martes, 4 marzo 2025
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Escrito en una servilleta: Cuestión de vida o muerte (I)

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"La crisis de los misiles que puso en crisis la ideología de miles, a partir de la cual la vida fue una cuestión de vida o muerte": René Martínez Pineda.

Por René Martínez Pineda.
X: @ReneMartinezPi1

En el viejo calendario de la barbería, “La Francesita”, inició el conteo de mis días… ya van veintitrés mil, y ni uno de ellos ha sido fácil, o difícil, simplemente han sido efímeros o significativos, y ser unos, u otros, dependió de la cantidad de inspiración que exhalaron; Juan Bertis, fue el presagio de un adagio sociológico; Steinbeck, y la conjunción de mis letras después de ser sacudidas por el terremoto, el de 1965, que me llevó a vagar por los caminos sin ley, de Greene.

La crisis de los misiles que puso en crisis la ideología de miles, a partir de la cual la vida fue una cuestión de vida o muerte; Mandela, y su largo soliloquio en la cárcel, sin nadie que le escribiera ni llegara a la visita conyugal; Marilyn Monroe, con sus piernas al hombro de la moralidad burguesa, para acabar, profusamente, sobre la hipocresía; Malcom X, demostrando que la “x” no es una incógnita, si se vive en el contrapunto del mundo feliz de la Karenina, quien, a escondidas de Tolstói, se lavó los pies a la orilla de un río sin represa ni cadáveres anónimos; los Beatles, y el largo y sinuoso camino de la revolución social de los pobres; el Che Guevara originario, y su noble utopía de que no hay líderes populares traidores, ni izquierdas de las derechas; Kennedy, en la bahía de los Cochinos de la calle Elm; Flash Gordon, Los Picapiedra, Tiroloco McCraw, el Oso Yogi, Sir Galahad y Astro Boy, tejiendo mi temple en un televisor, blanco y negro, para que combatiera la injusticia social sin poner condiciones y, de paso, aprendiera a sentir placer viendo cómo una mano ajena disfruta un juguete nuevo; el laberinto de la soledad de la guerra de las cien horas; Tlatelolco y la primavera de Praga, como augurios del invierno del 30 de julio; el primer pie en la Luna, y las botas de los boinas verdes en el pecho de los trabajadores que, resignados, ahuyentaban el hambre con arroz teñido de sangre y con carne de chucho; el General, Sánchez Hernández, poniéndole un “tapón” al magisterio en lucha; la televisión educativa, y la represión no televisada; Castro, convirtiendo una isla en continente, en el mar de Hemingway; Woodstock, el amor libre en los tiempos del chancro con fuero legislativo, la sífilis, como marca congénita del político corrupto, y los hippies, paladines de la contracultura que reinventó la elegancia de los pies descalzos. Días grises e inocuos que no tardarían en ser negros e inicuos. Días sin horas que, en sus minuteros, empezaron a conocer el abandono, y en los que viví condenado a ser una incógnita en la guerra de las cien horas.

Allende, en busca de fusiles para frenar el golpe de Estado; Jimi Hendrix, en dúo con Agustín Lara, para colonizar unos ojos almendrados en la cama de una cárcel clandestina que, cual luciérnaga cautiva, palpita a doce pasos del parque Libertad; el “Chele Medrano”, profeta de los escuadrones de la muerte; el mundo sin los Beatles y con Vietnam en llamas; el petróleo en el cielo, y el hambre, a ras de suelo; Bird Man, Pelé, los peleles de la política, y los que quedaron pelados en el asfalto de San Salvador; Al Pacino… es Sérpico, y, el Coronel Molina… es un mico recitándole poemas de sangre a sus campesinos del campo; Nixon, mojado y con el calzoncillo hasta las rodillas; Videla y Franco, jugando al póker de muertos en el purgatorio del Portal Sagrera, ese edificio que está a un costado del Word Trade Center; Cruyff, la Naranja Mecánica, y la mecánica de un golpe de gobierno fraguado por los mismos golpistas de siempre; Camilo Sesto, en guerra civil con Perales; los Guaraguao, y las casas de cartón que los traidores cambiaron por ranchos de lujo; Silvio Rodríguez, y el infame sacrificio del unicornio azul; Chaplin, haciéndole muecas bulliciosas a la cultura hegemónica; la impagable deuda externa de América Latina que nos tenía coleccionando un álbum de boletas de empeño; Juan Pablo I, con los días contados, al igual que nosotros en las gradas de Catedral; Fleetwood Mac y el Mc Donalds, como lugar de reuniones clandestinas, sólo por ser irónicos; el Elvis Presley que apenas podía creerlo; Roque, el Quijote de la Mancha, y los molinos de viento de las tanquetas paranoicas; Monseñor Romero, antítesis ejemplar del General Romero y sus masacres de barro; Bruce Lee y Muhammad Ali, en el delirio de la lucha a puño limpio; Ornella Muti, Gloria Guida, Laura Gemser, y “la siete culos”, dándole a mi mano derecha la primera clase de educación sexual en una butaca del cine Metro; Roque, y las historias prohibidas de la escalera al cielo. Días en los que la realidad dio un golpe de Estado en la capital de mi conciencia, para que tuviera conciencia del estado de las cosas, y, en su hojarasca, saborear la hiel de la primera deuda contraída para comprar las revistas de la Kristel.

El mundo sin la imagen del Lennon que imaginó otro mundo; Juan Pablo II, en la alcoba de la Thatcher, escribiendo, desnudo, las proféticas encíclicas que hicieron el milagro de los golpes de Estado en las tierras santas visitadas; un bufón en la silla central de la corte imperial de la injerencia, viendo bailar a Michael Jackson, mientras se rasca los huevos con la mano derecha del Mayor; Richard Gere, y su lección del buen vestir con ropa usada; El “Expreso de Medianoche” de los indocumentados que, con el alma en la mano, buscan el camino hacia un sueño-pesadilla; La Tandona, tendiendo emboscadas en los cerros del izote; la ofensiva hasta el tope, que topó en una grandísima traición, y los cien años de soledad en busca de autor; Chernóbil, como mínima réplica de El Mozote; Pink Floyd, un ladrillo en la pared de la universidad pública, y el Muro de Berlín deshojando sus ladrillos, uno a uno, con su ”me quiere, no me quiere”; Stix, lo mejor de los tiempos sin reloj, y el final de la Guerra Fría que me dejó caliente en los años maravillosos; el socialismo del pueblo que persiste, con necedad, en el breve espacio del imaginario del utopista que mendiga unas fotos íntimas del paraíso, por el amor de dios, ese tipo que se tomó por asalto el reloj de flores para exigir la liberación de Alf; los Rolling Stones, con una bestia de carga cargada de muertos precoces en el infierno del Sumpul; Bush, sin arbustos de orégano tostado ni leyendas democráticas, leyendo la Constitución del 83 que fue redactada, bien a verga, en los bares y burdeles de la zona roja de la política; las Malvinas, gritándole a los argentinos que no son europeos, ni hijos de europeos; el Internet y la expropiación de la información…

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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