"Hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados desaparecidos".
Juan Gelman
La violencia que vivimos en nuestro país tiene muchas caras, la violencia intrafamiliar, la violencia feminicida, la violencia social son caras de una misma realidad. Pero quizá uno de los rostros más trágicos de esta violencia que nos azota es la de los desaparecidos. Esas personas que un día salieron de sus casas, de sus trabajos y no volvieron nunca más.
La organización Amnistía Internacional define a los desaparecidos como: “Personas que desaparecen, literalmente, de entre sus seres queridos y de su comunidad cuando agentes estatales (o con el consentimiento del Estado) las detienen por la calle o en su casa y después lo niegan o rehúsan decir dónde se encuentran. En algunos casos, quienes llevan a cabo las desapariciones son actores no estatales armados”.
Según datos consignados por diversos medios salvadoreños, la Fiscalía General de la República reportó más de tres mil quinientos casos de personas desaparecidas durante el año 2018. En lo que va del año, el Ministerio Público ha recibido 1,811 denuncias de personas desaparecidas, o lo que es lo mismo ocho denuncias diarias.
Ante este alarmante incremento de desapariciones, el titular de la FGR decidió establecer una Unidad Especializada para Personas Desaparecidas. De igual manera, ha unido esfuerzos con el gobierno central para crear una mesa bipartita con la Policía Nacional Civil para manejar cifras uniformes con respecto a los desaparecidos.
Este atroz crimen no nos es ajeno a los salvadoreños, las desapariciones fueron comunes en los años previos a la guerra y durante ésta. Muchas familias fueron marcadas para siempre al sufrir la desaparición de un ser querido. Hay desaparecidos de todo tipo: políticos, estudiantes, líderes sociales, hasta escritores, como nuestro poeta nacional, Roque Dalton, quien al día de hoy sigue sin aparecer y según la investigación judicial se reporta como desaparecido al no haber encontrado un cuerpo. A nivel personal, mi señora perdió a su padre cuando la extinta Guardia Nacional lo sacó de su casa y nunca más lo volvieron a ver.
Las desapariciones forzadas son estrategias usadas, como en el caso de nuestro país, por grupos delincuenciales con el interés de generar temor en las sociedades, no solo en los familiares de los desaparecidos. Es un delito que mina psicológicamente a las personas que tienen un desaparecido, quienes sufren la agonía de no saber dónde está, la angustia de saber si su familiar está vivo, está bien o dónde lo tienen recluido.
Quienes tienen la desgracia de sufrir esta tragedia nunca vuelven a ser los mismos, su vida da un vuelco y padecen un suplicio incesante. Estas familias se aferran a un imposible ‒porque parece imposible encontrar a un desaparecido‒ y pasan años confiando en que a sus seres queridos volverán o los encontrarán.
Cuando las esperanzas merman y los familiares se convencen de que no están vivos, viene el calvario de no tener un cuerpo, no tener un lugar dónde llorarles y rendirles honores. Juan Gelman, poeta argentino que sufrió en carne propia la desaparición de su hijo y su nuera lo definió con claridad meridiana: “Los militares argentinos asesinaron a toda una generación de jóvenes y además, desaparecieron sus cadáveres, lo cual es una doble muerte. Doble muerte porque no están los restos del ser querido para que descansen en paz en algún lado y recordarlos con cariño. Rito que viene desde nuestros antepasados. Desde esos periodos históricos se enterraban a los muertos con piedras para que no los devoraran los animales”.
Por situaciones como la anterior es que la familia del poeta Roque Dalton exige que se diga dónde están los restos del escritor. Por esto los abuelos de mi señora murieron sin saber el paradero de su hijo. Por eso es que cientos de salvadoreños van al Ministerio Público a denunciar la desaparición de una hija, un esposo o un hermano.
Las desapariciones forzosas son un lastre que nos socava como sociedad. Es necesario que se mantengan y fortalezcan los esfuerzos coordinados entre todas las instituciones que combaten este flagelo. En este sentido, es loable el empeño institucional por buscarle salida a un problema que hoy día desgarra a tantas familias salvadoreñas y que, lastimosamente, es parte de la dinámica delincuencial que atraviesa el país.