lunes, 15 abril 2024
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Escrito en una servilleta: El rostro en la ventana de Roque (II)

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"La poesía de Roque es como la romántica siempreviva que pone jaque mate al sistema y a los poetas hambrientos de sí mismos": René Martínez Pineda.

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Por René Martínez Pineda.

Pobrecitos poetas y sociólogos que somos cuando -con las fechas simbólicas lavadas con libros impúdicos en la borrachera del subsidio inmoral- creemos que la realidad es una piedra sin mano u hondilla; o que es un ladrillo sin muro; o que es un ferrocarril sin rieles meritísimos ni vagones de tercera clase atiborrados con la gente humilde que fue expatriada en el andén de una patria inexistente; que es un lunar estratégico sin desnudez salobre.

Desde la ventana por la que se asoma el Roque que sigue siendo un gran muerto, intuyo que la vida es, por sus imaginarios drásticamente disímiles, un rompecabezas indecible cuya última pieza la tiene el sociólogo comprometido con que lo público sea mejor que lo privado; que toda la vida es una lucha campal, cuerpo a sudor, pasión a dolor, debido a que la vida sojuzgada por la gramática del vértigo no es el lirismo de los poetas truncos de muecas opositoras cuyos versos -ridículas arañas sin hilos; perversa niebla marina sin corales democráticos; dolorosos exámenes prostáticos mutuos- jamás serán insignias de un poema de amor leído en la taberna y otros lugares similares y conexos.

Está claro que cuando todo está oscuro porque ya va a amanecer, la vida no es la promovida amnesia del sociólogo maquilero que, por no haber tenido un perrito al que amar cuando niño, no quiere que el pueblo viva mejor, ni que ría sus hazañas de cenizas tibias; está claro que la vida no es la perversión indocumentada del periodista amarillista que, creyéndose la luz unigénita del faro del fin del mundo, defiende a los victimarios, porque vive de la sangre y de los ojos opacos de las víctimas mortales que, por la venda de pino rústico que les impusieron, ya no buscarán reflejos entrañables en los temblorosos espejos del barrio en cuarto menguante.

Intrépidos poetas y sociólogos que, montados en el unicornio azul de la nostalgia, ponen toda su sonora potencia al servicio del pueblo para que no muera de hastío o se suicide en la playa de la madrugada usando el cuchillo de las boletas de empeño que ladran al oír el tercer canto del gallo de hojalata. ¿Saludamos la patria orgullosos, o construimos con orgullo una patria perfumada con la dignidad de lo público? ¿Paseamos por sus fértiles campiñas sin veredas recostadas en el sol de lo que creíamos ser, o botamos a mordidas los cercos de las haciendas suntuosas compradas con treinta monedas? ¿Nos ahogamos en sus apacibles lagos o conquistamos el cielo con un ejército de abejas celestes y torogoces cazadores de alacranes de besos ponzoñosos? ¿Nos fascinamos con sus ríos majestuosos o recordamos el silencio de los muertos del Sumpul que fueron traicionados por quienes, mientras se masturbaban viéndole los pezones a los billetes de a cien, hicieron del gobierno un violín que se toma con la mano izquierda y se toca con la derecha? 

En las tertulias de poetas de ojos vaciados, y en los vaciados congresos de derechos humanos para victimarios, nos acusan de querer darle al país la oportunidad de reinventarse; nos acusan de tocarle el culo a los políticos ladrones; nos acusan de ser simples indigentes de la palabra porque celebramos, con frases sin efectos secundarios, la rebelión electoral que extinguió a los partidos de la corrupción y se puso a repartir vacunas bajo la forma de ruiseñores; nos acusan de acusar a los políticos de la oligarquía, y a los izquierdistas de la derecha, de ser las putas alegres de la triste modernidad que deja claro que los pobres no tienen patria porque no tienen patrimonio, aunque todo el oro es extraído con sus ríos de sudor. Roque, y los siempre sospechosos de todo que ampliaron la avenida independencia, son de ese tipo de personajes que con su escribidera nos dijeron qué hacer, por eso sus nombres son como el vestido nuevo de las palabras simples e inconfesas: abeja, miel, pies, luciérnaga, revolución, lluvia, sándalo, lunar, con las que descubrimos que el país nuestro no existía, que sólo era una mala fotografía nuestra en blanco y negro; que sólo era una palabra hueca y chueca que le creímos al enemigo y a los traidores al pueblo porque, como pericos a las cinco de la tarde, no se cansaron de repetirla desde la cama de sus camiones de alquiler en las coyunturas electorales.

Por suerte, la poesía de Roque es como la romántica siempreviva que pone jaque mate al sistema y a los poetas hambrientos de sí mismos; es como la “partida inmortal” que hizo un enroque con la sociología de lo cotidiano para cambiar de lugar las banderas del odio necesario con el hermosísimo empuje de la cólera artesanal, tan insoslayable para la nueva vida y su diminuta luna con raíces y pan recién horneado en la medianía de la piel propicia para la nostalgia que, como mula sin dueño, trota en la pradera del corazón que se emborracha con el polen de las palabras extrañas que, rebeldes, se mantienen vivas porque mantienen viva la esperanza de que regrese el Roque que se inventó un país hermoso con metáforas que, mientras tanto y por joder, coqueteaban en la húmeda levedad del sándalo.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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