Por René Martínez Pineda.
Patria –madre vejada que perdía a sus hijos en la frontera norte o en la locura fratricida del barrio- he estado durmiendo mi amor por ti, hasta hoy, que ya no tengo que beberme la sed ajena; que ya no debo hacerme el disimulado frente a los cuerpos telúricos de los niños que se parecen a ti, tanto en la guerra como en la paz; que ya no debo dejar que me roben el sabor a sal de mi piel, esa cobija que perdí cuando tuve que alquilar mi cuerpo con el venia de tu mapa sin soberanía que tenía a ladrones cuidando el dinero del pueblo.
Patria –vendedora de pócimas infalibles que hacen volver al ser amado en tres días, o en tres décadas- retengo mi amor por ti hasta febrero, para que los funerales fiados sean una excentricidad de la cultura; para que el bautizo llegue antes que el zancudo; para que tenga más horas libres para la caricia cálida que para el tronar de dedos; para que las mil boletas de empeño que guardo en una caja de cartón –mi fiel mesita de noche- no sean mi único patrimonio heredable; para que el requisito para ser político no sea ser un corrupto anunciado, un feligrés del enriquecimiento sospechoso, o un advenedizo que confunde la cuma con el cuaderno; para que ya no vuelvan a tratarte como la chucha más flaca a la que se le pegan primero las pulgas del neoliberalismo; para que la miel de tus huellas inolvidables sea un milagro cotidiano y no una tortura de la historia de los victimarios…
Patria -madre violentada que moría en el barullo cultural del patrimonio robado- entretengo mi amor por ti hasta que febrero conquiste la utopía, para que la oración a tu bandera no me saque la lengua desde el púlpito sifilítico de los criollos del imperio; para que tu himno no sea una cucharada de sal en mis heridas; para que los niños de la calle coman mejor que los perros de los que no devuelven lo robado; para que la calle sea un lugar donde el único crimen que se pueda cometer sea no poder dibujar una “O” geométricamente perfecta; para que las cobijas sean tan baratas como las banderas políticas; para que la papalota negra deje de tejer pandemias en las casas de los pobres; para que circulen en tus venas más niños felices que carros fúnebres; para que la jubilación no tenga como indemnización una gangrena; para que ninguna anciana necesite extender la mano para cumplir su último sueño; para que los cuartos con olor a ruda machacada con alcohol de la calle Celis sean convertidos en museos de la virtud ajena…
Patria –campesina que camina descalza con el cabello tostado por el sol del olvido- arrullo mi amor por ti hasta que asome febrero, para que en las escuelas se resuelva el trinomio cuadrado perfecto de tu bandera soberana, la raíz cúbica de la expropiación de los ejidos, y la ecuación de las matanzas en la Era de la Gran Delincuencia que se anunciaba como “democracia perfecta”; para que en las aulas el tétrico profesor de derechos humanos sepa explicar la diferencia entre dólar y dolor, entre víctima y victimario; para que rasguemos la oscuridad que respirábamos con camisas usadas que lucíamos como nuevas; para que ajusticiemos el llanto del niño hambriento con la milpas sin hipotecas; para que lo que cubra mi mirada no sea propiedad de los mismos cinco cristianos; para que votar por un partido de corruptos se haga con la misma conspiración con que se entra en un burdel pueblerino.
Patria –pregonera de la semita mieluda con café en el ardor del asfalto- acumulo mi amor por ti hasta febrero, para que te limpies la baba del concupiscente autenticado; para que el tren del progreso no me diga adiós sin detenerse en la estación de mi pobreza; para que vomites, en un arrebato de dignidad, la rameridad que te impusieron; para que amarte como loco no me provoque la goma moral del que se sabe adúltero; para que el olor a rancio se divorcie, por consentimiento mutuo, de las pachas de los niños que viven lejos de tus pechos; para que por tus calles circulen más libros que pistolas, y deambulen más maestros que vendedores de sopa de patas; para que ya no te pongan a cobrarme “la renta” por caminar en tus aceras…
Patria –madre santísima que los corruptos que buscaron asilo dejaron con las tetas vacías y llena de cicatrices azules- dormito mi amor por ti hasta febrero, para que ya no hagas heder el frío callejero; para que los niños sin niñez no tengan que mendigarle calor a las ratas de las cloacas del pasado; para que el aumento al precio de la leche no sea una tragedia que invite al suicidio colectivo; para que la sal vuelva al comedor para juntar a la familia que amamos; para que las únicas migraciones sean las de las intensidades del amor; para que la camisa deje de doler en la espalda; para que recuerde cómo platicaba a señas con tu cielo y espantaba los truenos con las manos, creyéndolos moscas parisinas…
Patria –obrera mal pagada que, de escondidas, no dejó de sonreírle a sus hijos- arropo mi amor por ti hasta febrero, para que te dediques a buscar a tus hijos buenos que los traidores querían convertir en malos y por eso salieron huyendo en la noche de los malditos que succionaron la hemoglobina de la democracia cuando, reunidos bajo el olor a mierda de los ríos que abrazan la ciudad, se pusieron de acuerdo para que la paz fuera sinónimo de guerra.
Patria, madre vejada, hiciste hasta lo imposible por doler en el amor que te negábamos, y por eso se te adora hasta lo indecible.