martes, 10 diciembre 2024
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Escrito en una servilleta: Deporte, cultura y democracia

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El deporte sigue siendo la realidad lúdica de lo cotidiano, así como la democracia es la realidad del ideario, en tanto ambos presumen condiciones de igualdad en las competencias, condiciones que le dan forma a los componentes de la justicia social igualitaria

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Por René Martínez Pineda

Al estudiar la relación entre deporte, cultura y democracia se observa que ésta es un proceso paradójico y político. Por acá, la sociedad se deportiviza al remontar el contexto cultural de las competencias: el deporte es lenguaje cotidiano que modifica, por la euforia, el comportamiento colectivo al crear nuevos espacios de socialización, solidaridad y participación ciudadana. Así, la metáfora deportiva (más rápido, más alto, más fuerte) invade la vida pública porque las hazañas que se hacen son propiedad pública. Por allá, esa sociedad deportivizada es un hecho sociológico convertido en proceso político que, por sus implicaciones más allá de la cancha, desportiviza al deporte, pues la competencia codificada en reglas, liderada por instituciones y simbolizada en colores patrios a “defender a muerte” la lleva a ser un proceso democrático que podría responder a la visión que se tiene de democracia, siempre que ésta responda a los intereses populares.

En ese sentido, existe una relación directa entre deporte, cultura y democracia que puede usarse como bastión de la reinvención del país. Las preguntas son: ¿cómo el deporte entra en la cultura para modificarla en función de hazañas de nación en las que Dios es tangible cuando hace entrar la pelota en la portería para darle el gane a la selección? ¿cómo la cultura permea al deporte para desportivizarlo y cómo ambos permean la democracia? La penetración del deporte en la cultura no se ve sólo en la valorización cultural de aquel, lo cual permite decodificar la cultura con nociones deportivas, pues el deporte genera, en lo sociocultural, conceptos e imágenes que la sociedad interioriza. En el deporte, la disciplina es fundamental para superarse día a día; la audacia y orgullo son elementales, para vencer el cansancio y el dolor; la competencia feroz es orgánica, para vencer al adversario; lo impensado es constante, para tener el valor de arriesgarse, improvisar y ser creativos. La cultura deportiva o el deporte cultural forma parte de la cotidianidad de las relaciones sociales al contener características creativas que se concretan en la capacidad de improvisar y combinar lo dado con lo dándose durante la competencia. Esas características se encuentran también en la política, cuando la política busca reinventar un país. En esa línea, los juegos Centroamericanos y del Caribe son, simbólicamente, la frontera entre el deporte de ayer y el deporte de mañana.

Es por eso que, tanto el deporte como la política reinventada, implican fuertes emociones hasta el último minuto del evento, nutridas con la incertidumbre del resultado final que siempre sueña con “la mano de dios que ayudó a Maradona”, así como se expresan emociones rompiendo lo virtual frente a la televisión, debido a que estamos convencidos de que nuestro grito de apoyo traspasará la pantalla y llegará hasta las canchas, y entonces el deporte es pauta cultural del imaginario. Ahora bien, una de las tendencias que no deja ileso ningún proceso cultural es la mercantilización que trasforma al deporte en factor mediático y mercantil cuando se trata del deporte profesional, no así cuando el deporte es algo público y estrictamente lúdico: ganar por la gloria de ganar, no por la gloria de un ingreso o un patrocinio que lo uniforma, desfigurando el concepto originario de deporte.

Sin embargo, el deporte sigue siendo la realidad lúdica de lo cotidiano, así como la democracia es la realidad del ideario, en tanto ambos presumen condiciones de igualdad en las competencias, condiciones que le dan forma a los componentes de la justicia social igualitaria. Entonces, tanto el deporte como la cultura y la democracia son manifestaciones únicas integradas como un universo cultural que trasciende las ideologías. Lo anterior es posible -sin olvidar los intereses de clase- debido a que el deporte se instaura en la sociedad como práctica simbólica de lo elementalmente humano (sobrevivir y trascender), y eso elemental hace que desaparezcan las diferencias impuestas, potenciando la unidad social de un país a través de valores como la igualdad, la solidaridad, la lealtad. En un contexto donde las identidades socioculturales son urgentes, más allá de sus especificidades, el deporte, en su sentido originario, es un factor para dar esperanzas de reinvención del país que se heredó destruido en sus relaciones cotidianas. Y es que el deporte -tal como lo podemos evidenciar en estos Juegos Centroamericanos y del Caribe- es un hecho sociológico con un gran impacto social que genera y purifica pasiones profundas; reconstruye identidades colectivas y despierta radicales sentidos de pertenencia al ser un lugar de reunión común, una territorialidad ritual que une a individuos usualmente separados.

Por tanto, el deporte es una territorialidad de significado soberano (y un factor de igualdad social) integrado a la vida social atiborrada de emociones y procesos de simbolización (del deporte, la cultura y la democracia), porque al reflejar los valores que se desean para la sociedad contribuye a su reinvención. En estos juegos de la trascendencia vemos cómo el deporte es un hacedor de leyendas, una expresión simbólica de la sociedad que se sueña sin los miedos del pasado.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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