Lucidez, alegría, presencia tutelar
El martes 26 de enero asistí a la Plaza de los Mártires de la USAC para conmemorar los 50 años del secuestro, tortura y asesinato de Juan Molina Loza por parte del Estado guatemalteco. Un amigo que fue su alumno en la secundaria me recordó que cuando lo sustituí como profesor en su curso de filosofía del Liceo Modelo ―debido a un viaje que Juan Luis hizo―, llegué vestido de pachuco sesentero, con una camisa “típica”, una cadena de plata al cuello y un macaco sobre el pecho. Otro amigo allí presente me contó que nunca olvidaría la noche en que me conoció porque en medio de una obra de teatro en la Universidad Popular, saqué mi guitarra y me puse a cantar. Seguro era parte de la obra, aunque ya no me acuerdo. Lo que sí sé es que con Juan Luis y otros amigos ―Sonia, Consuelo, Carlos…― hicimos algunas representaciones escénicas en la USAC sobre temas filosóficos existenciales, de seguro como parte de la Huelga de Dolores.
Parado en la explanada entre la Rectoría y la Biblioteca Central, disfrutando de una mañana soleada y fresca, recordé con algunos amigos de esa época una serie de anécdotas de la lucha revolucionaria y de asuntos relacionados con Juan Luis. Un hermano suyo me contó que yo le envié a Juan Luis una tarjeta postal desde París en 1968, en la que me cuenta que le decía textualmente: “Me siento caminar por los canales seminales de un toro”. Como literatura, hoy la frase me avergüenza un poco, pero la creo porque así hablaba yo en 1968, imbuido de los ecos del mayo francés, del ejemplo del Che, de Turcios y Otto René, y del Premio Lenin de la Paz a Miguel Ángel Asturias, a quien conocí en ese viaje siendo embajador de Guatemala en Francia. Según me contó su hermano, Juan Luis le mostró mi postal muy emocionado. Soñábamos con luchar y luchamos. Fue hermoso rememorar esos años y rendirle un sincero homenaje a ese amigo entrañable, emblema de la inteligencia nacional truncada por la ignara y criminal dictadura oligárquico-militar que ha destruido su país con dedicación asesina.
Cuando Juan Luis personificó al Che Guevara en la Huelga de Dolores de 1969, lo vi colapsar frente a lo que es hoy el MUSAC. Su caminata había sido extenuante y él se emocionaba hasta las lágrimas cuando representaba un personaje que tenía algún significado profundo para sus afectos y convicciones. Cuando hicimos una representación sobre el dilema del ser humano ante la muerte, Juan Luis no paraba de llorar después de terminada la puesta en escena. Recordé también que una vez íbamos en dos carros para una casa en las afueras de la capital y estaba lloviznando. Él frenó de pronto y yo lo choqué por detrás. En el carro de Juan Luis, Consuelo y Sonia llevaban sobre sus piernas una olla con chocolate, y salieron literalmente enchocolatadas. Juan Luis lloraba de la risa al verme preocupado por el estado en que habían quedado ambos carros e incapaz, como él, de gozar del espectáculo de aquellas amigas que también se doblaban de la risa al verse echas dos sombras endulzadas en la noche húmeda y ventosa.
Siempre lo recuerdo caminando hacia mí con su campanita al cuello tintineando, sus caites viejos, su barba como de joven Santa Clos, su sonrisa amplia y su mano extendida para saludarme y hablar de algo recién leído, de alguna ocurrencia jocosa o una noticia reciente. Desbordaba vitalidad y alegría, lucidez y certeza. Era muy alto y corpulento. Hablar con él implicaba mirar el mundo desde otro ángulo. Era aire fresco. Ejemplo. Presencia tutelar.