martes, 10 diciembre 2024
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Generación 84

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"Asegura Sergio Montes, fotógrafo profesional, que alguna vez fuimos delincuentes en potencia, se refería los miembros de la Generación 84 del Colegio Tepeyac", México.

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Por: Gabriel Otero


Para Julieta In Memoriam,

todos se acuerdan de ti

Asegura Sergio Montes, fotógrafo profesional, que alguna vez fuimos delincuentes en potencia, se refería los miembros de la Generación 84 del Colegio Tepeyac, institución educativa ubicada al norte de la Ciudad de México que fue creada en 1940 por una fundación norteamericana para posteriormente ser manejada por frailes benedictinos brindándole su orientación educativa.

En 1972, la orden benedictina se retiró quedando a cargo un Consejo de Administración que tomó las riendas del colegio y continuó el camino trazado por sus antecesores.

Al principio las palabras de Sergio me parecieron duras y desproporcionadas, por fortuna ninguno de los 208 de la Generación 84 tenía necesidad de ganarse la vida, más bien crecimos en copos de nube con los traumas típicos de la clase media, la mayoría vivíamos en las cercanías y nos íbamos caminito de la escuela (1)   por las calles de Lindavista.  

Revisando el anecdotario tuve que darle la razón: para ser maestro de nosotros había que tener el talento de hacer fuego con las piedras, la vocación de la enseñanza a prueba de maremotos y estar convencido de que el paraíso existe antes de ser devorado por los leones.   

En el recuento de nuestras imprudencias y complicidades llegamos a cosas inauditas, casos de crueldades extremas como amarrar a algún compañero en el pupitre y dejarlo sentado en calzones fuera del salón de clase, el buleo era lo cotidiano, o el robo de charolas completas de sopes, cuando Amadita la de la tienda se descuidaba, para repartirlas entre todos.

Y por supuesto, lo típico de cualquier colegio, los temas ocultos de los que nadie habla: sustracción ilegal de exámenes, sobornos, relaciones extrañas y travesuras inofensivas como calentamiento de asientos con encendedor, apertura de hoyos reveladores en el escritorio de los maestros y torneos de basta, gato y timbiriche. También era usual la famosa quiniela en la que apostábamos a cuántos de nosotros sacaría el Tío Gamboin en la clase de lógica.

Parecería hipérbole contar que alguna vez alguien escaló tres pisos para meterse al aula de modelado y que lo de diario era trepar la reja de tres metros junto a la dirección y escabullirse por una ventana cuando se llegaba tarde.

Había que evitar la prefectura a toda costa, El Foco no se andaba con cuentos, mal geniudo buscaba cualquier pretexto para hacer valer su autoridad, era todo lo contrario a Juan Cuadros, un hombre pausado que utilizaba el poder de la palabra como medio de persuasión y por lo mismo lo queríamos y lo respetábamos.

Abundan las historias colectivas, hemos cambiado, pero en el fondo seguimos siendo los mismos, imberbes de corazón en cuerpos añejos que descubrimos la vida día a día, compartimos la mística y un código mutuo, sí, somos afortunados, fuimos delincuentes en potencia, ahora pretendemos ser hombres de bien.  


(1) Canción de Francisco Gabilondo Soler “Cri-Cri”

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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