Todavía era estudiante de Artes Plásticas cuando pinte la primera obra sobre Monseñor Romero. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y la sensación que pruebo cada vez que vuelvo a plasmarlo es más intensa.
El último retrato que he realizado tenía una intención específica: ser donado al Papa Francisco. Para una artista, pintar un cuadro para el Papa no es indiferente, sobre todo si es el Papa que ha querido la beatificación de nuestro mártir.
Sin embargo, en el momento de la creación de la obra, mi concentración estuvo exclusivamente sobre la persona de monseñor Romero. Verlo formarse sobre el lienzo fue una especie de diálogo entre los dos”¦ es difícil describir una especie de conexión profunda.
La experiencia en El Vaticano fue igualmente fuerte, un momento de fiesta y de unión. El ver llegar salvadoreños de distintas partes del mundo fue un motivo de alegría. Oír al Papa hablar sobre la vida de nuestro pastor fue un momento especial.
Dentro de aquel salón en El Vaticano, decorado por los mejores artistas de la historia, con los mármoles más preciosos de la tierra, nuestro Romero universal nos miraba desde la tela, con ojos profundos de Padre.