Por: Carlos Parada Ayala.
Viajar, si se viaja a conciencia y de manera reflexiva, suele ser una experiencia enriquecedora y profunda, dado que entrar en la piel de otras culturas permite ver el mundo desde diversas perspectivas. La Huella del Gnomon (Editorial Ablucionistas, México, 2023) de Jesús Vásquez Mendoza, escritor de la diáspora mexicana en Estados Unidos, plantea la propuesta poética de que los viajes a lugares desconocidos consisten en un viaje al interior de uno mismo.
La Huella del Gnomon inicia con un poema en el aeropuerto de Washington, DC/Dulles en un periplo a Egipto y Jerusalén. En el aeropuerto se manifiesta la deshumanización social a través de una orfebrería de metáforas dantescas entre las cuales resaltan imágenes de alienación y locura. Llama la atención la revelación implícita de que esa deshumanización ha invadido el espíritu del propio poeta: “Fluye gente que no me importa” dice, dando comienzo a las reflexiones de un viaje interior.
En El Cairo, mientras aprecia la belleza y la riqueza histórica de Egipto a la par de la miseria, el poeta anota las impactantes imágenes del paisaje: El río Nilo, sus puentes, la arena, el desierto. El autor toma mayor conciencia de su viaje interior al observar que “aquí debo indagar por qué la arena / me sigue a todas partes”. Uno de estos poemas resalta la imagen de la frontera sobre el río Nilo: “suena la guitarra otros acordes, / templa el río siempre un río, aquí y en todas las fronteras”. El río Nilo marca la línea divisoria entre El Cairo y la comunidad de Giza en donde se encuentran las milenarias pirámides de Egipto.
Más adelante en Alejandría, al observar el mar Mediterráneo el poeta enuncia: “yo vengo del desierto, el mar es un extranjero”. Y poco después al indagar sobre su pensamiento, declara a modo de epifanía: “pero si la sal / en el pensamiento del poeta algo dice / me dice que el mío / está hecho de arena y polvo / polvo y arena del desierto /que llevo conmigo / más que un color / una frontera a cuestas / una línea divisoria para conocer el mundo”.
Nos encontramos aquí ante una manifestación identitaria si consideramos que Jesús Vásquez Mendoza es un poeta de la diáspora mexicana radicado en Nuevo México y nacido y criado en Ciudad Juárez, punto fronterizo con El Paso, Texas. La exploración y cultivo de la identidad es característica fundamental del escritor en el exilio que resiste la asimilación a un sistema en el que se debe desempeñar, pero que a la vez siente la obligación, la responsabilidad, de cuestionar. Es significativo que Ciudad Juárez se encuentran en el gran desierto de Chihuahua y el caudaloso río Bravo demarca la frontera entre esa región mexicana y los Estados Unidos.
Es decir, sobre el Nilo, en las arenas del desierto del Sahara, Vásquez Mendoza descubre conexiones fundamentales con su propio imaginario, con su propia identidad. En el viaje a Medio Oriente, el poeta aterriza en sí mismo, en su propio paisaje, su desierto, su río, y su frontera escarmentada.
La deshumanización propia que vimos al principio en la modernidad de un aeropuerto se ha ido desvaneciendo. Al hablar sobre el río Bravo de su niñez, -esta vez en un bar de la ruta 66 en Estados Unidos- una voz fantasmal, un alter ego poético, tiernamente recuerda: “Pienso en un río / en sus márgenes es la hora de la infancia: / un padre le enseña a su hijo / cómo volar un papalote”. Y de manera contrastante, y a modo de protesta ante la violencia de la modernidad, esa voz reclama: “En mi río se amontona la mugre, la mierda, el grafiti / Hay alambradas y amenazas / Por todas partes le asedian el asfalto y la ruina […] / Pienso en un río / Pero al cruzarlo, mis sueños / Incitan improperios y balas”.
La voz deshumanizada del poeta viajero que en el aeropuerto declaró indiferencia ante el prójimo, ha pasado por un proceso de transformación a partir del viaje a Oriente Medio y en uno de los pasajes más hermosos del poemario ahora declara: “Pienso en un río / y yo / me convierto en ese viento que atraviesa los ríos / y no puedo evitarlo / ya que el amor / también cruza conmigo”. La voz poética se ha convertido en una voz de ternura y solidaridad.
La Huella del Gnomon es un libro de contenido profundo y transformador. En sus páginas encontramos sensibles poemas de amor que van surgiendo a la par de la sordidez de la modernidad, una extensa apreciación sobre Dios y el cosmos, y finos versos enmarcados en el contexto de la inmigración a Estados Unidos. Jesús Vásquez Mendoza logra este efecto lanzándose a las profundidades de su propia identidad desde las arenas del desierto.
(Jesús Vásquez Mendoza participará en una entrevista con el poeta Carlos Parada-Ayala en la plataforma de Facebook Live de Casa de la Cultura El Salvador, el viernes, 3 febrero 2023, a las 8:00 pm).