jueves, 10 octubre 2024
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Escrito en una servilleta: Liderazgo: el legado se construye ladrillo a ladrillo 

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"Los líderes tienen muchas razones para no fallarle al pueblo, razones que son éticas, morales, sociales, económicas, culturales, ideológicas e históricas": René Martínez Pineda.

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Por René Martínez Pineda
X: @ReneMartinezPi1)

En los rincones furtivos del imaginario, se reproduce la larga y cansina historia de los países que, del diente al labio, han defendido la democracia a fuerza de balas, leyes y discursos, pero sus pueblos no han sabido qué se siente vivir en ella y comer de ella. Ese es el caso de todos los países del continente. En nuestro país, lleno de paradojas y laberintos sin centro que duplicaron los cien años de soledad de García Márquez, patria y ciudadanos han sido una contradicción insoluble y eficaz, debido a que la primera es el patrimonio de unos pocos que fue fundado sobre la ausencia de los segundos, los muchos, y eso marcó, tanto a la historia política de El Salvador como a sus líderes, la inmensa mayoría de los cuales hoy habitan en el lado oscuro del ideario social, ese lado en el que -haciendo de tripas, teoría-  la sociología adoptó el liderazgo como sujeto de estudio. Y es que, liderazgo y líder son expresiones de la sociología política que trascienden el ámbito de lo crítico cuando encarnan en una misma persona, cual singularidad sociológica, y, bajo ese formato, la coyuntura le pide prestado el nombre y el rostro para describirse y desplegarse hacia la utopía social de un mañana distinto, en el que nadie se acueste tronándose los dedos, y se dé prioridad a las víctimas, no a los victimarios.

En sentido ontológico (ser en cuanto ser, para seguir siendo), el liderazgo -siendo una construcción social levantada ladrillo a ladrillo, o sea decisión tras decisión, y que sólo puede ser derribada por la acción social- es algo complejo, pues puede pasar de fuerte a débil en un abrir y cerrar de decisiones, sobre todo en el caso del liderazgo político, cuya lógica depende de muchos factores que están más allá de sus fronteras. Por tal razón, si un líder quiere dar grandes saltos, debe ir paso a paso (y en algunas ocasiones dar pasos hacia atrás), lo que implica saber medir los tiempos de aparición de los efectos sociales, y la magnitud interna y externa de las decisiones tomadas. En esa premisa -que gusta a muchos y disgusta a pocos- cabe, sin duda, Nayib, un líder que remonta su condición de individuo y, por tanto, su éxito es el éxito de la reinvención del país, la que es un proceso sociopolítico reconocido por propios y extraños, y, dentro de los últimos, hay que destacar a quienes son un referente positivo del mundo moderno. Tal es el caso de Elon Musk, con quien ha tenido un acercamiento fuera de lo común… y de lo extraordinario.

Uno de los factores relevantes al estudiar líderes y liderazgos, es la cuestión del prestigio social, de cuyo sostenimiento y crecimiento depende el lugar que aquellos van a ocupar en la historia (héroes o villanos) y, en ese contexto, se les puede tomar como un símbolo de la coyuntura de transición de lo viejo a lo nuevo (el tiempo-limbo de la correlación de fuerzas) en la que los cambios se convierten en transformaciones, y los éxitos específicos, en legados históricos a evocar por las futuras generaciones, al estilo de Luther King, por citar un inmortal. Pero para que los éxitos se conviertan en legado, deben ser la piedra angular de una nueva institucionalidad sin la presencia de la corrupción e impunidad como factores de la gobernabilidad, y de una cultura política democrática coherente con dichos legados, es decir que sean un proceso sociopolítico irreversible que quede fijado en el imaginario, en la voluntad social de la mayoría, y en la cultura cotidiana, en el entendido de que el poder cultural es la premisa inexorable del poder político.  

En esa lógica, el líder puede convertirse en el patrimonio simbólico de un pueblo, y eso tiene que ver con urgencias, presencias, ausencias, pertenencias e identidades socioculturales (la hegemonía en marcha, paso a paso), debido a que la sumatoria de éstas lleva a la motivación colectiva y a la confianza social, en tanto productos derivados del compromiso de un líder con su pueblo. Siendo así, entre más confianza tienen los ciudadanos en sus líderes, mayor es la responsabilidad de éstos por abanderar, promover y defender -a muerte- las ilusiones colectivas que tienen que ver con la utopía de erigir, sobre las ruinas del pasado, grandes obras públicas que lleven a los ciudadanos a la condición de ser tales, lo cual puede ser el legado más grande de toda la historia, esa historia que está plagada de victimarios sonrientes; de olvidos, como sustento funcional de la memoria; y de expropiaciones atroces que profundizaron, hasta lo indecible, la desigualdad social. No es inusual (y es hasta saludable) que: entre más grande es la confianza, más grande es el campo de las dudas, de la misma forma en que es usual que: a mayor confianza, mayor desilusión, eso lo saben muy bien los líderes del FMLN-ARENA, cuyo legado fue haber sido los autores intelectuales y materiales de la traición más grande de la historia. 

Por tal razón, la lógica política del “paso a paso” y “ladrillo a ladrillo” se refiere, por un lado, a tomar de forma urgente y fulminante las decisiones que afectarán a terceros en lo inmediato, pero que tendrán beneficios casi inmediatos y mucho mayores para todos; y, por otro, a que las decisiones que tienen efectos inmediatos (daños colaterales), cuyos frutos se verán en el mediano plazo, hay que ejecutarlas paso a paso. Dentro de estas últimas decisiones está, por ejemplo, la reducción del número de empleados en algunas instituciones públicas (medida que es innegable y necesaria en muchas de ellas), debido a que la ponderación de ese tipo de decisiones tomadas por los líderes, se refleja en el número de votos, sobre todo cuando las elecciones son más inmediatas que los resultados positivos esperados. Al respecto, se puede afirmar que, cuando se trata de la reducción de empleados públicos, no hay que creer que sólo se perderá el apoyo de los directamente afectados (y sus familias), sino que la propagación del “miedo” al desempleo será usado por la oposición, irradiándolo de forma perversa en todos los empleados públicos, a quienes se buscará convencer de que “ellos son los que siguen en la lista de despidos o cese de sus contratos”, y entonces hablamos del efecto en miles y miles.

Siendo así, los líderes tienen muchas razones para no fallarle al pueblo, razones que son éticas, morales, sociales (continuar la reinvención del país y consolidar la seguridad ciudadana), económicas, culturales, ideológicas (siendo la principal de estas: continuar creyendo en que las elecciones son el camino legítimo para alcanzar la utopía social) y, sobre todo, son históricas, pues fallar implica dejarle a la oposición la herencia de un país hermoso, seguro, moderno y saludable, y eso sería hacerle un grandísimo e inmerecido favor a  quienes traicionaron al pueblo. Esto último lo tiene muy claro, Nayib Bukele, y por eso su compromiso se fortalece y vence al reloj, y, de la mano de él, se fortalece su liderazgo, el que sigue intacto a pesar de que los monstruos del pasado deambulan por las calles pregonando noticias falsas.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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