Por Rodrigo Barba
La última vez que vi a Héctor Samour fue hace un par de semanas en la UCA, vestido de traje, caminando rumbo a una graduación, le pregunté si aún seguía activo en la lucha política, respondió que sí con su tono de voz nasal y quiso saber si yo estaba en las mismas y se lo confirmé, chocamos el puño, me miró sin verme con su ojo de vidrio y seguimos nuestro camino filosófico.
Esta mañana me enteré de su muerte y no pude menos que empezar a recordarlo en medio de lágrimas, como mentor, como pensador y como amigo. Una persona sagaz, salida de la tradición filosófica más poderosa de la región, discípulo y hermeneuta de Ignacio Ellacuría, se aseguró de proteger celosamente su legado y transmitirlo a miles de estudiantes de todas las carreras durante décadas.
Sus clases eran rápidas y precisas, sus consejos te empujaban al pragmatismo y sus opiniones eran mordaces. Estuvo rodeado de muchas personas que lo adulaban y le tenían una especie de respeto espectral que se le tiene a las personas que no se conoce bien, a él jamás pareció afectarle, salvo en conversaciones privadas en las que no se mordía la lengua para condenar a aquellas personas que entorpecían la educación en el país.
Teto, como maestro, lograba identificar cuál era el talento de sus alumnos y, si estábamos dispuestos, siempre nos empujaba a ser mejores, nos hacía sentir que creía en nuestro talento y nos daba las herramientas para demostrarlo.
Sin embargo, el recuerdo más nítido que tengo fue cuando estaba en mi proceso de tesis, decidí elegir a un filósofo no canónico como Jean-François Lyotard para acercarme al concepto de «desideologización» y mi asesor de tesis de forma arbitraria se esforzó en acusarme de plagio de manera injustificada y a su vez me puso una nota con la que podría aplazarme, pero mi segundo lector de tesis fue Héctor Samour y me puso la nota más alta que pudo, me dijo que no me complicara con los mediocres, porque por gente como yo, un día, se les iba a acabar la fiesta que tenían en el departamento de filosofía. Hasta el momento aún no se les ha terminado, pero mencionarlo es necesario.
La tradición educativa de Teto aún permanece en quienes fuimos sus alumnos como una voluntad de liberación que palpita en el pecho.
Encontré en uno de mis viejos cuadernos de clases estas palabras que dijo Héctor Samour: “El tiempo atraviesa nuestro espíritu y la verdad está escondida en una concha. El futuro es indescifrable salvo para quienes buscan traspasar los límites ideológicos impuestos por un montón de bobalicones que se aprovechan del resto.”
No vamos a olvidarte, Teto, al contrario, gracias por todo.