue la primera señal clara del estrés financiero que, un año más tarde, enviarí­a a la economí­a global en picada

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LONDRES ““ En agosto de hace diez años, el banco francés BNP Paribas decidió limitar el acceso de los inversores al dinero que habí­an depositado en tres fondos. Fue la primera señal clara del estrés financiero que, un año más tarde, enviarí­a a la economí­a global en picada. Sin embargo, las enormes distorsiones económicas y financieras que alcanzarí­an un punto crí­tico a fines de 2008 y se perpetuarí­an hasta comienzos de 2009 -y que llevaron al mundo al borde de una depresión devastadora que duró varios años- tomaron totalmente por sorpresa a los responsables de las polí­ticas en las economí­as avanzadas. Claramente no habí­an prestado la suficiente atención a las lecciones de las crisis en el mundo emergente.

Cualquiera que haya experimentado o estudiado las crisis financieras de los paí­ses en desarrollo será penosamente consciente de las caracterí­sticas que las definen. Por empezar, como sostuvo el difunto Rí¼diger Dornbusch, las crisis financieras pueden tardar mucho tiempo en desarrollarse, pero una vez que estallan, tienden a propagarse de manera rápida, salvaje, violenta y (aparentemente) indiscriminada.

En este proceso de quiebras en cascada, las condiciones financieras generales rápidamente pasan del festí­n a la penuria. Las fábricas de crédito privadas que parecí­an indestructibles caen de rodillas, y los bancos centrales y los gobiernos se enfrentan a opciones de polí­ticas difí­ciles e inherentemente inciertas. Es más, los responsables de las polí­ticas también tienen que considerar el riesgo de un "freno repentino" de la actividad económica, que puede devastar el empleo, el comercio y la inversión.

Diseñar una respuesta lo suficientemente integral para el estrés financiero extremo se vuelve aún más difí­cil, si no se hizo lo suficiente durante los momentos de bonanza para garantizar un crecimiento sustentable e inclusivo. Se torna más difí­cil aun cuando los polí­ticos juegan activamente a echarse las culpas unos a otros. Al final, los efectos sociopolí­ticos e institucionales de una crisis pueden durar mucho más que los efectos económicos y financieros.

Todas estas lecciones habrí­an sido útiles para los formuladores de las polí­ticas en las economí­as avanzadas hace diez años. Cuando el BNP Paribas congeló fondos por un valor de 2.200 millones de dólares el 9 de agosto de 2007, deberí­a haber resultado obvio que más estrés financiero estaba en camino. Pero los responsables de las polí­ticas llegaron a las conclusiones erróneas, principalmente por dos razones.

Primero, les llevó un tiempo entender la magnitud de la inestabilidad latente del sistema financiero, que se habí­a acumulado bajo su mirada. Segundo, la mayorí­a de los formuladores de las polí­ticas en el mundo avanzado tení­an una actitud desdeñosa ante la idea de que habí­a algo que podí­an aprender de las experiencias de los paí­ses emergentes.

Desafortunadamente, esos problemas todaví­a no han sido resueltos del todo. En verdad, existe un creciente riesgo de que los polí­ticos -muchos de los cuales están distraí­dos e ignoran sus responsabilidades en materia de gobernancia económica- puedan no estar viendo la lección histórica más importante de todas: la importancia del modelo de crecimiento subyacente de una economí­a.

Por cierto, los polí­ticos de los paí­ses avanzados hoy parecen seguir ignorando las limitaciones de un modelo económico que depende excesivamente de las finanzas para crear un crecimiento sustentable e inclusivo. Si bien estas limitaciones han quedado al descubierto en los últimos diez años, los responsables de las polí­ticas no fortalecieron adecuadamente el modelo de crecimiento del que dependen sus economí­as. Más bien, por lo general actuaron como si la crisis fuera meramente una sacudida cí­clica -aunque dramática- y dieron por sentado que la economí­a se recuperarí­a con un patrón en V, como normalmente habí­a sucedido antes después de una recesión.

Como los responsables de las polí­ticas, en un principio, se sintieron cautivados por un pensamiento cí­clico, no consideraron la crisis financiera como un episodio secular o de época. El resultado fue que intencionalmente diseñaron sus respuestas polí­ticas para que fueran "oportunas, focalizadas y temporarias". Llegado el caso se tornó evidente que el problema requerí­a una solución estructural mucho más amplia y de más largo plazo. Pero, en ese momento, la ventana polí­tica de oportunidad para acciones audaces esencialmente se habí­a cerrado.

En consecuencia, a las economí­as avanzadas les llevó demasiado tiempo regresar a los niveles de PIB previos a la crisis, y no pudieron destrabar su gran potencial de crecimiento. Peor aún, el crecimiento que efectivamente alcanzaron en los años posteriores a la crisis no fue inclusivo; por el contrario, las brechas de ingresos, riqueza y oportunidad excesivamente amplias en muchas economí­as avanzadas persistieron.

Cuanto más tiempo se mantuvo en pie este patrón, más perjudicadas se vieron las perspectivas de crecimiento futuro de las economí­as avanzadas. Y lo que anteriormente era impensable -tanto financiera como polí­ticamente- empezó a vislumbrarse como posible, hasta probable.

Una década después del inicio de la crisis, las economí­as avanzadas todaví­a no se han alejado de manera decisiva de un modelo de crecimiento que depende excesivamente de la liquidez y el apalancamiento -primero de instituciones financieras privadas y luego de los bancos centrales-. Todaví­a tienen que hacer suficientes inversiones en infraestructura, educación y capital humano en términos más generales. No se han ocupado de las distorsiones anti-crecimiento que minan la eficacia de los sistemas tributarios, la intermediación financiera y el comercio. Y no han sabido mantenerse al dí­a en materia de tecnologí­a, sacando provecho de los beneficios potenciales de las bases de datos, del aprendizaje automático, de la inteligencia artificial y de nuevas formas de movilidad y, al mismo tiempo, ocupándose de manera efectiva de los riesgos relacionados.

Los responsables de las polí­ticas en el mundo avanzado están rezagados a la hora de internalizar las lecciones relevantes que aportan las economí­as emergentes. Pero ahora tienen la evidencia y la capacidad analí­tica para hacerlo. Está en ellos evitar más decepciones, explotar fuentes de crecimiento sustentable y ocuparse de los alarmantes niveles de desigualdad de hoy. La bola está en el campo de la clase polí­tica.

Mohamed A. El-Erian, asesor económico jefe de Allianz, fue presidente del Consejo de Desarrollo Global del presidente de Estados Unidos Barack Obama y es el autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse.

Copyright: Project Syndicate, 2017. www.project-syndicate.org

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Mohamed A. El-Erian
Mohamed A. El-Erian
Es presidente del Queen´s College en la Universidad de Cambridge, es profesor en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania y el autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (Random House, 2016). Columnista Contrapunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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