jueves, 24 abril 2025
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Escrito en una servilleta: Laudate ad insaniam. La locura es la mejor cordura (I)

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"Reconozco que pude escribir lo que escribí, porque conocí seres maravillosos que me contaron sus andanzas": René Martínez Pineda.

Por René Martínez Pineda.
X: @ReneMartinezPi1

Al final, a la hora de escribir con un poco de calidad, y a la luz de la luz, todo se reduce a decir las cosas como nadie las ha dicho, ya sea porque no pueden, o porque les tienen miedo a las palabras, y creen que algunas son “malas”, y otras “buenas”, lo cual es una manifestación del control social de la lengua y sus pelos. Yo trato de decirlas de manera diferente, y de que lo intento, lo intento, y mucho, hasta el punto de: torturar las palabras para que confiesen que tienen otro significado; retorcer mi corazón para que salgan, como gotas, las metáforas; y estrujar la mente del lector cuando trata de descifrarme. No sé cuánta calidad hay en que yo escriba dos páginas en la misma página, pero eso es lo que hago.

Pude descifrar el significado de las letras a los siete años de edad, de la mano de la señorita Martínez, en la escuela “Edelmira Molina”, de Ciudad Delgado. Desde ese instante, digamos 1969, las palabras son mi bitácora; mi viaje de cien horas, de la tierra a la luna; mi antídoto contra la cordura burocrática para que pudiera colgarme de la locura creativa y protectora. Y es que, en ese ayer tan remoto, la cordura apática nos afectaba a todos, por el hecho de vivir en un país no apto para el consumo humano, un país en el que las madres enterraban a sus hijos, y no hay mayor perversión civilizatoria que esa. Saber qué significa la peregrina de las letras cuando saltan, una sobre otra, para formar palabras, es lo más valioso que me ha pasado, pues me permitió comprender y extender el universo en el que vivo, al cual me rendí el día que mi abuela -aún no sé por qué, ni sé cómo, venció la artritis cognitiva de haber cursado sólo hasta tercer grado- me regaló “veinte mil leguas de viaje submarino”, y me dijo: para que navegues en el mar de la imaginación y pruebes el sabor de la luz, que es lo único perfecto.

Cincuenta y seis años después de esa hazaña pedagógica -cincuenta y seis años no es nada, digo, corrigiendo al Gardel sin patria- recuerdo que cada letra tenía un olor y sabor único; recuerdo que las palabras se convertían en unas alucinantes y líquidas imágenes, en technicolor -como las de “La Historia de O”, la película para mayores de veintiún años que, sin más compañía que mi mano derecha que tenía apenas diecisiete, fui a ver al cine Darío, sin saber que me marcaría, de por vida, por ser un vaticinio de mi delirio otoñal-; recuerdo que las palabras eran el espejo que, descalza, atravesó Alicia. Y es que, las palabras, son la máquina del tiempo -como la de Wells- que me transportó hasta el jadeante aposento en el que, Boccaccio, desfloró, sin eyacular, la moral de la Florencia en pandemia; ellas me condujeron hasta el centro de la tierra, usando el mapa de Verne, junto a quien le di la vuelta al mundo en ochenta días y trescientas sesenta y cinco palabras; ellas me llevaron a surcar los mares tenebrosos en, “La Hispaniola”, buscando la isla del tesoro, y al viejo que fue engullido por el mar de Hemingway; ellas me guiaron por el laberinto de la soledad del amor platónico cuando, incitado por las hormonas juveniles, imaginé a Lady Godiva cabalgando en mi cama, y vi las fotos desnuda de la heroína de Schlink, quien, escribiendo cartas agónicas, fue capaz de sobrevivir a dos guerras mundiales; ellas me llevaron, con la maldad en los ojos, hasta una ínfima oficina de correos, de la costa colombiana, para que rompiera las cartas dirigidas al coronel, y que éste creyera que nadie le escribía.

Los libros que devoraba, con la luz de un candil mortinato que me mantenía preso en el siglo XIX, se convirtieron en parte de mi vida, fueron mi sangre y simiente, y me llenaron el imaginario con relatos fantásticos que continué desde la vida de quienes, con amor inenarrable, me rodeaban, y, como poseído por el ángel de la guarda de Lázaro, descubrí que con mis palabras podía sacar de la tumba a las personas, y darles la vida eterna con la pócima de las comas y gerundios suspensivos hervidos en la olla de la página en blanco.

Hoy (que casi cumplo la edad que tenía mamá Lidia, mi abuela, cuando -buscando en el mercado las verduras y carne oreada con que haría mi almuerzo- fue abatida por unos ladrones de bancos, a quienes ella se enfrentó armada, únicamente, con su delantal y un tenedor) recuerdo que soy un recuerdo de ella. Cómo me gustaría que, escabulléndose de las páginas en las que es la protagonista, estuviera aquí, a mi lado, leyéndome el poema de Miguel Ramos Carrión (“El seminarista de los ojos negros”), que la enamoró desde la primera vez que lo escuchó en el programa de radio de la YSKL (“la poderosa”) que, por las noches, nos reunía junto a la vieja radio -una RCA Víctor de 1956, Modelo 8-X-6F- que salió ilesa del terremoto, del 3 de mayo de 1965, que destruyó San Salvador, ciudades similares y conexas.

Reconozco que pude escribir lo que escribí, porque conocí seres maravillosos que me contaron sus andanzas, y malandanzas, creyendo que yo era Rulfo. Y entonces viene a mí, la imagen del tío Virgilio y sus manos deformadas por la artritis, lo cual no le impedía trabajar la milpa, de sol a luna; y la de mi tía, Chayo, que premiaba mis buenas notas en la escuela regalándome, cada fin de año, los zapatos más finos y bonitos de la zapatería, “El Módulo”, que reinaba en la calle Concepción, justo en el límite de la calle Celis que fue mi escuela de educación sexual; y la de mamá Licha, mi bisabuela, que me regaló el ungüento de altea que reinventaba las palabras mientras deshacía la trombosis del hastío, y la pócima prehispánica de la imaginación que me permitió escribir mi primer relato cuando cursaba quinto grado.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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