Ese Dalton que nos espera en el futuro

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"Habrí­a que preguntarse por qué la complejidad del significante literario daltoniano ha sido invisible para los presuntos amantes de la forma en la posguerra"

La tesis que vengo sosteniendo a lo largo de varios artí­culos es que el autor de Poemas Clandestinos, en general, ha sido mal leí­do por los poetas salvadoreños de la posguerra. Se acusó a los literatos de los 80 de haber hecho una lectura ética de Roque descuidando el aspecto formal de su obra. En los 90, de acuerdo con la consigna del retorno a la literatura, se comenzaron a exigir evaluaciones estilí­sticas del poeta.

Lamentablemente, la idea de “forma” que esgrimieron nuestros escritores en su defensa de la literatura era bastante estrecha y pobre. En general, la mayorí­a de los crí­ticos que le reprocharon a los “Poemas Clandestinos” su “escaza elaboración estética”, lo hací­an sin plantearse el significado que tiene este criterio para la lí­rica y la crí­tica literaria modernas. A los dadaí­stas, por ejemplo, no creo que les quitase el sueño la escaza elaboración estética. A los primeros surrealistas, a los partidarios de la escritura automática, tampoco creo que el cuidado formal les produjese insomnio. Ya los románticos habí­an proyectado una sombra de sospecha sobre aquel arte que a fuerza de buscar la perfección se volví­a artificial y ajeno a la sensibilidad del hombre. Con estas observaciones no pretendo justificar el desprecio de la forma, solo advertir que en el arte moderno la excelencia estética como criterio de valor es objeto de controversia. Dijo Rimbaud: “Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas, y la encontré amarga. Y la insulté”. Si el artista moderno lleva insultando a la Belleza desde los tiempos del último Goya, habrí­a que preguntarse cuál es el sentido que tiene “la elaboración estética” como criterio de valor.

Otra limitación de las crí­ticas noventeras y actuales de los “Poemas Clandestinos” subyace en el contenido que le han dado a este vago criterio del cual hablamos. Quienes manejan esta “medida” nunca la definen, así­ que debemos suponer que asocian la “elaboración estética” con aquello que los retóricos, en su clasificación de los estilos, etiquetaron como “estilo elevado”. La mayorí­a de nuestros poetas desconoce la taxonomí­a retórica de los estilos y su problemática por lo que imagino que vinculan “el estilo elevado” con la abundancia de figuras retóricas, la complejidad lingí¼í­stica y el cuidado formal extremo. Para muchos este serí­a el estilo ideal al que deberí­a ceñirse cualquier expresión poética, por lo que cualquier poema de naturaleza inteligible, escasas figuras y lenguaje llano vendrí­a a representar un ejemplo de escaza elaboración formal. Yo les recordarí­a a estos poetas a los que únicamente satisface lo sublime aquellas palabras donde Cicerón establece que lo llano en el discurso también exige esfuerzo y es difí­cil.

Si en las artes del buen discurso, lo sencillo también exige talento y trabajo creativo, es discutible el empleo de la sencillez estilí­stica como un argumento para cuestionar, sin más, los Poemas Clandestinos. Ver la sencillez textual como una caí­da de la calidad literaria representa un juicio de valor objetable si consideramos que algunos poemas sencillos pueden ser un ejemplo de lograda “elaboración estética”. Y asociar esa presunta caí­da de la calidad formal como un simple efecto de la polí­tica en la estética serí­a también una interpretación harto discutible porque la politización de una obra de arte no devalúa necesariamente su calidad. No podemos asegurar la validez universal del juicio de que “cuanto mayor sea la politización o ideologización de un poema menor será su grado de elaboración estética”. Entendiendo que la susodicha elaboración estética no es sinónimo de densidad en el uso del ornato retórico.

En esa pureza abstracta en la cual se colocan ciertos poetas y crí­ticos actuales para quienes el estilo es una dimensión formal independiente de los temas, circunstancias y propósitos comunicativos; en esa plataforma valorativa que prohí­be que los textos se contaminen de  finalidades extraliterarias; en ese punto en el cual se niega, por principio, cualquier tráfico entre la lí­rica y la polí­tica y en el que por lo tanto se olvida que una vez existió como género la poesí­a didáctica y polí­tica; en ese ambiente en el cual domina, preñada de solemnidades, la sacra e impoluta religión de la literatura, resulta difí­cil comprender a un poeta que violenta esas demarcaciones y prohibiciones, a un poeta para el cual el estilo dialoga con las circunstancias, a un poeta en cuya filosofí­a lo que es del poema y lo que se debe a la realidad tienen unas fronteras bastante incomodas.

Habrí­a  que preguntarse por qué la complejidad del significante literario daltoniano ha sido invisible para los presuntos amantes de la forma en la posguerra. La hipótesis que manejo es que sus criterios formales han sido tan estrechos, tan limitados, que no han sido capaces de ver esa complejidad literaria que asoma en la superficie de la obra del autor de  “Taberna y otros lugares”. Esta ceguera crí­tica en la mirada de los poetas les ha impedido capitalizar la ebullición creativa de un literato  incómodo.

Cuando los escritores salvadoreños aluden a la importancia o influencia de Roque se refieren a su ejemplo ético, porque  lo que es su propuesta estética nunca han acabado de comprenderla y les  resulta incómoda.

A este creador que huí­a de las demarcaciones simples lo hemos leí­do desde una visión simplista del contenido y la forma de sus textos. Esa forma la hemos juzgado desde sus grados de cercaní­a con el estilo elevado y ese contenido lo hemos buscado en la manifestaciones obvias de la ideologí­a en sus textos. Nosotros que tanto  hemos elogiado la ironí­a del poeta no hemos captado que en su madurez se mostró irónico respecto a las expresiones obvias y solemnes del estilo elevado. Dalton también sentó a la Belleza en sus rodillas, y la encontró amarga y la insultó. Esto no significa que despreciase por principio los vuelos altos de la lí­rica, solo significa que para él la poesí­a, en su ámbito, era capaz de admitir registros estilí­sticos diferentes (llamémosles Alto, Medio y Llano) que podí­an dosificarse o administrarse de acuerdo con el tema, la circunstancia y el propósito comunicativo. En lo que a su voz se refiere, Dalton emigró del romanticismo y llegó a una tesis semejante a la del Eliot que consideraba que el poeta podí­a utilizar las máscaras de otras voces.

Resulta  paradójico que quienes tanto le han reprochado a Roque sus descuidos formales no hayan comprendido la naturaleza vanguardista de su  propuesta formal. Hay un Dalton que transgrede géneros y es ese que combina la prosa con la lí­rica, ese que hace bailar en el campo literario textos de procedencia histórica, ese que mete el teatro en la  poesí­a como en el monologo lirico-teatral de “La segura mano de dios”.  Todas estas transgresiones genéricas y estilí­sticas suelen incomodar a  quienes buscan al poeta-poeta y el poema-poema. Textos hí­bridos como las  “Historias prohibidas del Pulgarcito” disgustan por igual al historiador cientificista y al lector que no desea que lo expulsen de sus etiquetas interpretativas. Resulta curioso que quienes admiten la libertad del collage en otros ámbitos del arte, no acaben de aceptar su  retórica en una literatura como la de Roque. Eso no es poesí­a, dicen algunos, como si estuviese claro cuáles son los lí­mites de la poesí­a y como si cualesquiera que fueran estos deberí­an imponerse como fronteras  insalvables a la libertad del creador.

Resulta paradójico que quienes tanto señalan la importancia de la forma no hayan captado que Dalton es uno de los poetas que más han experimentado con la forma literaria en nuestro paí­s. Todos los experimentos suponen un riesgo y con frecuencia suelen ser fallidos. Ahí­ está ese poema ““Los hongos”“ que  intenta llevar un debate del pensamiento a la poesí­a y la poesí­a al debate del pensamiento y que lo hace con un procedimiento formal de naturaleza vanguardista. Pero ¿cuál es la reacción de nuestros convencionales poetas ante un texto como Los hongos? Se llevan las manos   a la cabeza y exclaman ¡Oh no, poesí­a de ideas¡ Roque Dalton, amigos y   amigas, no se merece tanta superficialidad.

Y superficiales hemos sido al investigar la relación de su pensamiento con la lí­rica. Dalton encarna una figura que no ha vuelto a darse después de su muerte: la figura del poeta”“intelectual. No podemos divorciar los problemas de su filosofí­a del lenguaje poético, los problemas mismos de  su creación literaria, de la que fue su filosofí­a general. A partir del marxismo y del nacionalismo popular latinoamericano, Dalton esbozó una imagen de nuestra historia y nuestra cultura y en dicha imagen encabalgó su proyecto literario de la segunda mitad de los años 60. Hizo suya la tarea de construir una “cultura” para la insurgencia. Y es  aquí­ en este punto, y no en la mera subsunción mecánica de la poesí­a a  la polí­tica, donde su lenguaje literario se politizó impregnándose de una orientación  retórica.

En   la retórica se busca que la palabra afecte los valores y las actitudes   del receptor de un discurso. Ese objetivo no es posible alcanzarlo si el  discurso carece de inteligibilidad. Recordemos que Dalton se hizo con un lenguaje literario (el de la lí­rica moderna) antes de hacerse con un lenguaje polí­tico. La tradición hermética y subjetiva de su formación literaria (ecos del romanticismo mediados por el surrealismo,  etcétera) tuvo que resultarle problemática en la medida en que cobró conciencia de  ser un escritor latinoamericano en los escenarios polí­ticos y simbólicos de un proceso revolucionario. Así­ que tuvo que buscar un acuerdo precario entre su libertad creativa y el imperativo comunicativo  que la revolución le imponí­a al escritor comprometido. Eso  lo sacó de sí­ mismo pero no lo condujo a una literatura chata y realista, eso lo llevó a la representación de otras voces junto a la suya, a la utilización de diversos registros de estilo, al empleo del collage para representar la heterogeneidad textual y factual.

El poeta que cree  que con la poesí­a de hoy es posible decirlo “todo” admite que ya no hay  materiales selectos y exclusivos para decir en un poema. Esa democratización de los temas y los lenguajes le impuso a Roque desafí­os creativos que no suelen asumir los poetas convencionales, aquellos que solo se sienten cómodos en el poema-poema,  alejados de la prosa y de discursos ajenos a lo sublime, aquellos que prefieren apartarse de temas  y de fines que no les parecen apropiados para tratar con los versos. Esa apertura desmesurada del poeta Dalton lo llevó a Taberna, a Los Hongos, a Historias prohibidas del pulgarcito, a un Libro rojo para Lenin e incluso a los Poemas Clandestinos. Si la poesí­a es capaz de decirlo todo puede intentar asumir los materiales y los fines del panfleto. Este ejercicio de libertad solo es posible ahí­ donde se diluyen las fronteras de los discursos en los propósitos polí­ticos y creadores.

Teniendo en cuenta el antecedente de “La segura mano de  dios” en la que el poeta asumí­a o fingí­a la voz de “otro”, cabrí­a preguntarse si los registros estilí­sticos de Poemas Clandestinos son los  de cuatro figuras en un escenario virtual y no la manifestación inmediata de la voz de Dalton. Ya he razonado que la parquedad de su lenguaje, sus escasos lujos, solo  suponen la adopción de un estilo (el llano) que era el más adecuado para una lí­rica de tipo panfletario inscrita en el género de la poesí­a polí­tica. La adecuación del lenguaje a  la circunstancia, al tema, al género y al tipo de receptor que los poemas buscaban son operaciones retóricas y no necesariamente caí­das o desvanecimientos de una excelencia literaria oficial que, dicho sea de paso, el poeta cuestionaba.

Uno puede juzgar bien o mal todos esos  caminos creativos que Dalton exploró dándole la espalda a una poesí­a confinada en lo sublime, encerrada en el campo de su lenguaje y en el campo de su  género y condenada a ser la expresión subjetiva de la voz de  su dueño.  Los poetas que sientan a la Belleza en sus rodillas y la insultan se arriesgan en obras que evitan los cómodos amantes de lo sublime convencional. .El dialogismo de Roque, su manejo de varios estilos, su transgresión de los géneros, su intento de forzar los lí­mites que se reservan a la lí­rica son dimensiones formales de su obra que apenas han  influido en la lí­rica salvadoreña de la guerra y la posguerra. Ese aspecto de su palabra nos espera en el futuro. Quizás.

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Álvaro Rivera Larios
Álvaro Rivera Larios
Escritor, crítico literario y académico salvadoreño residente en Madrid. Columnista y analista de ContraPunto
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