Iconoclastia

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Durante la edad media, la iconoclastia fue un fenómeno extendido y por causales de carácter estrictamente religiosa, que consistía esencialmente en la destrucción por razones doctrinarias, de imágenes, lienzos, estatuas, que representaran motivos de carácter religioso; tal práctica parece haberla iniciado el emperador León III, en Bizancio, en la procura de recuperar  las prácticas originarias de su religión.

Otra explicación surge empero, de la psiquiatría, que ve en la iconoclastia “…una acción vandálica orientada a superar insatisfacciones de origen sexual…” [Diccionario de Psiquiatría y Sicología Forense, Pastor Bravo], es decir, una en la que el actor de la destrucción de cualquier representación humana o divina, satisface en el acto destructivo, la libido de aquel, manifiesto en la violencia implicada en la acción.

Es decir, el actor de tal destrucción es por lo regular de acuerdo a ésta interpretación, alguien que liga su sexualidad a actos que reafirmen ante los demás, su virilidad, por intermedio de la violencia.

El autor añade, que este tipo de acción es además ejecutada por un individuo cuyo perfil es básicamente desequilibrado, intolerante, narcisista, incapaz de empatía y por lo mismo, alguien que busca en la atención de actos como este, el reconocimiento que de otro modo no tendrá.

Como fuere, si abrazamos una o la otra explicación de la causal que mueve a quién es iconoclasta o la promueve, es el caso que podemos deducir de lo anterior que su incapacidad de dialogo le impide ver más allá de lo que es válido para él, para sus intereses o los de su grupo, al que tampoco es leal pues solo utiliza coyunturalmente para concretar sus fines, con absoluto menosprecio de las consecuencias.

Ahora bien, si ligamos el hecho iconoclasta a las circunstancias de una sociedad quebrada por la violencia y la intolerancia sistémicas, de la que éste individuo es también sujeto, tendremos una peligrosa combinación por los probables derroteros que tales acciones tendrá, dado que tiene por propósito mayores tensiones sociales, al creerse por encima de ello.

Diciéndolo de otro modo, las palabras y amenazas del ejecutivo por destruir el monumento a la reconciliación, muy probablemente no le seguirá más reconocimiento que el de su entorno, que a propósito no comprenderá, lo que no reportara la satisfacción que supone, pues no tendrá el efecto esperado, dada la naturaleza de nuestra ciudadanía.

En cambio sí sufrirá aún más el ya caído prestigio presidencial, al cual ha caracterizado carencias fundamentales como lo son, la ausencia de plan de gobierno, o la satisfacción de necesidades de la población como son, agua potable, la generación de un sistema impositivo progresista, la persecución de la impunidad, el fin del nepotismo, etcétera, todas promesas de campaña que no han sido abordadas y si sustituidas por el discurso discordante, confrontativo e intolerante, que azuza a una sociedad ya violenta sistémicamente.

Entonces, abandonando el papel de inseguro mostrado hasta ahora por el ejecutivo, debe resolver las históricas problemáticas que nos afligen como nación, abandonando el papel victimista, arremangándose y asumiendo, finalmente el trabajo.

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