sábado, 13 abril 2024
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Escrito en una servilleta: Yo, como tú, como el pueblo

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"Yo, como tú, como ella, tengo cien mil kilómetros de venas abiertas en las que, vocinglera, corre la sangre de mi pueblo ensangrentado por las tres décadas de la ignominia tempestuosa": René Martínez Pineda.

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Por René Martínez Pineda.

Yo, como tú, amo el amor más allá de su piel moratoria, porque el amor no tiene fronteras ni fecha de caducidad y, mucho menos, efectos secundarios adversos; amo la vida que no le tiene miedo a la muerte, ni a los muerteros de oficio que, como los viejos de agosto, deambulan por el mayo que se tiñó de rojo; amo el dulce canto y el fascinante encanto de los cuadernos nuevos rebotando, como locos sueltos, en las viejas mochilas de los niños que sueñan con ser grandes cuando sean grandes; yo, como tú, como ellos, cuando me siento vapuleado por las altas horas de la noche, y por aquello de ser un necio utopista del tiempo y sus graciosos cangrejos, amo la territorialidad cotidiana de los pasos sin cadenas de barro, ni penas, ni condenas a muerte desde que febrero se vistió de celeste para asistir a la misa solemne del domingo de resurrección del pueblo.

Yo, como tú, como ella, tengo cien mil kilómetros de venas abiertas en las que, vocinglera, corre la sangre de mi pueblo ensangrentado por las tres décadas de la ignominia tempestuosa… y por eso, cuando la nostalgia de vida era un dolor romo y largo que martillaba mi espalda, reía por los ojos pensando en que así -¿y por qué no?- exorcizaría las lágrimas imborrables que, sin contrato firmado, tenían alquilados mis ojos. Yo, como tú, como él, también creo que el país se está poniendo bien chulo después de haberlo bañado con eucalipto y romero bendito, y haberlo perfumado con la acechante esencia de pachuli que hizo famosa a la señora que hacía la prueba del puro para salir de apuros, remedio infalible éste para acabar con los corruptos que, despiadados y sin despeinarse, le chupaban la sangre al pueblo; yo también creo que la poesía de contenido es como el pan recién horneado, de todos y a toda hora, y creo que las tortillas son como la hostia que nunca debe faltar cuando el pueblo asiste a la eucaristía del comedor que, vocinglero y esperanzado, abre de par en par las puertas de la sonrisa a tiempo, los tres tiempos de comida. Yo, como tú, como el pueblo que te inspiró hasta lo indecible, sé que mi corazón no sólo late en mi pecho y bajo mi techo, sino también en los pechos agrestes y unánimes de los que, de tan románticos que son, luchan hasta la muerte por la vida, toda la vida; de los que, de utopistas que son, luchan con odio por el amor confiscado en las calles… y por las cositas que son el patrimonio de toda la vida; de los que, de tan mundanos que son, se beben el paisaje sin pan para disimular el ayuno que les impusieron los miserables de siempre que comen caviar sin saber qué putas es eso; de los que, como tú y como yo y como nosotros, saben que ¡la poesía o es de todos o no es de nadie, hijos de puta! porque es el patrimonio cultural del corazón.

Yo, como tú, como el pueblo que no deja de confiar en el futuro, aunque le hayan confiscado el pasado, amo el amor de los que aman tu ausente presencia más allá de la cordura que, como gatita entrañable, se deshace en minúsculas lágrimas de ceniza y adobe. Yo, como tú, como aquellos, como los otros, sé que al fin, o por fin, el pueblo va a deambular sin precaria desnudez en la ribera de la risa que brota de los párpados. Aquí, hoy, como canción desesperada, digo, y te digo, y me digo, y les digo: siempre recordaré la orfandad en que dejaste al país cuando tu poema de amor fue víctima del odio; siempre recordaré el olor a incienso de sándalo que se aferró a las paredes de la nostalgia del mar de la mañana e hizo adictiva la risa de las muchachas que se bañan con el rocío de la madrugada; siempre recordaré el murmullo del Justo Juez de la Noche que quedó clavado en la tangible sed de la justicia que carece de un chorro público donde saciarse.

Yo, como tú, aborrezco las manos blancas teñidas de rojo que hicieron cometer la más grande traición a los cipreses del cementerio municipal; yo, como tú, me difumino en los ojos, y en la voz de campana, de los lugares más remotos que se recuestan en el eclipse que apabulla a la poesía que perdió a su poeta más entrañable y extrañado porque lo abarcaba todo con sus palabras como pasos por la vida. Como tú, yo sé que ya es la hora de que el llanto desaparezca en la brasa sin vestigio porque es tiempo de reír para los corazones. Se dice fácil, pero, yo, como tú, hemos transitado décadas de sangre y lágrimas humildes. Yo, como tú, mi buen Roque, sé que la poesía debe ser como el pan, para todos y a toda hora, así como sé que eres la roca sobre la que se levanta el abrazo de los pájaros que envidiamos cuando niños.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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