sábado, 11 enero 2025
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Escrito en una servilleta: Es hora de utopiar

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"Fue la masiva rebelión electoral de 2019 la que mostró que la utopía no está hecha de palabras": René Martínez.

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Por René Martínez Pineda.

Fue la masiva rebelión electoral de 2019 la que mostró que la utopía no está hecha de palabras, porque éstas, a pesar de sus gerundios nutritivos y calientes, no se comen ni espantan el frío de quien carece de cobija con el honor intacto. Hoy que el año va en bajada, es hora de tejer sueños por un rato que dure toda la vida… y más allá de la muerte; es hora de trazar ilusiones sin extorsiones, ni decepciones, para que las tumbas de La Bermeja se sacudan la infamia de los que se encomiendan al Rosario bendecido con los misterios gozosos de la corrupción de los mismos de siempre, y los misterios dolorosos de la traición al pueblo bajo la sombra del Palo de los Cuches, animales que, para tapar su sarna congénita, usan trajes caros, lengua barata y ventosidades letales marca Chanel; es hora de sembrar otro país con semillas que, años atrás, eran estériles; es hora de leer el libro de sociología que no se ha escrito sobre cómo erigir el país que los habitantes del noveno círculo del infierno dejaron por muerto y, en el lapso de pasar la página, ver galopar a la Lady Godiva del pueblo pregonando que toda la semana será propicia para la ropa de domingo y para desnudarse frente al espejo y comprender que cada arruga es una medalla al mérito por haber sobrevivido, tres décadas, en un país no apto para el consumo humano.

Es hora de decir que los sueños son realidad cuando la realidad es sueño tangible; hora de confesar lo difícil que es no soñar más allá de la almohada de la pesadilla bicentenaria tejida por los Efialtes de la Tesalia erguida sobre la sangre de Catedral… por ejemplo, soñar que el agua del Sumpul no es roja y que la del Lempa está limpia de todo virus; soñar que la única pandemia que vagará por la ciudad será la de la fiebre del país hermoso y sin miedo a no tener miedo; soñar que los edificios históricos suspiran recuerdos, envían telegramas con un poema de amor -sólo porque sí-, miran al pueblo cara a cara -y son vistos por él- y las locatarios venden tertulias sobre el presidente que se atrevió a ser diferente para que el Covid-19 fuera una marca de perfume -le parfum de la ville-, y no una maldición mortal.

Es hora de desnudar la utopía para olvidar la decepción de treinta años y escribirle una novela corta con metáforas largas. Hoy, en el jardín de la mujer inmortal que, por nostalgia, hace florecer lo que estaba condenado a marchitarse: el titilar de la Polaris que lleva a la casa recuperada en Soyapango y Mejicanos; un hilo de agua que rompe la sed del migrante; un río oculto que, con sus aguas limpias de pasado, promete augurios felices que fluyan hacia la conciencia social, y comprar una cruz de cemita mieluda en el sepelio. Ah, utopía traicionada por quienes no devuelven lo robado; hechizada desnudez en el oleaje de ser mejores; ruidos nocturnos en la acuarela de la redención de lo público parida en el ideario de la esperanza pública sin conteo de homicidios en la vecindad del hambre.

Es hora de la utopía que, corrigiendo la plana llena de errores de ortografía y geografía de la anterior, es un tsunami que lo invade todo; es una revolución sin aurora dudosa en la silueta de la nación interina… y entonces toma la palabra la obsesión maniática por sus pechos prolijos sin depredadores -cuando bailan para avivar la cosecha de naranjas jugosas en las fiestas patronales- que se abren en la mitad del purgatorio. Los latidos del tiempo moldeando el barro como luces de bengala que pican en el panal de la mujer que reza un padre nuestro y dice: a rey muerto, rey puesto que no se robe los impuestos; como segunderos que apuran la venida de un país bien perfumado, bien leído y bien comido donde todos muramos de muerte natural; peticiones de asilo de los que antes escondían la mano y hoy se esconden de la mano de la ley del pobre por temor a su metáfora carcelaria. Utopía, espectro noctámbulo como trova de territorios sin puñales; huracán que silba en el incendio de la transformación social para heredarles la luz a los ojos del pueblo; limbo en el que se decidirá si avanzamos o retrocedemos; silueta depurada por un lapislázuli con plusvalías que brinden con nosotros y a nuestra salud; curvas dulcitas como durazno maduro que nos libra de todo mal; bahía abierta para que atraque el buque fantasma que trae el suministro de besos dulcitos y leche caudalosa para los niños con computadoras de verdad; justicia insobornable que enseña a surfear las fieras olas de la codicia neoliberal; anuario que se salta los días en busca de fechas cabalísticas: el día del San Martín de Porres con salario digno; el del San Valentín que regala tarjetas que hablan de nacer con cariño. A esta hora, la urgencia tiene carne, huesos y presencia en los territorios sin sangre que se niegan a ser crematorios.

Es febrero todo el año y es hora de soñar que en las calles mandará el peatón, no el bus; que en el comedor gobernará el pueblo, no el supermercado; que las escuelas enseñarán a construir un país fascinante en lugar de enseñar a ser consumidores suicidas; es hora de que la calidad de vida se mida con estómagos contentos; de que los historiadores cuenten la vida de las víctimas, no la del victimario, para que los políticos no vivan de promesas incumplidas… es hora de que los salarios no sean mínimos, sino máximos; que la basura jamás duerma cerca de los niños; que los utopistas sean declarados hijos meritísimos del país y de la María Pintura, y que se declare como patrimonio cultural de la humanidad el arroz teñido, el chicle chalateco y la hora de la ceniza.

Es hora de la utopía que nos vea como compatriotas con patria para que todos nazcamos en el mismo lugar. Será inacabada, porque lo acabado será aburrido y será un delito declarar que el trabajo ha terminado, pues siempre será hora de utopiar. 

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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