El desafío que enfrentará el sistema político salvadoreño en el futuro inmediato tiene un extraño misterio, signado por el cierre de un ciclo que inicia y termina en el mismo punto: realizar el ejercicio de la democracia. El procedimiento de la consulta a los ciudadanos ya no se corresponde con la “capacidad de optar” que posee un grupo significativo de electores. Las elites continúan jugando una partida de damas, porque no han comprendido que el tablero y su lógica son de ajedrez.
Las funciones y la autonomía del movimiento de las piezas comienzan a tener sentido diferente en una cultura de posguerra impactada por las nuevas tecnologías y la masificación de estas formas de comunicación. Además el ejercicio de cotejar la correspondencia entre lo que “se dice” y lo que “se hace” comienza a tener una dimensión diferente en la población informada.
Una vieja fórmula que tiene a la base la exhumación de símbolos conservadores como el anticomunismo y el anticapitalismo, se quedaron trabados en los alambres de la memoria de un grupo de la población. En la práctica estas categorías se han resemantizado, porque la realidad de la población votante pasa por la interpelación hacia asuntos concretos como el poder adquisitivo, la vida digna, educación y salud de calidad, respeto a las leyes y, sobre todo, a la inteligencia de los ciudadanos.
Los jingles y avisos publicitarios se construyen para atravesar los instintos gregarios y penetrar el inconsciente; pero se quiebran en la realidad de la gente. No confundan inocencia con ignorancia. En estos días todavía existe mucha población inocente; pero la realidad la ha llevado a perder la ignorancia. Esos discursitos chocarreros, ortodoxos y flemáticos que se ponen de moda en las vísperas electorales se decoloran aunque el histrionismo sea planificado.
No se les olvide que vivimos en un pequeño territorio en el que la población tiene un pensamiento que ha madurado a fuerza de sobrevivencia, resistencia y lucha. Estas características son patrimonio de la salvadoreñidad; es decir que habitan en el coraje de la gente, que lleva más de veinticinco años esperando que la paz se convierta en justicia social, igualdad jurídica y sobre todo democratización económica.
Comenzaron a chisporrotear los yunques y los yankees, ateos y cristianos, evangélicos y católicos, sindicalistas y trabajadores, izquierdas y derechas, oportunos y oportunistas, medios de comunicación y comunicaciones a medias, machistas y feministas, teólogos de la liberación y Opus Dei, vendedores del mercado y vendedores de supermercado, árabes y judíos; pero lo que no deben perder de vista es la colisión entre las ideas de los viejos con la de los jóvenes, aunque ha aparecido un grupo de jóvenes cronológicos con pensamientos anacrónicos (perdón por la cacofonía).
Lo preocupante del asunto es que un oligarca juegue en este escenario del ridículo y se lo crea. No porque lo juegue, sino porque se lo crea. Suponen que con pinceladitas de pueblo podrán ocultar los rasgos antropomórficos y sus intereses. Así las cosas vuelven a construir las escenografías del simulacro, reviven personajes y episodios del siglo XX, perfuman chaquetas de campañas pasadas y nos vienen a decir lo mismo con otras palabras. Así el mundo de Firuliche en el que se pone de moda la filosofía de Caifás: si nos dejamos, nos joden más.