Entre el 15 y el 18 de enero del año en curso se encendieron las alarmas en el Vaticano. Por esos días uno de los hombres más poderosos del planeta estaba de visita por Chile. El Papa Francisco recorrió tres ciudades; Santiago, Temuco e Iquique. En cada una sólo asistieron un tercio de personas respecto a la expectativa. Futbolísticamente hablando, es como si el Real Madrid jugará en su estadio con 25 mil espectadores, en circunstancias en que su estructura puede albergar a 85 mil.
El precedente lo marcaba el Papa Juan Pablo II. Este máximo representante de la iglesia visitó Chile el año 1987, gira que fue un rotundo éxito. Sin ir más lejos, el polaco congregó a 80 mil jóvenes en el estadio Nacional. Francisco, 31 años después, no alcanzó a aglutinar los 15 mil jóvenes en Maipú, una de las comunas más numerosas de Santiago en lo que habitantes se refiere.
¿Qué pasó?. La visita del Papa Francisco estuvo rodeada de las denuncias de encubrimiento de abusos sexuales realizadas por representantes de la iglesia en Chile como el sacerdote chileno Fernando Karadima. El mencionado sacerdote fue apuntado por personas de los sectores de Santiago con mayor poder adquisitivo.
El hecho trajo consigo un efecto dominó, vale decir, se desató una ola de denuncias a sacerdotes enfocados en acciones de abuso de poder y sexuales contra menores de edad.
Incluso se llegaron a destapar casos de los 70 y 80, años donde la iglesia jugó un gran papel al defender los derechos humanos en los sectores más vulnerables, en el contexto de los diversos atropellos sufridos por la ciudadanía en la dictadura de Pinochet.
Agenda raptada por los abusos
La agenda en el marco de la visita del Papa Francisco la marcaron los abusos sexuales por sobre el anhelo de reforzar una iglesia que se cae a pedazos. De vuelta en el Vaticano el Papa instruyó investigación y citó a todos los arzobispos chilenos haciendo que todos pongan sus cargos a disposición. Resultado: tres ya dejaron sus cargos. Coincidentemente los que estaban más implicados en los encubrimientos. En buen chileno, o los arzobispos le escondieron información relevante al máximo pontífice, o sencillamente éste fue indolente ante las denuncias y sólo le tomó realce después de su visita a terreno.
Según el estudio Latinobarómetro, encuesta de opinión pública que se evacuó post visita al Papa, concluyó que Chile es el país que tiene la peor percepción del santo padre, y concluyó además que hay una “fuga de fieles”. En la encuesta que fue hecha en 18 países, el promedio de puntuación del Papa de 1 a 10 fue 6.8; donde Chile tuvo un 5.3, Uruguay 5.9, El Salvador 6.3, México 6.5, Argentina 6.6, Brasil 8.0 y Paraguay 8.3 entre otros.
Sin duda se trata de una crisis de la iglesia y que podría salpicar a otros países. En efecto, si se trata de analizar probables escenarios, uno de ellos es que la iglesia pueda contrarrestar la envestida de los denunciantes y la crisis sólo se quede en Chile. Otro escenario es que las denuncias masivas se puedan expandir a países muy puntuales, sin embargo, el tercer escenario es el que más complicaría al Vaticano. Se comenta que lo de Chile es la punta de iceberg y puede tener un efecto bola de nieve en Latinoamérica.
Es un contexto donde la confianza y la credibilidad de las instituciones en su conjunto está en tela de juicio, la iglesia también ha dicho presente. Este mismo ambiente de desconfianza ha hecho que la ciudadanía de alguna manera ponga en jaque el sentido de pertinencia a instancias sociales y sea más crítica. Hay una fuga se fieles en la iglesia católica, factor que se podría a todas luces incrementar si en otros países comienzan a develarse otros episodios de abusos sexuales de sacerdotes.
Pese a los esfuerzos por hacer la distinción por parte del Vaticano respecto de los “buenos” sacerdotes –que claro que los hay- con los malos, la luz roja para este lado del planeta ya se prendió. Que la verdad se sepa, que la justicia llegue y que no caigamos en el burdo y cómodo pensamiento de pensar que todos los sacerdotes son abusadores sexuales. Tomemos nota y que este momento sirva para debatir sobre una iglesia más moderna y abierta a los cambios. Finalmente, lo único constante es el cambio.